El modo en que respondía a Kate ponía en peligro todo aquello. Le hacía añicos el cerebro y se burlaba de todo lo que consideraba primordial. Así que tenía que dejar que se fuera y ya. Ni siquiera se lo estaba poniendo difícil. Al ponerse de pie, atusarse la ropa y girar la cabeza hacia la puerta, tomando claramente el silencio de Theo como asentimiento, le estaba facilitando la mejor conclusión que podía esperar para la tarde.
Y, sin embargo, no era la conclusión que él quería. Ni por asomo. Quería tenerla tumbada en horizontal debajo de su cuerpo. Quería pasarse la noche recorriendo con las manos cada centímetro de aquel cuerpo glorioso para ver si era tan suave como parecía. Quería descubrir qué sonidos haría cuando alcanzaba el orgasmo, y con un instinto primitivo que nunca imaginó poseer, quería ser el primer hombre que la llevara a hacer aquellos sonidos.
Estaba perdiendo la batalla por el control. Cuando Kate llegó a la puerta, a un segundo de salir de su vida para siempre, Theo pensó que no debería dejarla salir de allí con la autoestima baja sin ninguna necesidad, pensando que nadie la deseaba cuando había alguien que sin duda sí lo hacía.
Él.
–Espera –dijo bruscamente levantándose sin saber muy bien qué estaba haciendo.
Kate se quedó quieta con la mano en el picaporte y se dio la vuelta con expresión confundida.
–¿Qué pasa?
Theo se paró delante de ella, lo bastante cerca como para poder tocarla. Pero se metió las manos en los bolsillos para no hacerlo.
–Hay una cosa más. Estás equivocada sobre lo de ser deseable. Eres muy, muy deseable.
Theo vio cómo el pulso se le aceleraba en la base del cuello–. Y te lo puedo demostrar.
–¿Ah, sí? –preguntó ella alzando la barbilla y arqueando una ceja–. ¿Y cómo?
Kate tenía los inocentes ojos abiertos de par en par, y entonces Theo se dio cuenta de que respiraba casi jadeando y que estaba mirándole los labios.
–Así –murmuro dando un paso adelante, tomándole el rostro entre las manos y apoyando la boca con fuerza en la suya.
Theo se movió con tal rapidez, de un modo tan inesperado, que durante una décima de segundo, Kate no supo qué estaba pasando. Estaba demasiado ocupada intentando procesar el seísmo que la había atravesado cuando le pidió que esperara y se lanzó hacia ella con la trayectoria fija de un misil. La firmeza de la mandíbula, la mirada ardiente y el tono ronco habían hecho que Kate se estremeciera de la cabeza a los pies. Y cuando se paró delante de ella con la tensión emanándole de todos los poros, algo dentro de Kate cobró vida y le hizo hervir la sangre. Y luego sus palabras. ¿Deseable? Sí, claro. No supo qué la llevó a pedirle una prueba de ello ni sabía qué esperaba, pero ahora que la estaba tocando, abrazándola y besándola como si le fuera la vida en ello, y desde luego Theo no parecía ser la clase de hombre que hiciera algo que no quisiera.
Kate cerró los ojos y se apoyó en él, besándole a su vez. Theo le puso las manos en la cintura, y en aquel instante, la química que Kate no había sabido identificar antes por ignorancia se encendió. En cuanto sus lenguas se encontraron, Theo gimió y la besó más apasionadamente y con destreza. Un líquido caliente le recorrió las venas y se le asentó entre las piernas. Kate movió instintivamente las manos por su espalda y él movió las caderas. Entonces sintió la dureza de su erección presionándole el abdomen, y de pronto deseó sentirlo en su interior con un deseo desgarrador.
Todo pensamiento racional se evaporó de su mente, y sus sentidos se apoderaron de la situación con asombrosa ferocidad. No era consciente de nada más que de Theo, la solidez de su ancho pecho contra su piel, su masculino aroma y el embriagador sabor de su boca.
