Vida, pasión y muerte en Pisagua. Bernardo Guerrero Jiménez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Bernardo Guerrero Jiménez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789567628452
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      Tu planteamiento de que el cementerio actual de Pisagua comenzó a usarse por el año 1830 es correcto. Asumes bien que junto con comenzar la explotación de salitre, se hace el puerto y con ello se localiza el cementerio al norte, en el fondo junto al cerro. Hasta ahí llegamos para descubrir que toda la sociedad de la bella Pisagua, viuda del salitre, estaba allí de cara al mar. Siguiendo con tu explicación saliste al borde alto del cementerio, junto al cerro, donde habías descubierto a los primeros ingleses en el profundo sueño de los cleppers. Todos mirando al oeste con sus “in memorian” tallados en tablas de ultramar. Al tanto, por el plano, yo sentía voces en chino, griego, alemán, italiano, español y por supuesto de tantos peruanos con cuyos descendientes todavía podemos compartir nuestras mesas.

      Estas sepulturas medias carbonizadas que vimos en el fondo, ahora sabemos que eran de los apestados por la bubónica del año 1913. Los quemaban en el horno del Lazareto, en la terraza al suroeste de la entrada del cementerio, y los trasladaban al fondo del cementerio donde están las últimas cruces. Sé que este lugar tiene un valor muy especial para ti.

      Estaremos de acuerdo que los nortinos sentimos a los muertos como algo muy cercano: ¡esa necromanía tan nuestra de ir visitando cementerios ajenos! Los tratamos con menos formalidad porque vivimos porque vivimos junto a ellos. Sabemos que no desaparecen como en el resto del mundo. Están más delgados, disecados, vestidos como a la espera de algo o alguien. Compartimos un mismo paisaje a lo largo de las travesías del desierto. Es verdad, nos acostumbramos a vivir con la idea cierta que hay más ruinas y muertos que ciudades y vivos… pues ya, aceptemos que para los iquiqueños el acto de morir es un ritual mitad sacralidad mitad festividad de antiguo ancestro. Mucho de dolor y algo de divertimento. Cuando muere el hombre sencillo con virtudes públicas, decimos “que has sabido del negro González…?” “se fue con los pies adelante por la calle Zegers, atrás de la Banda del Litro”. Pero cuando los muertos han dañado el alma de Iquique, entonces los funerales son epopéyicos y sus mártires se llevan en anda como a la “china” del Carmen. Así fue con los caídos en Santa María y en Pisagua: se veían ancianos agitando banderas chilenas sobre los techos de conchuela…

      Esa forma tan iquiqueña de enfrentarnos a los vuelos rasantes de la “pelá” la aprendimos desde niño en los entierros del carnaval morrino. Te acuerdas esa vez que volvíamos de noche de Cavancha y había una mujer abatida en el camino. Bajamos súbitamente para salvarla y era Pedrito Faúndez, la “viuda” de la comparsa, después de tragarse dos ráfagas de vino (lee garrafas). Fue en ese tiempo cuando salió un funeral formal, deteniéndose en Juan Martínez con Tarapacá. Allí mismo se abrió el ataúd y Chicote como de un resorte bailó y cantó la cumbia con el texto más existencialista de todos: “tanta incomprensión, tanta alevosía el cuerpo después de muerto va a parar a la tumba fría…”.

      Así es, mi querido amigo, platicábamos de esta singular idea de la muerte, cuando no se bien porque causa me hablaste cerca de Playa Blanca (de regreso del cementerio), sobre el desembarco del ejército chileno por el año 1879. Tienes que aclararlo. Creo más bien que ambos estábamos muy compenetrados de la campaña de Tarapacá a raíz de que Patricio Advis, en vez de parir edificios estaba asumido con un cucalón original a conocer la batalla de Tarapacá minuto a minuto, ¿verdad que sus relatos con los tartamudeos era como estar en el campo de batalla?

      Fue entonces cuando “observamos” el desembarco chileno bajo la balacera y admiramos la toma del cerro de Pisagua (alto y blando) como el ascenso más dramático y heroico de todo lo conocido. El Morro de Arica fue comparativamente un ejército correcto y rápido de campaña…

      Cuando te llevaron vendado al cementerio no lograste ver los hitos blancos que marcan la subida de las tropas de asalto hacia la pampa de Alto Hospicio. Recién supe que allí en la pampa, cerca de la cancha de aterrizaje, había un sector con múltiples montículos que corresponden a los guerreros chilenos y peruanos muertos en combate cuerpo a cuerpo. Una placa metálica antigua, tenía grabado el siguiente texto: “gloria a los héroes de Pisagua”. Guerreros verdaderos entre iguales. Los oficiales chilenos ordenaron sepultar a vencedores y vencidos en Alto Hospicio, hicieron otro tanto en la terraza que domina Playa Blanca, luego más arriba en el Alto del Cerro Pequi y en otra fosa, abierta en el montículo donde hoy se encuentra la torre del reloj.

