—¿Esa es tu forma de averiguar dónde viven las mujeres a las que acosas?
Veo que la pregunta le molesta y le hiere en su orgullo, a pesar de que se acerca a mi ventanilla y me sonríe de una forma tan atractiva que me vuelve a entrar la rabia.
—En primer lugar, no me hace falta acosar a ninguna mujer, normalmente ocurre al revés, y, en segundo lugar, no tengo ningún interés en ti ni mucho menos en acosarte. Tan solo quiero mantener la conciencia tranquila.
El aire sale de sus labios en un suspiro exasperado. No puedo evitar abrir la boca mientras se aleja a grandes zancadas sin darme tiempo a responder. Eso me lo merecía por decir las cosas sin pensar, pero vaya, no entiendo por qué me ha puesto tan triste que me diga que no tiene ningún interés en mí. En poco tiempo la tristeza pasa al enfado y lo veo montarse en su coche, el cual ahora me pregunto si es robado, y veo que espera que yo arranque. Pulso el botón que arranca el coche y respiro tratando de calmar todo lo que siento en este momento.
Capítulo 5
JAMES
Tendría que haberme quedado en el parque con Perico. O con su dueño, que parecía un tío enrollado y que me dio las gracias al menos cuatro veces. No le hice ningún comentario sobre lo que decía su loro, pero tampoco hizo falta porque su novia llegó a darme las gracias con un abrazo de oso sin ni tan siquiera conocerme y Perico comenzó a repetir su frase. Los tres nos reímos en ese momento y pasamos un buen rato antes de despedirnos. Me cayeron bien. No como Mais. Perdón. Maisie. No sé qué demonios me pasa, pero su último comentario me ha enfadado tanto que me ha dado miedo. Esta chica parecía a punto de desmayarse en cualquier momento y después de querer acompañarla hasta su vehículo y preocuparme por ella acompañándola a modo de escolta en el coche de atrás, en lugar de darme las gracias va y me habla como si fuese una especie de acosador. Si no fuese porque aún recuerdo la forma en la que me retaba con la mirada y en la que trataba de hacerme creer que mi presencia no la intimidaba, creería que es tonta.
Jamás he seguido a ninguna chica con mi coche para asegurarme de que llegue bien a casa. Busco con la mirada su flamante Mustang en negro y me aseguro de que va por donde debe.
La chica por ahora va conduciendo más o menos bien, pero mantengo una mano sobre el volante preparado para pitarle en caso de que la vea salirse solo un poco de la carretera. Para mi gusto, seguía demasiado pálida cuando arrancó el motor. Y ahora también. O al menos eso veo a través de su espejo retrovisor central. De vez en cuando su mirada me busca, y hay algo en mí que se alegra de que lo haga. Y en este instante, cuando mantiene sus ojos en los míos en lugar de en la carretera, algo en mi interior se remueve.
O eso creo hasta que mi corazón se salta un latido cuando la veo salirse un poco de la calzada. Le pito y me llevo una mano al pecho. ¿Se ha desmayado? Acelero el coche y veo que está consciente. Pito de nuevo furioso al darme cuenta de que se está riendo a carcajadas. Ha querido asustarme. No sé cuánto tiempo he estado gruñendo y farfullando por lo que acaba de hacer, pero creo que ella ha estado el mismo tiempo riendo. Maldita sea. Noto el enfado en cada poro de mi piel, pero al verla reír también siento algo reverberando en mi interior que no logro descifrar.
Creo que nunca me ha importado tanto que una tía se desmaye, aunque jamás he sido el responsable de un desmayo como tal vez pueda serlo de este.
Tras más de media hora conduciendo nos acercamos a Central Park y veo a Maisie girar el coche hacia Madison Avenue. Una vez allí, más o menos a mitad de la gran avenida, soy consciente de que saca su mano del coche y me señala hacia unos lujosos pisos en color marrón oscuro, tirando a rojo.
¡Maldita seas, Maisie! ¡¿Cómo no ibas a vivir en una de las zonas más lujosas de Manhattan?! Yo mismo he dejado cientos de miles de dólares en muchas de las tiendas que hay en esta zona, muchas de ellas consideradas de lujo. Ya me ha quedado claro que tiene dinero, aunque es algo que me da exactamente igual.
