Orar con la Lectio divina. Bernardo Olivera. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Bernardo Olivera
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9789874043009
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corazón se convirtió desde la más tierna infancia en una biblioteca de Cristo.

      Vayamos entonces a lo que nos convoca. Intento compartir con ustedes esta forma de oración basada en la Escritura que la Iglesia desde los primeros tiempos ha convenido en llamar lectio divina. Concretamente, trataré de explicarles en qué consiste y cuáles son los pasos o momentos de su proceso o práctica.

      La lectio divina es una forma de lectura contemplante; sigue las huellas de la tradición patrística y monástica. Ella nos permite participar en el diálogo de la salvación, asimilando la verdad salvífica contenida en la Escritura y comulgando con el Salvador.

      No se trata, pues, de una simple lectura espiritual. Ha de ser una lectura en el Espíritu de la Palabra que inspiró ese mismo Espíritu. Será siempre una lectura de Dios con ojos de esposa, con ojos de Iglesia, con los ojos de María. La lectio divina es hija del Espíritu que fecunda la Palabra. En definitiva, es una lectura meditada, prolongada en oración contemplativa; es decir, una lectura:

      imagen Sin prisa: apacible, reposada, desinteresada, leyendo por leer y no por haber leído.

      imagen Comprometida: en la que se dona toda la persona, hasta el mismo cuerpo...

      imagen Recogida: en actitud de fe y de amor, buscando un contacto vivo con la Palabra que es Dios.

      imagen Sapiencial: su meta es la comunión, saborear a qué sabe Dios, gustar de Él y morar en él.

      Quisiera también decirles que, si bien considero la lectio divina como una forma de oración contemplativa, lo cual implica un cierto método, lo más apropiado sería considerarla como una actitud. ¿Una actitud de qué tipo? De diálogo; y más profundamente, de acogida o escucha y donación o respuesta, con esperanza de comunión o contemplación, abiertos a la acción o al servicio.

      A esta altura, y con lo dicho ya habrán comprendido en qué consiste, qué es la lectio divina. Exponer su proceso nos lleva a explicar su práctica. Procuraré, en esta primera parte expresar lo esencial para despertarles el deseo de sumergirse aún más en el conocimiento y experiencia de este modo de orar.

      De acá en adelante hablo en particular a cada uno de ustedes, como si estuviéramos solos, charlando cara a cara. Aquí vamos.

      Para iniciarte en la lectio divina te sugiero proceder de este modo:

      Todos los días, a una hora privilegiada, le puedes dedicar el tiempo que normalmente se requiere para entablar un diálogo con otra persona. ¿Te parece poco unos treinta minutos? Al principio te conviene saber con anticipación lo que vas a leer. Lo más sencillo es esto: tomar el evangelio del día. Así evitarás la tentación de perder tiempo buscando un texto que te caiga bien. Te ayudará también, cuando la cosa se ponga ardua, a no andar picoteando un poco aquí, otro poco allá, sin terminar de sacarle el jugo a nada. De esta manera, además, la lectio divina resultará una buena preparación o prolongación de la misa diaria.

      ¡¿Qué?! ¿Me dices que no tienes una Biblia? ¡Pues cómprala! Es una inversión vital. La de Jerusalén es cara; sin embargo te ahorrará consultar otros libros: está llena de notas aclaratorias y buenísimas introducciones; alguna que otra vez la traducción resulta dura, pero lo anterior compensa. La Biblia de Nuestro Pueblo y El libro del pueblo de Dios son también excelentes. Sea la que sea, ¡trátala con cariño! como a las cartas de tu novia, de un amigo, de tu madre, de alguien que te quiere y quieres muchísimo. El cuidado y respeto que muestres por tu Biblia será índice de tu fe en la presencia de Dios que en ella anida.

      Ahora bien, no has de considerar los pasos del proceso como los peldaños de una escalera. Tampoco se trata necesariamente de momentos sucesivos. Se trata más bien de un movimiento vital y unitario, pero que admite distinciones. Por ejemplo, cuando caminas mueves alternadamente los pies, balanceas los brazos y conjuntamente avanzas. Se trata de una sola realidad: caminar. No obstante puedes distinguir entre un pie que avanza y otro que queda atrás... Evita, entonces, toda sistematización rígida, por más que yo al darte explicaciones pueda transmitir esa impresión. La práctica diaria se encargará de suavizar las rigideces y hará que los momentos se alternen en un orden siempre cambiante o se superpongan entre sí.

      Digamos que en la lectio divina podemos distinguir un prólogo y una sucesión compenetrada, natural y espontánea de momentos o experiencias espirituales: lectura, meditación, oración, contemplación. En cada uno de ellos tu fe se va enamorando más y más y logras asimilar la Palabra en creciente intimidad.

      Esta sucesión de momentos no es producto del ingenio creador de nadie. Tómate tiempo y verás si son un cuento. De hecho, responden a la íntima naturaleza de cualquier diálogo digno de tal nombre. ¿Acaso no podemos distinguir en el diálogo un triple ritmo de acogida, donación y comunión? Pues bien, este ritmo es el ritmo de la lectio divina; mira, si no.

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      Si lees con atención el relato de la Anunciación según san Lucas te convencerás de todo esto. Al anuncio del ángel sigue la meditación y respuesta de María y, finalmente, la encarnación del Verbo.

      Te hablé de un prólogo, ¿en qué consiste? Antes de comenzar la lectura no está de más que te pongas de rodillas, hagas la señal de la cruz o algún gesto que te exprese. Yo le doy un beso al texto y otro a una imagen de María que uso de señalador. Es que el cuerpo, manifestación de tu persona, está también invitado a participar.

      Luego puedes hacer una breve oración. Alguien me contó que siempre comenzaba la oración con una estrofa del salmo 119 (118) que al ser un salmo alfabético de veintidós estrofas, le permitía tomar una oración diferente cada día durante tres semanas. Lo probé personalmente: puedo decirte que vale la pena.

      Este prólogo del que te hablo no tiene otra finalidad que ayudarte a tomar conciencia de la cita con Dios. Él está interesadísimo en hablarte, escucharte y hasta en besarte. Que tus ojos se acostumbren a ver en la Biblia la boca de Dios: ella es un beso de eternidad, decían los antiguos.

      Si te visitara el papa Benedicto XVI ¿le dirías que viniera más tarde o lo recibirías acostado y tapado hasta la nariz porque hace frío? Estoy seguro de que no. Serías capaz de esperarlo un día entero en el aeropuerto, llueva o truene. ¡Y eso que no es más que el vicario de Cristo, el que hace sus veces!

      Y ahora sí, te largas a leer.

      Tu lectura confronta la palabra escrita: lo que está escrito ahí y no lo que tienes en tu cabeza o lo que te comentó el cura en la iglesia. Es importante que leas lo que está escrito, lo que el evangelista quiso decir: el sentido literal del texto, como dicen los entendidos. Este es el sentido que nos interesa en primer lugar cuando leemos el Nuevo Testamento. El sentido literal te enseñará gran cantidad de cosas sobre Jesús: quién es, qué dice, qué hace, qué quiere...

      Para ayudarte a captar qué dice el texto puedes tener en cuenta las siguientes reglas prácticas:

      imagen El contexto mayor: el capítulo y la sección en que se encuentra el texto que lees.

      imagen El contexto menor: lo que antecede y lo que sigue.

      imagen El contexto litúrgico: los otros textos de la misa y el clima de la fiesta o tiempo litúrgico.

      imagen Los pasajes paralelos: sean del mismo evangelio o de los otros.

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