¿Seguirá soñando?. Wan Suh Park. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Wan Suh Park
Издательство: Bookwire
Серия: Colección literatura coreana
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786077640196
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Tu actitud tan tranquila es lo que más me preocupa.

      Jyok-Chu extendió por completo las palmas de las manos para comunicarle con esa exageración lo frustrado que se sentía.

      —Pues entre casados, si uno de los dos no sabe, el otro debe explicarle.

      —Otra vez dices “casados”. ¿Piensas que para casarte sólo hace falta dormir con un hombre?

      Jyok-Chu lo dijo como escupiendo las palabras. La mujer se sintió sofocada al recibir el insulto, pero otra vez pensó que debía soportar. Su madre, lo mismo que los parientes de su misma generación, habían sido unánimes al echarle la culpa de su primer fracaso matrimonial a su falta de paciencia. Una mujer debe ser abnegada, una mujer… Esas palabras que había escuchado sin cesar reverberaban en sus oídos como interferencias de un disco antiguo.

      —Es decir, según lo que dice, todavía no somos un matrimonio.

      —Lo verifica la realidad. Dentro de poco regresaré a casa a desempeñar el papel de padre solterón y a esperar ansioso la llegada del sábado próximo. ¿Crees que en este mundo haya matrimonios viviendo de la misma forma?

      —Por eso le digo que hagamos los preparativos para vivir juntos. No entiendo cómo es posible que usted reaccione de este modo… Conocer lo más pronto posible a Si-Ne sería parte de ese proceso.

      —Lo siento, lo siento… No es que no lo quiera así. Sin desearlo, me irrito cuando empiezo a pensar en todas esas preocupaciones.

      —Seamos claros de una buena vez. Explíqueme sin ningún rodeo cuáles aspectos de nuestra relación lo tienen tan preocupado.

      —Es bueno que te intereses por mi Si-Ne, pero no pienses que todo será tan fácil con la vieja.

      Al decirlo intentó desviar la mirada, pero un fragmento fugaz de astucia se reveló en sus ojos. No obstante, la mujer intentó pasarlo por alto, como si hubiera percibido algo indebido. Pensaba que tenía que pacificar a Jyok-Chu con una respuesta perspicaz.

      —Jamás he considerado que la cuestión de su madre sea un asunto fácil.

      —Es una persona mucho más difícil de lo que supones.

      —Sé que no será fácil ser la única nuera de una suegra viuda. Desde ya, estoy resignada a aceptar las dificultades.

      —No es eso. Será complicado convencer a mi madre de que nos acepte como una pareja legítima.

      —¿Es por la boda? Fue usted quien sugirió primero que omitiéramos esos actos rituales y estuve de acuerdo, porque siento vergüenza de volver a ponerme el velo. Pero si su madre lo quiere, me da igual.

      Jyok-Chu se acercó despacio, se sentó a su lado, la abrazó con suavidad y le dijo:

      —Tampoco es eso. No confío en poder convencer a mi madre de que acepte como nuera o como madrastra de Si-Ne a una mujer ya casada una vez. ¿Entiendes?

      Tras haber pronunciado estas difíciles palabras, la expresión de Jyok-Chu adquirió el semblante de tranquilidad que tiene el que no se siente ya responsable de nada.

      —No entiendo —replicó estupefacta mientras movía de un lado a otro la cabeza. Jyok-Chu, con más cariño, la abrazó diciéndole:

      —¡Ay! ¡Qué tonta eres!

      —¿Por qué hasta ahora está contándome esas cosas, algo tan importante…?

      Se puso llorosa, como un pequeño colegial ante la hoja de un examen imposible de resolver.

      —Debías haberlo adivinado sin que yo lo dijese.

      —¿Cómo quiere que lo adivine si no la conozco? Además, usted nunca me habló de ella ni me explicó que era una persona tan difícil… No es lógico.

      —Hablas como si mi madre fuese una persona digna de temer, pero es una mujer normal. Ya sabes. Una madre típicamente coreana. No le ha gustado para nada que después de la muerte de mi mujer haya vivido durante tres años solo; ¡cuánto se enojaría si contraigo matrimonio con una mujer separada! A lo mejor se encolerizaría y me amenazaría con irse de la casa, con abandonar a su querida nieta y dejar los trabajos domésticos. Sólo tengo 35 años. Es natural que el deseo de cualquier madre sea casar a su hijo con una mujer virgen. ¿Ahora entiendes cuánta ansiedad pasé al verte tan despreocupada, sin darte cuenta de nada, dando por hecho el matrimonio?

