Él sonrió irónicamente.
–¿Cuándo he sido yo agradable?
–Siempre lo eres. Puede que parezcas un tipo duro, con todos esos músculos, pero…
–¿No lo soy? –preguntó Tobias, riéndose.
–Eres duro, ¡pero también eres agradable!
–Bueno, pero no se lo digas a nadie. No puedo permitir que se difundan esos rumores.
Ella puso los ojos en blanco.
–No pudo creer que la gente no lo vea por sí misma.
La abuela de Maya pensaba que él no tenía ni un ápice de bueno. Y, debido a lo que había hecho, él creía más a Susan que a los demás.
–¿Cuántas de estas galletas fabulosas te quedan?
–¿De esta hornada? Solo doce –dijo la niña señalando la bandeja que había detrás de la vitrina–. Pero mañana haré más.
–Bueno, no debería llevármelas todas. Entonces, no tendrías más para vender durante el resto del día, y es necesario que las pruebe la mayor cantidad de gente posible. Así que… dame seis.
A ella se le iluminó la cara.
–¿Seguro? ¿Te han gustado tanto?
Se las habría comprado aunque supieran a tierra, pero, por suerte, sí que le gustaron.
–Para mí, son estupendas. Y seguro que saben mejor que un sándwich de helado.
–¡Sí! ¿Quieres que te haga uno?
–Ahora no puede ser –dijo él. No quería estar allí tanto tiempo–. Atticus me está esperando en el Blue Suede Shoe. Quiere ganarme otra vez a los dardos.
Ella se echó a reír, porque Atticus le ganaba a todo el mundo a los dardos.
–No te apuestes tanto dinero como la última vez –le aconsejó.
–Vamos, ten algo de fe en mí.
Maya envolvió las galletas y se las cobró, pero no le entregó la bolsa.
–Antes de que te vayas, quería decirte una cosa. Pero no quiero que te sientas mal.
–¿Qué pasa? No tendrá nada que ver con tu abuela, ¿verdad?
–No, no. Es sobre el tío Atticus.
–¿Qué pasa con el tío Atticus?
Ella se mordió el labio nerviosamente.
–Creo que es una cosa de la que no debería hablar, pero quiero arreglarlo, así que a lo mejor estaría bien decírtelo. ¿Me entiendes?
–No, estoy completamente perdido. ¿Podrías explicármelo con un poco de claridad?
Ella exhaló un suspiro.
–Pero… ¿me prometes que no te vas a sentir obligado a hacerlo? Porque solo es una idea…
–Estoy abierto a todas tus ideas. ¿De qué se trata?
–En realidad…, a lo mejor no debería decir nada. Mi madre me dijo que no te lo dijera.
–Maya, es evidente que hay algo que te preocupa. Dime de qué se trata.
–No es nada grave. Es solo que…, bueno, el tío Atticus vio un vídeo y se emocionó mucho. Lo sé porque lo ha visto muchas veces. Y tú eres muy grande, y fuerte. Y vas todo el rato.
–Sigo sin entenderlo. ¿Adónde voy yo todo el rato?
–¡De senderismo!
–¿De eso es el vídeo?
–Sí. Era de un hombre que llevaba a su amigo, que es como Atticus, a caballo, cuando iba a andar por el monte.
–Porque…
–Porque el amigo quería ir, pero no podía andar –dijo ella, con exasperación, como si fuera evidente.
Tobias entendió, por fin, lo que quería decirle, y notó que se le aceleraba el pulso.
–Un hombre sin discapacidad llevando a hombros a un hombre discapacitado porque es la única manera de que pueda experimentarlo también.
–Sí. Y yo pensé que… –dijo Maya, con timidez.
–Que yo podía hacer lo mismo por Atticus.
Ella asintió.
–Para su cumpleaños, este verano. Estoy segura de que le encantaría ver Yosemite. Mis padres me llevaron por mi cumpleaños y yo le conté lo bonito que era, y le enseñé fotos, pero él no pudo estar con nosotros y verlo con sus propios ojos. Hay muchos sitios a los que no puede ir.
Tobias no sabía qué decir. No era porque no quisiera hacerlo; estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ayudar a Atticus a tener una vida más plena. Pero ¿sería capaz de llevar a hombros a otra persona mientras subía Yosemite? La mayoría de las rutas del parque no eran fáciles ni siquiera sin peso en la espalda.
–¿Y cómo llevaba al otro hombre? –le preguntó a Maya–. ¿Cómo lo sujetaba? ¿Con algún tipo de arnés?
–Sí, eso parecía. Con una de esas cosas que utilizan los padres para llevar a sus hijos.
Los niños eran pequeños y no pesaban demasiado, pero… Aunque Atticus no era tan grande, tenía que pesar cerca de setenta y cinco kilos.
Sin embargo, una vez había leído que los militares llevaban encima unos setenta kilos de equipamiento cuando iban a la batalla. Si lo planeaba bien y hacía descansos frecuentes durante el ascenso, tal vez fuera posible.
–Tendríamos que encontrar uno que fuera cómodo –dijo, pensando en voz alta–. Y yo tendría que entrenarme mucho. Tendría que llevar una mochila cada vez más pesada hasta que consiguiera la fuerza necesaria.
–Seguro que podrías –dijo ella, con entusiasmo.
Tobias pensó que sería inteligente calmar un poco aquella emoción.
–Aunque yo lo consiguiera, no sé si él estaría dispuesto, Maya. Una cosa es experimentar una caminata por la montaña y otra sentirse tan dependiente. Atticus cuida muy bien de sí mismo, y tal vez no quiera que otro hombre lo lleve encima. Sobre todo, yo.
–No, tú le caes muy bien –dijo ella–. Seguro que te lo agradecería.
¿Era cierto eso? ¿Querría Atticus hacer algo así?
Si quería, él estaba dispuesto a ayudar. Sin embargo, antes de ofrecerse, tendría que asegurarse de que era capaz de hacerlo. Y, después… ¿cómo iba a proponérselo? «Eh, Atticus, me gustaría llevarte a hacer senderismo a Yosemite, y tú quieres venir conmigo, ¿a que sí? Después de todo, yo soy el tipo que te disparó».
Eso funcionaría muy bien, sobre todo, con Susan, si se enteraba. ¿Y si se caía y volvía a hacerle daño a Atticus?
Aquello era lo que más miedo le daba…
–¿Qué piensas? –le preguntó Maya, mirándolo con esperanza.
–Pienso que tienes un corazón de oro, niña. Pero no le cuentes esto a nadie más, ¿de acuerdo? Vamos a pensarlo bien durante un tiempo.
Ella asintió.
–De acuerdo.
–¿Me lo prometes?
–Sí, te lo prometo.
–Muy bien.
Tobias tomó la bolsa de galletas y salió rápidamente de la tienda, pero no porque temiese que Susan pudiera aparecer en cualquier momento. No quería que su sobrina se diera cuenta de lo mucho que le había afectado su sugerencia. Solo con pensar en llevar a Atticus hasta el Half Dome, mostrarle lo que