Kate exhaló un ligero gemido y él la apretó de pronto contra la puerta, atrapándola con su grande y duro cuerpo.
Pero ella no se quejaba. ¿Por qué iba a hacerlo si se sentía viva y en llamas y por primera vez en su vida sentía que alguien la deseaba? Por eso cuando Theo retiró las manos de su rostro y se las volvió a poner en la cintura, Kate le garantizó mejor acceso arqueando ligeramente la espalda y rodeándole el cuello con los brazos. En respuesta, Theo le subió la falda con una mano. Ella sintió una poderosa oleada de deseo y se apretó instintivamente contra su cuerpo para aliviar la creciente tensión. Entonces él le deslizó la mano bajo la blusa, cubriéndole un pecho y deslizando el pulgar por su tirante pezón.
Era como si el encaje del sujetador no estuviera allí, porque Kate sintió el calor de su mano como una marca de fuego. La fricción resultaba casi insoportable y, sin embargo, Kate quería más. Así que apretó las caderas un poco más, y las chispas de electricidad que le recorrieron el cuerpo le resultaron tan exquisitas y poderosas que se puso tensa instintivamente y jadeó…
Y el hechizo que aquel deseo salvaje y desesperado había creado alrededor de ellos se disipó.
Theo se quedó instantáneamente paralizado, como si le hubieran arrojado por encima un cubo de agua helada. Apartó las manos de ella y dio un paso atrás soltando una palabrota. Parecía asombrado. Tenía la mirada oscurecida y respiraba con dificultad.
–Esto no tenía que haber pasado –murmuró pasándose las manos por el pelo, claramente tan impactado por la fuerza de la química entre ellos como Kate.
No, estaba claro que no, pensó atusándose la ropa con manos temblorosas, inmensamente agradecida de tener la puerta detrás para apoyarse en ella.
–Lo siento.
Theo la miró fijamente antes de alzar las cejas.
–¿Qué? No –gruñó frotándose la cara con las manos mientras negaba con la cabeza–. No, no tienes nada que sentir. Soy yo quien ha cruzado la línea. Te pido disculpas.
–Creí que no había líneas.
–Sí, hay una –los ojos de Theo brillaron y Kate se estremeció–. Y deberías irte.
–¿Y si no qué? –lo retó ella respondiendo al tono de advertencia que había en su voz
Theo dejó escapar una carcajada rápida y sin asomo de humor.
–No quieres saberlo.
–Sí quiero.
–Muy bien –le espetó él– Si no te vas, cruzaremos esa línea juntos y tu virginidad será historia.
Sus palabras se quedaron durante unos instantes flotando en el espacio entre ellos, cargando el aire de electricidad y tensión, y luego Kate tragó saliva. Dios, ¿qué estaba diciendo?
–¿Hablas en serio? –preguntó con voz ronca–. ¿Quieres tener sexo conmigo?
Él la miró a los ojos mientras metía las manos en los bolsillos.
–Sí –afirmó dando un paso atrás–. Así que por tu propio bien, te sugiero que te vayas, Kate. Ahora.
Era un consejo excelente. De eso no cabía duda. La tarde había dado un giro inesperado. Kate se sentía como si no hiciera pie y corriera el peligro de ahogarse. Pero no quería irse. No quería sentirse segura. Quería más besos salvajes como los de antes, más oscuridad magnética y pasión arrebatadora. Y lo quería con una urgencia que le resultaba asombrosa.
La fuerza de sus sensaciones tendría que haberla hecho sentirse recelosa. Pero se sentía llena de vida. Hacía años que quería liberarse de su virginidad. Por muy increíble que pareciera, Theo parecía estar a punto de quitársela, y deseaba desesperadamente que lo hiciera. Así que al diablo con las consecuencias. ¿Y qué si Theo y ella vivían en mundos completamente distintos? Ni que fueran a encontrarse de nuevo. Además, los últimos acontecimientos le habían enseñado que la vida era corta y, sinceramente, prefería arrepentirse de lo que había hecho que de lo que no había hecho.
Aspiró con fuerza