Sólo nos resta discurrir sobre los principados eclesiásticos, respecto a los cuales todas las dificultades existen antes de poseerlos, pues se adquieren o por valor o por suerte, y se conservan sin el uno ni la otra, dado que se apoyan en antiguas instituciones religiosas que son tan potentes y de tal calidad, que mantienen a sus príncipes en el poder sea cual fuere el modo en que éstos procedan y vivan. Éstos son los únicos que tienen Estados y no los defienden; súbditos, y no los gobiernan. Y los Estados, a pesar de hallarse indefensos, no les son arrebatados, y los súbditos, a pesar de carecer de gobierno, no se preocupan, ni piensan, ni podrán sustraerse a su soberanía. Son, por consiguiente, los únicos principados seguros y felices. Pero como están regidos por leyes superiores, inasequibles a la mente humana, y como han sido inspirados por el Señor, sería oficio de hombre presuntuoso y temerario el pretender hablar de ellos. (Nicolás Maquiavelo [1513])
Cómo influyó el contexto político en el desarrollo de la Reforma
La fragmentación política generó disputas de intereses entre estos distintos poderes en lucha, donde aparecieron distanciamientos y fisuras en las se crearon espacios para romper la hegemonía religiosa del papado. Si el Emperador Carlos v, por ejemplo, hubiera tenido el poder político para intervenir de manera directa sobre los territorios alemanes, probablemente Lutero y otros reformadores hubieran sido quemados como herejes y la Reforma se hubiera frustrado. Pero las tensiones políticas entre el Imperio y sus súbditos más encumbrados abrieron una oportunidad inédita.
La lucha del papado por mantener su poder temporal como un gobernante secular, como árbitro de Europa, utilizando al mismo tiempo su influencia espiritual para alcanzar sus metas políticas, también es un elemento político para considerar. La presión religiosa, política y económica del papado sobre muchos monarcas le había ganado el recelo de éstos, muchos de los cuales buscaban oportunidades para cambiar la relación de fuerzas. El caso más notable, en este sentido, será el proceso reformador en Inglaterra liderado por la misma corona a partir de la ruptura de Enrique viii con el papado.
Ciertas estructuras políticas que se habían desarrollado lentamente (y que en esta época alcanzaron madurez) también favorecieron el desarrollo reformador. Tomemos como ejemplo las grandes ciudades europeas, gobernadas por una burguesía artesana y comerciante en ascenso. Estos nuevos grupos sociales peleaban hacía siglos con la nobleza por un lugar político bajo el sol, por autonomía para sus ciudades y por libertades ciudadanas por fuera de las relaciones de vasallaje feudales. Fueron en muchas de esas ciudades —con sus consolidadas libertades— donde se afincó la primera Reforma, a salvo de los poderes de la iglesia y de los monarcas dispuestos a restaurar el orden medieval. Así, el desarrollo de la Reforma tuvo una dimensión política que explica por qué, en esa época y no antes, triunfó un movimiento de reforma religiosa donde otros habían sido aplastados en el pasado. Finalmente, un incipiente nacionalismo (al menos regional) permitió anteponer los intereses de la población local o de un reino a los proyectos globalizantes del papa o del Imperio romano-germánico.
Preguntas para reflexionar en comunidad
* ¿Qué relación guarda nuestra fe con los procesos políticos y sociales que viven nuestras sociedades?
* ¿De qué modo esos procesos políticos impactan sobre lo que creemos y practicamos?
* ¿Qué oportunidades para la práctica del evangelio aparecen en las crisis que viven nuestros países?
* ¿Cómo podemos enriquecer nuestra mirada cristiana sobre las realidades políticas y sociales?
* ¿Cómo podemos incidir como iglesia en los procesos políticos de América Latina para promover la paz y la justicia?
Capítulo 2
La modernidad está por llegar: Colón mira más allá
¿Has viajado hasta las fuentes del océano, o recorrido los rincones del abismo? ¿Te han mostrado los umbrales de la muerte? ¿Has visto las puertas de la región tenebrosa? ¿Tienes idea de cuán ancha es la tierra? Si de veras sabes todo esto, ¡dalo a conocer!
