El amante de Lady Chatterley. D. H. Lawrence. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: D. H. Lawrence
Издательство: Bookwire
Серия: Clásicos
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786074570007
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      El amante de Lady Chatterley

      El amante de Lady Chatterley (2020) D. H. Lawrence

      Editorial Cõ

      Leemos Contigo Editorial S.A.S. de C.V.

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      Edición: Noviembre 2020

      Imagen de portada: Sarah Goodridge. Original from The MET museum. Digitally enhanced by rawpixel.

      Traducción: Benito Romero

      Prohibida la reproducción parcial o total sin la autorización escrita del editor.

      Lady Chatterley o la Gran Bretaña frente al espejo

      Prólogo

      El amante de Lady Chatterley no sólo es la historia de Constance Chatterley, su marido el baronet Clifford Chatterley y el guardabosques Oliver Mellors, también es una aguda radiografía de la idiosincrasia de una Gran Bretaña en tránsito entre dos épocas y enfrentada consigo misma, que se debatía entre los últimos vestigios señoriales propios del paisaje bucólico y rural, ensuciado ya por la extracción de carbón, necesaria para el funcionamiento de las grandes máquinas, y las ciudades cosmopolitas fruto de la Revolución Industrial. Era un tiempo incierto para un país aturdido por los aires de cambio que tenía un pie en el pasado y otro en la modernidad, que aún estaba herido por la Primera Guerra Mundial y sostenía precariamente las añejas costumbres y estructuras sociales heredadas del siglo XIX que se hallaban a punto de derrumbarse.

      Quizá por ello esta novela de David Herbert Lawrence, una de las más escandalosas de su tiempo, resultó demasiado para un Reino Unido roto y en transición: no sólo por las descripciones explícitas del intercambio carnal, sino también por retratar la decadencia de la vieja Inglaterra, encarnada por Clifford Chatterley, y su metamorfosis en una nación mecanizada, con un nuevo estilo de belleza urbana, ajena a la fealdad de la pobreza rural y abierta a valores liberales que constituían un atentado ideológico y moral contra la “organicidad natural” del antiguo régimen, como la movilidad de clases que representa Oliver Mellors y el vivo deseo de Constance por un sirviente de su marido. Así, El amante de Lady Chatterley vio la luz en Florencia en 1928, en una edición privada, y sólo fue publicada en la Gran Bretaña en 1960.

      Si bien desde la perspectiva de nuestra actualidad la narración parece ingenua, incluso en sus momentos más eróticos, y exagerada la conmoción que causó, vista con los ojos de los años veinte del siglo pasado es fácil advertir por qué fue tan incómoda. Además de profundizar en la insumisa sexualidad de Constance, abundando en las razones psicológicas de su desencanto, Lawrence también lanzó dardos de ironía contra la escena literaria e intelectual de su momento —la misma que lo calificó de pornógrafo e impidió la publicación del libro—, sostuvo un discurso antibelicista y añadió una sutil representación de la homosexualidad masculina como algo casi natural. A la vez, dentro de una sociedad en la que el feminismo iba en ascenso y Freud todavía era una moda, ofreció buenas razones para la rebeldía de la protagonista y su desobediencia conyugal, y acabó por ponerse de su parte, en el polo contrario del rancio conservadurismo de la aristocracia terrateniente.

      La novela no sólo es un espejo de su tiempo, sino un continuo juego de contrastes y reflejos opuestos que van más allá de los registros paisajísticos: Constance Chatterley es una mujer educada, moderna, capaz de sostener opiniones y tomarse libertades íntimas y de clase; está muy consciente de sus inquietudes sexuales y de su necesidad de satisfacerlas, pero también conoce la abnegación, la abstinencia y el placer derivado del intelecto: de ahí su conexión con Clifford, su marido discapacitado, para quien el sexo es una urgencia poco importante en comparación con sus preocupaciones artísticas y su voraz apetito de éxito; por eso mismo, no le molesta la posibilidad de que su mujer sea infiel siempre que, de preferencia, lo sea con alguien de su misma clase y con algo de inteligencia.