Veo que mete el coche en un garaje y se despide volviendo a sacar la mano del coche y haciéndome un gesto. ¿Y ya está? Esa es mi recompensa por escoltarla a casa sana y salvo. Tampoco es que me esperase nada de su parte, pero no sé, que me gritase un gracias desde su coche. ¡Qué menos! Estoy seguro de que cualquier otra chica habría aprovechado la situación para decirme si me apetecía entrar en su casa. Ella no. Aunque puede que tenga algo que ver el hecho de que le haya dicho que no estoy interesado en ella. Tan solo es una tía más. Una tía más que me enfada sin saber por qué, y que… crispa mis nervios.
La veo meter su coche en el garaje y nuestras miradas se cruzan por una última vez. Espero no verte más, Maisie.
Me ha sorprendido el averiguar que vivimos a una media hora de distancia, contando el tráfico de Central Park. Aunque puedo llegar corriendo a su casa en unos quince minutos. Corriendo a toda hostia. Lo cual es casi imposible de hacer en Madison Avenue, ya que casi siempre está repleta de personas y sobre todo de turistas. Yo vivo en la Quinta Avenida, en un lujoso apartamento con piscina superior en el ático. Menciono esto porque es muy importante para mí. Me encanta nadar. No hay un día que no nade. Es algo así como mi momento y mi forma de evadirme del mundo. Si no quisiese heredar la empresa de mi padre estoy seguro de que me habría dedicado a la natación. A entrenar de modo profesional y a competir.
Suspiro y sigo conduciendo. He de llegar a mi casa lo antes posible para ducharme, vestirme y coger mi helicóptero privado hasta la boda de mi hermano, en un bonito apartamento de mis padres con una piscina de ochenta metros en la que estoy seguro de que acabaré a lo largo de la noche. A ser posible con una o varias chicas solteras. Ya sé que antes pensé que quería cambiar de modo de vida, pero una boda es una boda y, joder, es la boda de mi hermano. ¡Mi hermano se casa en lo que yo creo que es el error de su vida, pero se casa y nada ni nadie va a impedirme disfrutar de la boda!
O, al menos, eso creo. Seguro que entre las invitadas veo a alguna tía pesada con la que ya me he acostado y que no ha pillado el hecho de que le haya dejado claro en veinte mil ocasiones que no quiero nada serio con ninguna. Al menos hasta ahora. Bueno, hasta mañana. Mañana será el día después de la boda de mi hermano y creo que esta noche puede ser una buena manera de despedirme de mi forma de ser rebelde que me ha perseguido durante mis veintidós años de vida. Vale, tal vez no desde que era un bebé, pero sí desde que empecé a tener consciencia de mi cuerpo y descubrí que me gustaban las mujeres.
Pego un pitido con el claxon para que el coche que tengo delante se mueva. El semáforo ha pasado a verde hace unos cinco segundos y el conductor aún no ha dado ni tan siquiera una señal de que va a avanzar. ¡Vamos! ¡Encima lo estoy viendo inclinado sobre la pantalla de su teléfono! Me indignan las personas que miran el móvil en cada puto semáforo. ¡Algo más de vidilla, vamos, muévete! ¡Odio la lentitud! No me refiero a que vaya por la vida corriendo ni haciendo competiciones. Los que hacen eso de modo ilegal me parecen unos descerebrados. Pero odio esperar más tiempo de la cuenta e ir a menos de treinta kilómetros por hora como el coche de delante ha ido en más de un momento. Creo que todo el mundo odia ir a menos de treinta kilómetros por hora. Y quien crea que no lo odia, que se venga a Madison Avenue. Al menos los escaparates me distraen cuando el coche de delante vuelve a pararse en otro semáforo de una intersección.
Cojo aire y pongo la radio. Me gusta la canción que está sonando en este momento. Es la de Bebe Rexha con Florida, la de Mean to Be. Me recuerda a la playa y al mar. Quizás por eso me guste. Vuelvo a pitar al coche que tengo delante y veo que el conductor abre la puerta. No puedo evitar sonreír. Si quiere pelea la tendrá. Abro mi propia puerta con rapidez y me quedo perplejo al ver quién sale del coche de delante. No es ningún hombre. Es la chica que hasta hace dos semanas me he estado tirando casi un mes de forma continua después de varios meses detrás de ella, así que es una de las pocas tías a las que puedo llamar mi amiga con derecho a roce. Y, joder, es preciosa. Tiene unos ojazos verdes increíbles, aún más bonitos que los míos, y está tan llena de curvas que creo que cualquier hombre se giraría para mirarla. Su pelazo rubio platino cae sobre