      —No use a su madre como excusa —dijo con sequedad la mujer al mismo tiempo que se apartaba de él.

      —Estás equivocada.

      —No estoy equivocada. Ahora veo que usted no ha encontrado oposición en su madre después de discutir con ella el asunto, sino que sabía de antemano que ella discreparía. La inmovilidad de su posición es una realidad, y desde el principio sabía que no era libre para decidir el matrimonio. Sin embargo, me decía que sólo bastaba el pacto para que empezáramos nuestra legítima vida matrimonial. Fue usted el que pensó que acostarse con una mujer no acarreaba responsabilidad alguna.

      —En asuntos como estos, ¿no debe preocuparse más la mujer que el hombre? En todo caso…

      Jyok-Chu disimulaba cada vez más. Lo difícil había sido empezar a hablar, pero una vez introducido el tema, ahora parecía más confiado.

      —Aunque usted no lo hubiese mencionado, me doy cuenta del irreparable error que he cometido. Mi indudable disparate fue haber supuesto que un hombre de 35 años tenía derecho a decidir con quién casarse.

      —Por favor, no pongas esa cara, como si el mundo se hubiese acabado. Lo que te pido es que comprendas que mi posición empeora cada día más, pero todavía nos quedan esperanzas.

      Tras pronunciar estas ambiguas palabras, Jyok-Chu se despidió. La mujer lo acompañó hasta la puerta con deseos de que añadiera algo más comprometedor, pero al irse sin agregar nada más, se quedó a la espera de una llamada suya, sin conciliar el sueño hasta pasada la medianoche.

      Se sintió indignada al darse cuenta de que la regla de oro que obligaba a la mujer a no entregarse en ningún caso al novio antes de la noche de bodas se aplicaba no sólo a una virgen, sino también a una divorciada de 35 años. Pero las cosas no marchaban así por un maléfico e intencional plan de Jyok-Chu. Él no era un hombre tan malvado. La semana pasada, y por casualidad, una serie de acontecimientos le había hecho sentir la inconveniencia de un enlace con esta mujer.

      La señora Juang, madre de Jyok-Chu, tampoco era ni más extraña ni más codiciosa que otros. Era una sesentona normal. No padecía enfermedades ni era tan vieja como para no seguir la moda, pero al quedar viudo su único hijo, empezó a hacerse cargo tanto de éste como de la nieta, y ahora sus días eran bastante ocupados. Los amigos y parientes, al ver que ella mantenía impecable la casa, elogiaban su salud. A lo que ella siempre contestaba: “Mi padecimiento es interior”. Frecuentemente le preguntaban por qué no lo casaba para que con ello aliviara su trabajo, y cada vez que escuchaba eso, sentía vergüenza, porque todas las alusiones daban la idea de que era ella la que no le permitía casarse para continuar manteniendo el control doméstico. Pese a todo, lo soportaba porque Jyok-Chu había sido tajante al decir que sólo pensaría en casarse después de tres años de luto. La señora Juang debía ser una persona paciente y moderada, ya que había pasado casi tres años rechazando, posponiendo y hasta perdiendo ofertas de matrimonio que comenzaron a hacerle a escasos tres meses del duelo.

      Justo la semana pasada le había mostrado a su hijo las ofertas de matrimonio que aún estaban vigentes. No hacía muchos días había ido al templo a rezar por el alma de su nuera en el tercer aniversario de su muerte. Fue precisamente por los días en que Jyok-Chu acababa de pasar la primera noche con Mun-Kyong y estaba esperando la ocasión para discutir con su madre cómo traerla a casa. Había sido mala suerte, especialmente para Mun-Kyong, que la señora Juang hubiese introducido el tema de las segundas nupcias. Aun así, hubo varias oportunidades para hablarle de ella antes de que su madre sacase fotos y empezase a hablar en detalle de las posibles novias: cuántos años tenían, de qué universidades habían egresado, quiénes eran sus padres…