      Veo que esta carta se alarga demasiado pero era necesaria. Tú sabes mejor que yo lo sucedido en el siglo XX. La crisis salitrera y el abandono de su gente fue abatiendo a Pisagua hasta verla así desfallecida en el año 1971.

      Esa cárcel construida en el año 1910 más parecía un inocente internado de Escuela. Me miraste algo extrañado: “¿fue aquí?”. Preguntamos. Caminamos hacia el Retén de Carabineros (no el actual) y se nos dijo que desde allí hasta la estación de ferrocarril estuvieron las barracas de los presos políticos. Nos pareció increíble: vivían junto a sus familiares. Te canté sin ganas eso de la “sangre del pueblo es como un rojo clavel que llevará a Gabriel al sillón presidencial”… se lo había escuchado cuando niño a un viejo comunista. González Videla los llevó a Pisagua entre los años 1947-1948. Ibáñez del Campo en 1956 reactivó el campo por solo dos meses con “zurdos” y “diestros”. Todos fueron liberados y obviamente ninguno ejecutado.

      Pero la imagen de Pisagua nos persiguió en el Tacnazo. Estabas en Antofagasta cuando culminábamos el Primer Congreso del Hombre Andino. Te pregunté sobre las Barracas de Pisagua. Tu respuesta tuvo la firmeza de un estornudo: “saldré más educado políticamente…”.

      En fin, llegó tu carta, la foto, el golpe del 73 y todo lo que viviste será recordado por tu familia. No debes responder ahora.

      En una “catacumba” del sótano de la cárcel te despediste de tu hermano “Pichón”. Después los llevaron hacia la capilla. Te subieron vendado al jeep. Los bajaron en la puerta del cementerio. El capellán te tomó del brazo y comenzó su letanía por el camino del centro del cementerio, aquel que hicimos el año 1971 (¿por quién realmente rezaba el capellán?)…

      Perdóname que trate de resumirte lo que no viste. Pasada la pirca, al fondo del cementerio, en una canaleta de un desagüe natural estaban los ocho fusileros. A tu derecha un oficial con el brazo alerta. Junto a tu lado izquierdo la letanía del capellán. Así te ataron al durmiente con el cerro a tu espalda. A pesar de tantas torturas se te veía erguido, muy delgado y joven, con ese mentón desafiante más acentuado por la barba rasurada y el pelo corto.

      Estabas ahí como clavado a un escenario azul y húmedo de los amaneceres de la costa. Esa bruma pegajosa te rozó las vendas. Sentiste luego que algo sucedía por tu mejilla izquierda. Eran los rezos que se alejaban lentamente. Sabemos en qué pensabas. El oficial bajó el brazo…

      Ahora eres tu quien está enterrado en algún lugar de Pisagua. Así, extendido entre dos sacos de carga, si está completo, a la espera de tus arqueólogos amigos…

      Más atrás del oficial había una fosa rectangular donde yacían los fusilados que te precedieron cubiertos con algo de tierra. Los que ejecutaron después los arrojaron, allí, como sería de esperar. Entonces: ¿por qué a ti con los que cayeron ese día los trasladaron a otro lugar?

      El arqueólogo Olmos excavó la fosa. Vine a ayudarle, pero tú no estabas. Quedaban allí las pequeñas cruces y florcitas artificiales que los soldados enterradores ofrendaron con respeto clandestino. Con Olaf, Carlos y Varela te hemos buscado sin acertar el escondrijo. A lo menos deberías estar orgulloso: Eres un muerto peligroso.

      Esperamos que estés junto a Sampson, Fuenzalida y Ruz conduciendo una reunión a todo calibre como en tus mejores tiempos del Pedagógico. Tal vez no apareces porque deseabas tanto encontrarte con Larraín. Debió ser un encuentro magnífico. Sin comentarios. A su haber está el hecho de que una vez consumada tu ejecución hizo formar a los prisioneros y reconoció tu valentía. Considéralo. No está demás preguntarle por qué ahora ya no se estila dar sepultura y honor a los vencidos en “guerras” desiguales.

      Yo sé que ahora tienes claro toda la discusión: autocrítica, Ginebra,