¿Qué tenía eso que ver con Addi?
Poco después de que Royce ocupara el puesto de presidente y de que Taylor anunciara que estaba embarazada, Bran había empezado a pasar más tiempo en la oficina y, en consecuencia, a prestar más atención a su secretaria. Addi, ya fuera por restarle importancia a aquella sugerencia incómoda de que hacían buena pareja o simplemente por no herir su ego, parecía estar presente más de lo habitual.
Admiraba su desenvoltura y aplomo incluso cuando trataban los temas más nimios de trabajo. Se había fijado en sus piernas, largas y finas, y se había preguntado si sería como consecuencia de correr o de practicar yoga. Tampoco le había pasado por alto que siempre pedía la comida a algún restaurante cercano y que se quedaba a trabajar hasta tarde cuando él lo hacía.
En resumen, todo parecía indicar que era soltera.
El comentario de Taylor se había hecho un hueco en su subconsciente. Había empezado a pensar en Addi con frecuencia y no solo en el plano profesional, y de ahí la extraña conversación de aquella mañana. Por increíble que pareciera, le estaba resultando más difícil tratar con ella que con Taylor después de haber estado a punto de pedirle matrimonio.
El hecho de que se cumpliera el primer aniversario de Addi trabajando en ThomKnox era significativo. Si quería que siguiera allí, tenía que arreglar lo que estaba roto. No estaba seguro de si lo conseguiría con un café y un pastelito, pero al menos era un primer paso.
Fuera, bajo el sol californiano, el edificio de oficinas se elevaba sobre una explanada de césped salpicada de palmeras y flores, que atravesaron hasta la cafetería de enfrente. El Gnarly Bean servía el mejor café de todo el estado.
–Me encanta este sitio.
Los labios de Addison se curvaron en una sonrisa que hizo resplandecer su mirada azul. Iba vestida de amarillo y llevaba el pelo recogido en una coleta. Era imposible que su belleza pasara desapercibida. Se había dado cuenta el mismo día en que la había contratado, pero no le había dado importancia. Antes de su obsesión por convertirse en presidente, se le había dado muy bien compartimentar su vida.
Bran tiró del pomo cilíndrico de la puerta de cristal y le hizo un gesto para que lo precediera, deteniéndose un instante para deleitarse con el aroma del café. ¿Había algo más placentero en la vida que un buen café?
De manera automática, los ojos se le fueron a las piernas de Addi. Sí, había otras cosas más placenteras.
–Yo invito –le recordó al verla buscar la cartera.
Por un segundo, le pareció que sus brillantes ojos azules se posaban en su boca antes de que sus labios pronunciaran un «gracias». Seguramente se lo había imaginado.
Después de todo lo que había pasado durante los últimos meses, lo peor era que no se reconocía. No le había pedido salir a Taylor porque sintiera algo por ella, sino porque pensaba que su unión le convertiría en un mejor candidato. Era como si un extraterrestre se hubiera apoderado de su cuerpo. Bran era el Knox simpático y despreocupado; Royce, el pragmático y analítico.
–Deberíamos hacer esto más a menudo –dijo Bran.
Ella lo observó atentamente, con gesto indescifrable.
Todo iba bien de momento.
–Buenos días, Addi.
El barbudo camarero la recibió junto a la barra con una sonrisa, a la vez que tensaba los músculos de sus antebrazos para llamar la atención sobre sus tatuajes. Patético.
–Hola, Ken, ¿cómo estás?
Addi lo saludó con efusividad y Bran se sintió celoso. ¿Acaso le gustaban los tipos con barba y tatuajes?
De repente se sintió como un aburrido oficinista trajeado cuyo único cometido fuera pagarle el sueldo. Nunca le había interesado a quién le sonreía Addi hasta que había dejado de sonreírle a él. Echaba de menos la tranquilidad de los buenos tiempos, de cuando eran simplemente jefe y secretaria, antes de que Taylor dijera que hacían buena pareja y de que Royce sugiriera que su mujer perfecta estaba más cerca de lo que pensaba.
Siempre había disfrutado del día a día sin preocuparse del futuro. Qué tiempos.
Ken dijo una tontería y Addi rio, seguramente por cortesía. Bran se colocó entre ellos y la sonrisa de Ken se tornó desafiante.
–Quiere nata montada encima y le he prometido darle todo lo que quiera. Hoy es nuestro primer aniversario, ¿verdad, Addi?
Ella se sonrojó y sonrió tímidamente ante el comentario de Bran.
–Sí –convino ella.
–Enhorabuena –dijo Ken y tocó la pantalla para introducir la comanda.
A pesar de su felicitación, Bran no pensaba que lo decía en serio.
Y aunque estaba decidido a retomar la vía para ganarse de nuevo la confianza de su secretaria, le parecía conveniente asegurarse de que Ken no pisara terreno en el que no era bienvenido. Además, Addi podía aspirar a alguien mejor que aquel camarero peludo, así que debía poner a aquel tipo en su lugar.
Después de todo, ¿no debían los jefes proteger a sus empleados más preciados?
Capítulo Dos
Addison estaba rememorando el comportamiento de Bran en el Gnarly Bean del día anterior cuando Taylor Thompson apareció en su despacho.
–Toc, toc. Deberías pedir que te pusieran una puerta. Cualquiera se te cuela aquí.
Taylor se refería al panel que separaba a Addi del resto de la oficina y del despacho de Bran, que estaba a la izquierda de su mesa.
–Eres la directora de operaciones. Puedes venir cuando quieras.
–Ay, Addi. Me siento como una foca.
Taylor se pasó la mano por el vientre abultado que se adivinaba bajo su vestido negro de Dolce& Gabbana.
–Tonterías, estás muy guapa. ¿Qué tal va todo? –preguntó Addi.
–¿Te refieres al trabajo, al embarazo, a la boda o a mudarme a vivir con Royce?
La vida de Taylor había cambiado drásticamente en los últimos meses, por lo que estaba asimilando muchas cosas a la vez. No hacía tanto que Addi, al encender la luz del cuarto de la fotocopiadora, se había encontrado con Royce y Taylor besuqueándose en el armario del material.
Por suerte, esos días habían quedado atrás. En aquel momento había sentido celos de la relación de Taylor y Bran. Ahora, apenas podía creer lo inmadura que había sido. Era evidente que Taylor había encontrado en Royce a su alma gemela.
Después de aquello, Addi se había disculpado con Taylor por haberse mostrado distante, sin mencionar que estaba enamorada de Bran, y le había propuesto que fueran amigas. Le parecía una mujer tan estilosa como entrañable.
Taylor se sentó en la silla que había delante de la mesa de Addi.
–Nunca he estado tan ocupada, pero a la vez estoy contenta porque siento que he encontrado mi sitio. No sé si tiene sentido lo que digo.
–Completamente –contestó Addi sonriendo.
Ella solía pensar lo mismo hasta que Bran había empezado a actuar de una manera extraña. Como el numerito del día anterior con el camarero de la cafetería. Ken y Bran parecían haberse enfrentado en una suerte de duelo moderno. No había quien entendiera a los hombres.
–Es increíble que consiga hacer algo teniendo en cuenta que no puedo tomar cafeína –comentó Taylor.
–Yo me moriría –replicó Addi, escondiendo la taza de café detrás de la pantalla.
–Es el precio que hay que pagar por tener un hijo