SÓCRATES: —Cierto es, Eudico, que con gusto preguntaría a Hipias sobre algunas de las cosas que ha dicho respecto a Homero. He oído decir a tu padre Apemantes, que la Ilíada de Homero era mejor poema que la Odisea, siendo aquel más bello que éste, tanto cuanto Aquiles es superior a Ulises; porque sostenía que estos dos poemas están hechos en alabanza el uno de Aquiles y el otro de Ulises. Desearía saber de Hipias, si no lo lleva a mal, lo que piensa de estos dos héroes y a cuál de los dos juzga superior, ya que nos ha dicho tantas cosas y de tantas especies sobre diferentes poetas, y en particular sobre Homero.
EUDICO. —De seguro que, si haces alguna pregunta a Hipias, no tendrá ninguna dificultad en contestarte. ¿No es cierto, Hipias, que responderás a Sócrates, si te pregunta? O si no, ¿qué harás?
HIPIAS: —Me equivocaría grandemente, si acostumbrado como estoy a ir siempre desde Elide, mi patria, a Olimpia, en medio de la asamblea general de los griegos, cuando se celebran los juegos, y presentarme en el templo para hablar sobre la materia que se quiera, de las que yo llevo preparadas para probar mi ciencia, o bien para responder a todo lo que quieran preguntarme, me negara hoy a contestar a las preguntas de Sócrates.
SÓCRATES. —Dichoso tú, Hipias, si a cada olimpiada te presentas en el templo con el alma tan llena de confianza en tu propia sabiduría, y me sorprendería mucho que hubiese un atleta que se presentase en Olimpia para combatir con la misma seguridad y contando con las fuerzas de su cuerpo, como cuentas tú, según dices, con las del espíritu.
HIPIAS. —Si tengo buena opinión de mí mismo, no es sin fundamento, Sócrates; porque desde que comencé a concurrir a los juegos olímpicos, no he encontrado ningún adversario que me haya aventajado.
SÓCRATES. —Ciertamente, Hipias, tu nombradía es un monumento brillante de sabiduría para tus conciudadanos de Élide y para los que te dieron el ser. ¿Pero qué dices de Aquiles y de Ulises? ¿Cuál de los dos, a tu parecer, es preferible al otro y en qué? Cuando estábamos muchos en esta sala, y dabas tú pruebas de tu saber, yo perdí una parte de las cosas que dijiste, porque no me atrevía a interrogarte a causa de la multitud que estaba presente; y por otra parte temía interrumpir con mi pregunta tu exposición. Ahora que somos pocos y que Eudico me precisa a interrogarte, habla y explícanos claramente lo que decías de estos dos hombres, y qué diferencia encuentras entre ellos.
HIPIAS. —Quiero, Sócrates, exponerte con mayor claridad aún que antes lo que pienso de ellos y de los demás. Digo, pues, que Homero ha hecho a Aquiles el más valiente de cuantos se presentaron delante de Troya; a Néstor el más prudente, y a Ulises el más astuto.
SÓCRATES. —En nombre de los dioses, Hipias, ¿querrás hacerme un favor? El de no burlarte de mí, si comprendo con dificultad lo que me dices y si soy importuno con mis preguntas; trata más bien de responderme con dulzura y complacencia.
HIPIAS. —Sería bochornoso para mi, Sócrates, que cuando enseño a los demás a hacer lo que tú dices, y en este concepto creo poder cobrar dinero, no tuviese, al preguntarme tú, indulgencia para contigo y no te respondiese con dulzura.
SÓCRATES. —Es imposible hablar mejor. He creído comprender tu pensamiento, cuando dijiste que Homero ha hecho a Aquiles el más valiente de los griegos y a Néstor el más prudente; pero cuando añadiste que el poeta había hecho a Ulises el más astuto, te confieso, puesto que es preciso decirte la verdad, que no te he comprendido del todo bien. Quizá lo concebiría mejor de esta manera. Dime: ¿es que Aquiles no es presentado también como astuto por Homero?
