Espiritualidad y Mística Popular. Bernardo Olivera. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Bernardo Olivera
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9789874614513
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      Pero Dios no solo nos llena y eleva con sus dones sino que Él se dona a sí mismo. Y esto se cumple por la venida y morada de las tres Personas divinas en nuestras almas: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él (Jn 14, 23). Y esta presencia de Dios en nosotros, llamada presencia de inhabitación, se atribuye al Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rm 5, 5).

      La gracia habitual o santificante es el principio interno permanente de la vida espiritual. Ella nos transforma interiormente, nos hace partícipes de la naturaleza divina (2 Pe 1. 4) y nos permite entablar una relación interpersonal con Dios, quien nos acepta en su amistad. El don de la gracia trae aparejada una exigencia, una invitación a un nuevo modo de vida, que es concretamente:

      Vivir de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios (Col 1, 10-14).

      Con la gracia santificante recibimos unos principios permanentes de actividad espiritual. Las virtudes teologales, fundadas en la gracia, son los principios dinámicos del encuentro personal con Dios. Reconociendo los límites de todo gráfico, podemos presentarlas así:

Revelación divina y respuesta teologal
Dios se revelaNosotros respondemos
Con Palabra de Verdad, testimoniada por los hechos salvíficos.Escuchando y viendo con el oído y los ojos de la fe, la cual nos permite asentir al Verdadero.
Motivado por el Amor.Adhiriéndonos, por la fuerza de la caridad, al que es Bueno.
Prometiendo su Plenitud.Deseando y confiando, por medio de la esperanza, alcanzar nuestra Felicidad suprema.

      Si la gracia es el inicio de la vida eterna, las virtudes teologales son el movimiento hacia Dios. Y pueden distinguirse entre sí según diferentes aspectos de dicho movimiento:

       Con la fe emprendemos el camino. En la vida eterna, la fe será sustituida por la visión, meta de la peregrinación.

       Con la esperanza, nuestra intención y nuestro deseo se dirigen hacia la posesión de Dios. Ella será sustituida luego por la comprehensión.

       Mediante la caridad ya se posee a Dios, y se efectúa la unión con Él. En el cielo se convertirá en fruición.

      Finalmente, todos sabemos que la vida teologal (gracia y virtudes) supone la naturaleza humana, la sana y la eleva. Este principio básico se puede extender también a la cultura en la que vivimos los bautizados. Se comprende así la afirmación del papa san Juan Pablo II en su Carta encíclica Fides et ratio: la forma en que los cristianos viven la fe está también impregnada por la cultura del ambiente circundante y contribuye, a su vez, a modelar progresivamente sus características (71).

      El principio recién enunciado tiene consecuencias muy concretas en relación con las espiritualidades. Cada una de ellas es hija de una época, un lugar y una cultura determinada. Respecto a la fe, podemos decir que, sin dejar de ser fe cristiana, posee un elemento cultural que lleva a vivirla y expresarla en formas diferentes según distintas culturas. La vivencia de la fe cristiana en Japón no es igual a la vivencia francesa; ni esta última será idéntica a la de Madagascar.

      Ya que la fe es el inicio y la compañera que posibilita la búsqueda y el encuentro con Dios en Cristo, parece importante tener claro lo que es. El papa Francisco, con la ayuda de su predecesor (o a la inversa), nos ofrece varias aproximaciones a la realidad de la fe en su primera Carta Encíclica, Lumen fidei:

       La fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida (4).

       La fe nos abre el camino y acompaña nuestros pasos a lo largo de la historia. Por eso, si queremos entender lo que es la fe, tenemos que narrar su recorrido, el camino de los hombres creyentes (8; cf. 46).

       La fe “ve” en la medida en que camina, en que se adentra en el espacio abierto por la Palabra de Dios (9).

       La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar (57).

       En su vida, María ha realizado la peregrinación de la fe, siguiendo a su Hijo (LG 58). Así, en María, el camino de la fe del Antiguo Testamento es asumido en el seguimiento de Jesús y se deja transformar por él, entrando a formar parte de la mirada única del Hijo de Dios encarnado (58).

       La fe es la respuesta a una Palabra que interpela personalmente, a un Tú que nos llama por nuestro nombre (8).

       Creer significa confiarse a un amor misericordioso, que siempre acoge y perdona, que sostiene y orienta la existencia, que se manifiesta poderoso en su capacidad de enderezar lo torcido de nuestra historia (13).

       Sin un amor fiable, nada podría mantener verdaderamente unidos a los hombres (51).

       Para la fe, Cristo no es solo aquel en quien creemos, la manifestación máxima del amor de Dios, sino también aquel con quien nos unimos para poder creer. La fe no solo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver (18).

       “Tocar con el corazón, esto es creer” (31).

       La fe, puesto que es escucha y visión, se transmite también como palabra y luz (37).

       Es posible responder en primera persona “creo” solo porque se forma parte de una gran comunión (39).

      Todo esto lo conjuga el Catecismo de la Iglesia Católica diciéndonos: la fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios, y es, al mismo tiempo e inseparablemente, el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado (150). Es decir: es adhesión a la Persona y asentimiento a su Palabra.

      Todo cristiano, desde el papa hasta el más simple de los bautizados, desde el teólogo más ilustrado hasta el fiel más pobre y simple, está llamado a crecer en la fe; caso contrario, esta no se convertirá en visión. ¡Hasta la Virgen María, concebida inmaculada y no necesitada de ulterior purificación, tuvo que peregrinar en la fe a lo largo de su vida! Este crecimiento implicará para nosotros una dolorosa purificación. La teología espiritual nos enseña que nuestra fe crece:

       Según el objeto, aquello “en qué creemos” (Credere Deum = creer a Dios):

      ≈ Presupuesto: “Dios existe, crea y salva”, “Trinidad y Redención”, “Dios Uno y Trino, crea y salva por Cristo, en la Iglesia”.

      ≈ Crecimiento:

       Aprendiendo, por medio de la catequesis y la teología, el contenido de la Revelación.

       Descubriendo nuevos aspectos ocultos en la Palabra de Dios.

       Penetrando más hondamente en la revelación del Misterio.

       Según el motivo: “por qué creemos” (Credere Deo = creer por Dios):