—Job 38.16–18
Concluyendo, dice el Almirante que bien dijeron los sacros teólogos y los sabios filósofos que el Paraíso Terrenal está en el fin de Oriente, porque es lugar temperadísimo. Así que aquellas tierras que había descubierto —dice él— es el fin de Oriente.
—Cristóbal Colón. Diarios de viaje
La Reforma fue un proceso histórico dentro de otro más vasto: la modernidad. Cuando ampliamos la perspectiva histórica, podemos colocar a la Reforma en ese contexto de larga duración y entenderla mejor. Sin embargo, no es fácil definir con claridad y sencillez qué fue o qué es la modernidad. Aun así, trataremos de destacar los elementos clave para comprender su relación con el tema que nos ocupa. No es posible señalar una fecha para el inicio de la modernidad, pues ésta es un proceso cargado de lentas transformaciones y no una mera sucesión de acontecimientos. Si recurrimos a los manuales, encontramos que se ha hecho habitual marcar su comienzo a partir de la caída de Constantinopla en 1453; esto se explica por el hecho de que el Imperio cristiano oriental —sobreviviente a la caída del occidental en 476 d. C.— sirvió como una especie de “cronómetro paralelo” de la historia medieval. Pero si esas fechas sirven para ordenar una cronología, otros procesos que no pueden ligarse a una fecha puntual explican mejor las transformaciones que afectaron las concepciones culturales, políticas, económicas y religiosas en esta época.
En este capítulo, queremos considerar un proceso que comenzó con un acontecimiento y que es quizás el de mayor impacto en la historia del cristianismo en la modernidad: la llegada de los españoles a América, liderados por Cristóbal Colón (1492). El proceso de exploración y conquista que se inició con ese acontecimiento impactó profundamente en todos los aspectos de la vida y la cultura europea. Rompió de una vez la concepción medieval del mundo y generó nuevos desafíos teológicos y filosóficos. En la conciencia religiosa del cristianismo europeo, la aparición en escena de una realidad tan diversa a la conocida hasta ese momento produjo una verdadera revolución. ¿Cómo comprender a esas nuevas tierras y seres humanos en el marco del cristianismo medieval? En primer lugar, ¿debían ser los habitantes de América considerados humanos? ¿En qué modo estaban incluidos en la cosmovisión bíblica y el mensaje de la cristiandad? ¿Qué derechos y obligaciones tenían los monarcas europeos con ellos? Aunque ahora nos parezca extraño, esas preguntas fueron las que desvelaron el sueño de los teólogos de las grandes y prestigiosas universidades europeas. Y son una muestra de las dificultades que las cosmovisiones existentes tenían para incorporar esas nuevas realidades humanas a su comprensión del mundo.
Cuando nos fueron concedidas por la Santa Sede Apostólica las Islas y Tierra Firme del mar Océano, descubiertas y por descubrir, como así se lo suplicamos al Papa Alejandro vi, de dichosa memoria, que nos lo concedió, nuestra principal intención fue procurar inducir y traer a los pueblos de allá y convertirlos a nuestra fe católica, y enviar a las dichas Islas y Tierra Firme prelados, y religiosos, y clérigos y otras personas doctas y temerosas de Dios, instruir a los vecinos y moradores de ellas en la fe católica, y enseñarles y adoctrinarles en las buenas costumbres, y poner en ello la diligencia debida, según en las letras de la dicha concesión se contiene, por tanto suplico al rey mi señor, muy afectuosamente, y encargo y mando a la princesa Juana, mi hija, y al príncipe Felipe, su marido, que así lo hagan y cumplan, y que este sea su principal fin, y que en ello pongan mucha diligencia, y que no consientan ni den lugar a que los indios, vecinos y moradores de las dichas Indias y Tierra Firme, ganadas y por ganar, reciban agravio alguno ni en su persona ni en sus bienes, sino que manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo remedien y provean por manera que no se exceda en cosa alguna lo que por las letras apostólicas de la dicha concesión nos es mandado. (Isabel i de Castilla. Testamento [1504])
De una parte, los europeos vieron a los pueblos originarios como la