1. La cultura política
A mí me repugna la idea de que una persona permita que le digan “¡Perón, Perón, qué grande sos!”. Ese tipo está loco o es un imbécil. Si a mí alguien me dijera: “¡Fulano de tal, qué grande sos!”, yo le respondería: “Bueno, vea, amigo, cambiemos el tema…”.
Jorge Luis Borges
En junio de 1943 una revolución militar puso fin al ciclo conservador iniciado con la destitución de Hipólito Yrigoyen, trece años antes. La oficialidad joven de las fuerzas armadas desempeñó un papel crecientemente relevante en aquel gobierno, ocupando cargos e interviniendo en su orientación política. Uno de esos oficiales, el coronel Juan Perón, pronto se volvió la cabeza estratégica de la revolución. Desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, Perón otorgó a los sindicatos concesiones largamente esperadas que en poco tiempo le permitieron obtener la simpatía de una amplia mayoría de los trabajadores. Este hecho, sumado al incentivo que Perón daba a la protesta obrera, lo convirtió en una potencial amenaza para los partidos políticos tradicionales y, sobre todo, para sus camaradas militares en el gobierno que, en octubre de 1945, decidieron arrestarlo. El día 17 de ese mes, miles de trabajadores marcharon a Plaza de Mayo, frente a la casa de gobierno, exigiendo su liberación. Nacía así una identidad política que permanece hasta el presente.
Perón profundizó la intervención estatal iniciada sobre el final de la década del veinte y la extendió más allá de la economía mediante un programa populista de gobierno que, en pocos años, transformó el paisaje social de la Argentina. Sus primeros dos gobiernos (1946-1955) dejaron una marca imborrable, tanto en simpatizantes como en detractores. Su caída, a causa de otra revolución militar, en septiembre de 1955, reabrió un ciclo de inestabilidad institucional que no haría más que multiplicarse en las dos décadas siguientes. Tanto frente a su ascenso como a su debacle, en la legitimidad y en la proscripción, con Perón en el poder o en el exilio, la sociedad reaccionó divida. Con el peronismo o contra él se dirimió buena parte del siglo XX argentino.
En este capítulo exploro la cultura política de las clases medias. Analizo las experiencias, memorias y reacciones hacia el peronismo y planteo elementos de continuidad y de ruptura en su relación con las clases medias. En particular, cuestiono la tesis que atribuye a la clase media, a comienzos de los años setenta, un giro hacia la izquierda en lo ideológico y hacia el peronismo en lo político. Al mismo tiempo, examino una hipótesis poco explorada respecto de la estrategia de Perón hacia las clases medias en este período crucial (1973-1974). Para comprender lo que está en juego, sin embargo, debemos examinar antes lo que las primeras administraciones peronistas significaron para amplios sectores de las clases medias.
Antiperonismo e iluminismo
Los años del primer peronismo (1946-1955) tiñeron el prisma a través del cual se leyó la nueva coyuntura política abierta en 1973 por el regreso sin proscripciones al régimen democrático. En aquel período se gestó en las clases medias una sensibilidad a partir de la cual, en los años setenta, se decodificaron acontecimientos como el triunfo del peronismo en marzo de 1973, el retorno definitivo de Perón al país en junio de ese mismo año, e incluso el golpe militar del 24 de marzo de 1976. Ya sean propias o heredadas, las memorias de la década peronista, al tiempo que nos dicen algo más –y, en cierto sentido, fundante– acerca de la identidad política de las clases medias, ayudan a comprender mejor su comportamiento futuro.
Desde el surgimiento del peronismo, la identidad política de una buena parte de las clases medias se vio condicionada por una sensibilidad que, a poco de desarrollarse, se estructuró como una reacción a aquel. Corresponde situar lo que tradicionalmente se llamó “antiperonismo” en el centro de esa sensibilidad. Movilizados por esta, a partir de 1945 radicales, conservadores, liberales, socialistas y comunistas confluyeron en el antiperonismo. Este hecho no imposibilitó un voto peronista de clase media. Como se verá más adelante, el peronismo fue un movimiento pluriclasista desde sus orígenes y, tanto a mediados de siglo como en los años setenta, contó con el apoyo de una fracción de las clases medias.