HIPIAS. —De ninguna manera, Sócrates; antes lo presenta como el hombre más sincero. Cuando el poeta nos los muestra conversando juntos en las Oraciones.[2] Aquiles habla a Ulises en estos términos: «Noble hijo de Laertes, sagaz Ulises, es preciso que te diga sin rodeos lo que pienso y lo que quiero hacer, porque aborrezco tanto como a las puertas del infierno al que oculta una cosa en su espíritu y dice otra. Por lo tanto, yo te diré lo que quiero hacer».[3] Homero pinta en estos versos el carácter de ambos. Aquí se ve que Aquiles es veraz y sincero, y Ulises mentiroso y astuto, porque Ulises es el que Aquiles tiene en la mente al decir estos versos, que Homero pone en su boca.
SÓCRATES. —Ahora, Hipias, creo comprender lo que dices. Por astuto entiendes ser mentiroso.
HIPIAS. —Sí, Sócrates, y ése es el carácter que Homero ha dado a Ulises en muchos pasajes de la Ilíada y de la Odisea.
SÓCRATES. —Homero creía, por lo tanto, que el hombre veraz y el mentiroso son dos hombres, y no el mismo hombre.
HIPIAS. —¿Y cómo podría creer otra cosa?
SÓCRATES. —¿Luego tú piensas lo mismo?
HIPIAS. —Seguramente, y sería cosa rara que tuviera otra opinión. Éste era el titulo, entre los antiguos, del noveno libro de la Ilíada.
SÓCRATES. —Pues abandonemos a Homero, tanto más cuanto que nos es imposible exigir de él lo que tenía en la mente al hacer estos versos. Pero puesto que tú haces causa común con él y que la opinión que atribuyes a Homero es igualmente la tuya, respóndeme por él y por ti.
HIPIAS. —Estoy conforme. Propón en pocas palabras lo que deseas.
SÓCRATES. —¿Crees que los mentirosos son hombres incapaces de hacer nada, como son los enfermos, o los consideras como hombres capaces de hacer algo?
HIPIAS. —Los tengo por muy capaces de hacer muchas cosas, y sobre todo de engañar a los demás.
SÓCRATES. —Según lo que dices, los astutos son igualmente gentes capaces, a lo que parece; ¿no es así?
HIPIAS. —Sí.
SÓCRATES. —¿Los astutos y los mentirosos son tales por imbecilidad y falta de buen sentido, o por malicia en que tiene parte la inteligencia?
HIPIAS. —Por malicia ciertamente y por inteligencia.
SÓCRATES. —¿Luego son inteligentes según todas las apariencias?
HIPIAS. —¡Sí, por Júpiter!, y grandemente.
SÓCRATES. —Siendo inteligentes, ¿saben o no saben lo que hacen?
HIPIAS. —Lo saben perfectamente bien, y porque lo saben hacen mal.
SÓCRATES. —Sabiendo lo que saben, ¿son ignorantes o instruidos?
HIPIAS. —Son instruidos en este punto, es decir, en el arte de engañar.
SÓCRATES. —Alto por un momento; recordemos lo que acabas de decir. Los mentirosos, en tu opinión, son capaces, inteligentes, sabios y hábiles en las cosas respecto de las que son mentirosos.
HIPIAS. —Lo sostengo.
SÓCRATES. —Los hombres sinceros y los mentirosos difieren entre sí, y son al mismo tiempo muy opuestos los unos a los otros.
HIPIAS. —Es lo mismo que yo digo.
SÓCRATES. —Los mentirosos, a juzgar por lo que tú dices, son del número de los hombres capaces y hábiles.
HIPIAS. —Sin duda.
SÓCRATES. —Cuando dices que los mentirosos son capaces e instruidos en el arte de engañar ¿entiendes por esto, que tienen la capacidad de mentir cuando quieren, o que son inhábiles respecto de las cosas en que mienten?
HIPIAS. —Entiendo, que tienen esta capacidad.
SÓCRATES. —Luego, para decirlo de una vez, los mentirosos son instruidos y capaces en punto a mentiras.
HIPIAS. —Sí.
SÓCRATES. —Por consiguiente, el hombre incapaz e ignorante en este género no es mentiroso.
HIPIAS. —No.
SÓCRATES.