Las pasiones alegres. Pablo Farrés. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Pablo Farrés
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Математика
Год издания: 0
isbn: 9789878341057
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se dio vuelta buscándolo con el último hilito de luz que la linterna exhalaba ya agónica. Boris había perdido una pierna. La otra era de metal. No tenía ropas. El pecho y el estómago eran el paño de un puzle bio-tecnológico –aparatos de metal incrustados entre los colgajos de carne. No tenía pulmones sino un pequeño compresor hidráulico. Tampoco estómago; en su lugar, una placa informática allí encajada. Luego hacia los costados, dos planchas de acero sostenían el amontonamiento de intestinos. No parecía tener huesos. Los brazos eran dos palancas con tenazas en las puntas. El cráneo también de metal guardaba la compostura antropomórfica. No tenía nariz, no tenía boca, solo la entrada de un tubo que se perdía hacia el interior. Todavía tenía las cuencas vacías donde en algún momento debieron existir ojos. No tenía pene, solo una mata de pelos que dejaba adivinar la piel amontonada cerrándose sobre sí misma evocando un tiempo en que allí había existido una vagina

      –Basura tecnológica, eso es lo que veo –dijo Roy y escuchó lo que esperaba: el tono agudo de su voz de mujer enmascarada bajo el ruido metálico de su garganta descascarada.

      –Tenés una sola pierna, es de metal, hay pedazos de carne que todavía la recubren –agregó Roy mientras inducido por la visión se tocaba los muñones de las piernas y sentía las puntas metálicas de una osamenta futurista que sostenía su cuerpo.

      –¿Y la otra?

      –No hay nada.

      –¿Y los brazos?

      –No tenés brazos, solo dos palancas con unas tenazas en las puntas.

      –¿Quedó algo más de carne?

      –Solo en la pierna. Hay algunos pedazos más metidos entre los aparatos que tenés en el pecho. El resto es todo metal.

      –Los ojos, decime si todavía tengo ojos.

      –No tenés ojos, solo hay dos agujeros.

      –Es increíble, ¿sabés?, no dejo de ver las cosas tal cual me las muestra el dispositivo. Veo perfectamente que estamos en la oficina de reuniones del Directorio. Por la ventana veo entrar los rayos del sol y los reflejos dibujados en el piso. Puedo contarte cómo son los dibujos de las cerámicas.

      –Tampoco tenés nariz, ni orejas ni boca. La carne se habrá podrido y desgajado de a poco.

      –Me describís como los restos de un cadáver incrustado en chatarra, pero me siento perfectamente, tan bien que ni siquiera me siento.

      –¿Esto es lo que querías que vea por vos?

      –No te das una idea de lo que significa lo que me contás. Toda mi vida sentí que estaba viviendo en ninguna parte. Como si mi existencia transcurriera en una pantalla de cine y yo la estuviera viendo desde alguna butaca. Pero allí, sentado en la butaca, sentía que no era nada, no tenía piernas, brazos, ni siquiera ojos, porque mi cuerpo era el que me mostraba la pantalla. No sabés lo que significa vivir en una nada oscura, sin sensaciones, sin la percepción de estar en alguna parte. Con el solo hecho que me digas que más allá de la película de mi cerebro estoy acá entre los restos que quedaron, que hay algo que todavía me sostiene, me alcanza para entender que todavía estoy vivo. Había llegado a pensar que ya había muerto, que solo quedaba esta película transcurriendo en la pantalla blanca. Solo me quedaba una voz mental murmurando su nada. Con que me asegures que al menos hay algo, cualquier cosa, aunque sea chatarra, aunque sea un pedazo de fierro, me basta para no volverme loco y saber al menos que soy yo el que está hablando.

      En ese momento, escuchó el ruido de unas botas acercándose desde el otro lado de la habitación. Le pidió al otro que hiciera silencio. Los pasos fueron acercándose más y finalmente se detuvieron junto a la puerta. Roy apagó la linterna en el momento justo en que la abrían. Eran tres hombres. El resplandor de una luz que llegaba de la otra habitación iluminaba sus espaldas. Roy retrocedió arrastrando sus nalgas en el piso hacia el rincón más lejano. Boris se quedó quieto y siguió hablando como si no hubiera registrado la presencia de los otros tres.