      De igual forma, en oposición a la defensa de los valores puritanos de la vieja Inglaterra que comparten los amigos de Clifford, el bolchevismo —término que en la novela resume las luchas sociales de las masas tras el triunfo de la Revolución de Octubre— es definido, en medio de charlas ilustres en la augusta propiedad de los Chatterley, como una máquina que absorbe al ser humano impulsado por el odio a la burguesía, que a su vez es el paradigma del individualismo. Para Clifford ese odio, esa desconexión orgánica que mueve a la crítica literaria de la que se burla acremente, es la misma fuerza visceral que devasta los campos envenenados y consume los antiguos castillos solariegos como lo consume a él; un odio físico que obtiene su alimento de los aires de cambio y que, sin que Clifford lo sepa, forma parte de él mismo.

      A su vez, en el extremo más distante de Clifford y su afectado refinamiento está Oliver Mellors, antiguo miembro del ejército que ha elegido el oficio de guardabosques y la austera soledad de su cabaña. Miembro de la clase baja, pero hombre culto hecho de lecturas y siervo altivo, retador, uno de los que no inclinan la cabeza, Mellors es un hombre a caballo entre el régimen que agoniza y el reinado de la máquina, aunque ha renunciado a ambos. Carente de ambiciones, sólo la pasión es capaz de sacudir su tedio: ese será su vínculo con Constance Chatterley.

      Más allá de este entramado de contrastes y reflejos sociales, y de su incisivo análisis psicológico, histórico y contextual, Lawrence —observador mordaz— tuvo la sorpresiva capacidad de prever asuntos muy lejanos a su época, como la fertilización in vitro, que proponía como una opción para que las mujeres dejaran de preocuparse por la maternidad, y la internet. Cito: “En nuestros días los confines del mundo están a cinco minutos de Charing Cross. Mientras las conexiones inalámbricas están activas, en la tierra no hay lugares lejanos”. Esa oración podría haber sido escrita en la Inglaterra de hoy, y ser aún su reflejo.

      No es de extrañar entonces que El amante de Lady Chatterley resultara una novela escandalosa y adelantada a su tiempo. No fue, tampoco, la primera obra de Lawrence que pasó por manos censoras —su publicación en el Reino Unido tuvo lugar tras un largo juicio casi cuarenta años después de la primera edición italiana—; su tercera novela, El arco iris (1915), corrió la misma suerte tras una investigación por obscenidad. Muchos años más tarde, tras la prohibición de El amante..., Lawrence respondió a sus detractores con una serie de versos satíricos y un ensayo sobre el tema: Pornografía y obscenidad.

      David Herbert Richard Lawrence nació el 8 de septiembre de 1855 en el pueblo minero de Eastwood, Inglaterra, punto de referencia al que solía regresar en su trabajo literario. Fue hijo de Arthur John Lawrence, un minero casi analfabeto, y de la docente Lydia Beardsall. Obtuvo su primer reconocimiento al ganar un concurso de relatos breves del diario Nottingham Guardian. Posteriormente, en 1908, se trasladó a Londres y se dedicó a la enseñanza hasta 1911, año en que, tras una grave neumonía, dejó su trabajo como profesor para entregarse por entero a la escritura.

      Amigo de Katherine Mansfield y de Aldous Huxley, y elogiado a contrapelo de la crítica por E. M. Foster, quien lo llamó “el novelista imaginativo más grande de nuestra generación”, pasó gran parte de su vida en un intenso peregrinaje con la salud quebrantada por la neumonía, la malaria y la tuberculosis. A pesar de ello, y del hostigamiento que sufrió por su obra, se movía cómodamente en varios géneros: lo mismo escribió novelas, libros de cuento, ensayo y poesía, obras teatrales y crónicas de viaje que ejercicios de crítica literaria y traducciones. El amante de Lady Chatterley es su novela más conocida.

      I

      La nuestra es esencialmente una época trágica, así que nos negamos a asumirla de manera trágica. Ha ocurrido el cataclismo, nos hallamos entre las ruinas y comenzamos a construir pequeños hábitats, a crear nuevas esperanzas. Es un trabajo pesado, no hay un camino terso hacia el futuro: pero rodearemos los obstáculos o pasaremos sobre ellos. Hemos de vivir, no importa cuántos firmamentos se hayan desplomado.

      Esta era a grandes rasgos la posición de Constance