Sin embargo, cuando en 1955 un sector de las fuerzas armadas puso fin a casi diez años de régimen peronista, la multitud que celebró el arribo de la así denominada “Revolución Libertadora” (1955-1958) se nutrió fundamentalmente de clases medias. A partir de este golpe y hasta 1973, los diversos actores políticos en pugna demostraron tanto su incapacidad para imponer un proyecto propio como su capacidad para entorpecer los ajenos. Este “empate hegemónico”[10] se tradujo en gobiernos militares y civiles de legitimidad acotada debido a la proscripción del peronismo, que más temprano que tarde corroboraban su persistencia. En 1973, el epílogo de otro intento militar, la “Revolución Argentina” (1966-1973), asumió el fracaso de la desperonización del país y convocó por primera vez en dieciocho años a una elección que, aunque inhabilitaba a Perón, permitía a su partido presentar candidatos. Cámpora y Solano Lima, la fórmula peronista, resultaron electos por una amplia mayoría.
Aunque la intensidad del antiperonismo fue debilitándose a partir de la caída del régimen en 1955, una mayoría de las clases medias permaneció “no peronista” en las dos décadas siguientes. Así, el antiperonismo furioso de los años cincuenta abría paso a un “no peronismo” más matizado. No por ello debemos perder de vista lo fundamental: la identidad política de una buena parte de las clases medias permaneció condicionada por aquella sensibilidad estructurada en torno a su distinción del peronismo.[11]
Si dejamos a un lado, por el momento, al sector juvenil que se volcó a la militancia, notamos que en las memorias sobre el retorno del peronismo al poder en 1973, que hoy evocan los miembros de las clases medias, aflora una ambivalencia. Para algunos, ese regreso representó la esperanza de una solución pacífica y ordenada a la crisis política. Para otros, el temor a que retornaran los oscuros años del primer peronismo. Ricardo Montecarlo –joven tucumano que hacia 1973 finalizaba la carrera de medicina en la Universidad Nacional de Tucumán–, conversando sobre el regreso de Perón al país expresó:
Yo, al menos, abrigaba esperanzas, a pesar de no ser peronista. Perón –Perón individuo– era el elemento que podía aglutinar a personas de distintas ideas. Su famoso movimiento pendular, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda […] Cuando él se muere, sonamos. Se viene todo abajo […] Yo sabía que Perón venía para morir. Pero te da pena y desilusión perder las esperanzas, porque sabía que todo se venía abajo. Y se vino todo abajo; como vos ves después, vino el gran despelote.
Memorias como las de Ricardo contrastan con las de quienes recuerdan haber sentido desesperanza y hasta temor a raíz del retorno del peronismo. Especialmente en la gente que vivió como joven o adulta la primera década peronista, algunas preguntas sobre 1973 a menudo terminaron siendo respondidas aludiendo al viejo peronismo. En la primera entrevista que realicé a Jorge van der Weyden, nacido en 1928, la cuestión del regreso de Perón generó el siguiente diálogo:
Mi pregunta es cómo veía usted la vuelta de Perón en aquel momento. No la reflexión que tiene ahora, sino en aquel momento, si se acuerda. ¿Le generaba…?
Miedo, sí, sí. La vuelta de este hombre, para todos los que vivimos la primera etapa, uno dice: “Bueno, ahora volvemos a lo mismo”. Afortunadamente no fue así. Pero el temor estaba presente. No por el ideario ni por nada de eso, porque todo eso es verso. Sino por los métodos, y por lo que podía pasar […] La gente no sabe lo que fue el peronismo inicial. Todo ese primer peronismo fue una dictadura con todas las letras, y con mayúscula. Esta conversación no se podía tener en un bar. Nada. Ni en la familia, o según con quién y a puerta cerrada. No en un subte, no en un tren. Esos son los puntos a los que habíamos llegado con este buen señor. Que después cambió, vino [en 1973], parecía un viejo bueno, la gente se queda con esa imagen, o los jóvenes que no conocieron [el primer peronismo], ven eso y bueno, se quedan con eso. Pero yo conocí la realidad. Tomar un diario, cualquiera, ¿eh?, y todas las hojas, todas, todas, todas: “Perón”