      Miraron a Boris, miraron a Roy. Uno de ellos se le acercó. Se le paró delante. La punta de la bota se refregó contra su vagina. El tipo se agachó. Se escupió la mano y apoyó los dedos sobre el clítoris. Luego, con el índice y el anular abrió los labios y fue metiendo un dedo tras otro hasta completar el puño entero. Roy veía su vagina y veía el brazo forzar el movimiento del puño moviéndose dentro. ¿Cómo se siente el no sentir el propio cuerpo?, ¿cómo se dice la sensación física de no tener ninguna sensación física? El tipo volvió a pararse. Se desabrochó la bragueta. Cuando estaba por sacar la verga, los otros dos que ya estaban rodeando a Boris, dijeron que todavía no era el momento. Primero debían hacer el trabajo.

      Uno tomó a Boris entre los hombros, el que estaba con Roy sujetó su pie y finalmente el tercero sacó y limpió con su ropa la cuchilla que brilló ante el resplandor que venía del otro lado de la puerta. El trabajo: cortar la pierna de Boris, la única parte de su cuerpo que todavía podía tener alguna utilidad para aquellos tres, al menos contentarse con los pocas fetas de carne que podrían llegar a roer.

      La osamenta de metal que sostenía la pierna de Boris se transformó en un verdadero obstáculo para la cuchilla que buscaba algún punto de articulación donde separar la pierna del resto. La cuchilla se hundía en una parte y otra. Se retorcía hasta donde podía y volvía hacia atrás. La amputación se había vuelto una carnicería y cuando la carnicería alcanzó el punto de su propio absurdo, los carniceros abandonaron la cuchilla y se dispusieron a separar la pierna con las manos rompiendo la articulación de metal.

      Roy se mantuvo quieto en su rincón. Le llamaba la atención la indiferencia con la que Boris se entregaba a lo que le estaban haciendo como si verdaderamente aquello no lo afectara en lo más mínimo. Solo cuando pudieron cortar la pierna, la voz de Boris abandonó el silencio y se hizo escuchar en la oscuridad: “¿Te fuiste, Roy?, hablame, decime dónde estás”.

      Roy pensó en todo el tiempo que aquellos tres –y vaya a saber cuántos otros– habían estado haciendo con Boris y con él mismo eso que acababa de ver. Imaginó rápidamente el origen de las amputaciones. ¿Era hambre? ¿Habían estado cortando los cuerpos de Boris y de Roy solo para poder comer?

      Cuando terminaron con Boris, el terror golpeó las puertas. Todavía quedaban dos hermosos brazos en su humanidad. Pensó que acaso el dispositivo de la memoria infinita había funcionado durante vaya uno a saber cuánto tiempo como un batería química que habría anulado todo presente y anestesiado su cuerpo hasta el punto de no registrar la amputación de sus dos piernas. Lo acababa de ver: Boris seguía hundido en el artificio mental de la memoria y nada había respondido a lo que los carniceros habían hecho. Pero ahora para Roy no había artificio mental donde ocultarse del terror.

      Sin embargo, los carniceros parecían exhaustos. Los dos primeros se dispusieron a marcharse con el trofeo de la pierna de Boris entre las manos. Solo el que había estado jugueteando con su prominente vagina parecía interesado en la continuidad. Dijo que todavía tenían tiempo. Preguntó si no tenían ganas de echarse un polvo con la otra.

      Solo fue un polvo rápido, higiénico se diría. Un polvo que Roy vivió desde una lejanía interminable. ¿Cómo hacer propio un cuerpo siempre ajeno? El otro había tendido a Roy en el piso y lo penetraba montado encima. ¿Cuántos centímetros cúbicos de leche habría malgastado ese tipo –¿y cuántos otros más?– cogiéndose a Roy mientras vagaba por el edificio en ruinas de una memoria de nadie y de cualquiera, rumiando los nombres de Marian y Nolan, perdido en los recovecos de la narración de sí misma que siempre es la lengua de otro?: el paisaje falocéntrico de narrarse hombre, la novela edípica de una familia y el duelo histérico de haberla perdido, el narcisismo idiota de aceptar el cuento de una gerencia en una Compañía.

      El tipo eyaculó dentro de su boca. El cuadro se armó en su cabeza. Habían estado atrapadas en ese cuarto durante un tiempo que no tenía modo de identificar. Eran usadas como esclavas del deseo de un agujero más o menos humedecido donde meter una pija. Eran reserva de alimento: les cortaban las extremidades de a poco para alimentarse y mantener un stock que irían racionalizando.

      ¿Durante