Canción de Navidad. Charles Dickens. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Charles Dickens
Издательство: Bookwire
Серия: Clásicos
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786074573152
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del pantalón. Considerando lo que el espectro había dicho, lo hizo así, pero sin levantar los ojos y sin alzarse del suelo.

      —Debes de haber sido muy tranquilo en ese asunto. Jacob —hizo observar Scrooge, en actitud comercial, aunque con humildad y deferencia.

      —¡Tranquilo! —repitió el espectro.

      —Siete años muerto —murmuró Scrooge—.¿Y viajando todo ese tiempo?

      —Todo —dijo el espectro—, sin reposo, sin paz. ¡Incesante tortura del remordimiento!

      —¿Viajas velozmente?

      —En las alas del viento.

      —Ya habrás recorrido un gran número de regiones en siete años —dijo Scrooge.

      Al oír esto, el espectro lanzó otro grito, haciendo rechinar la cadena de modo espantoso en el sepulcral silencio de la noche.

      —¡Oh, cautivo, atado y doblemente aherrojado! —gritó el fantasma—. ¡No saber que han de pasar a la eternidad, siglos de incesante labor hecha por criaturas inmortales en la tierra, antes de que el bien de que es susceptible esté desarrollado por completo! ¡No saber que todo espíritu cristiano que obra rectamente en su reducida esfera, sea cual sea, encontrará su vida mortal demasiado corta para compensar las buenas ocasiones perdidas! ¡No saber que ningún arrepentimiento puede evitar lo pasado! ¡Sin embargo, eso hice yo! ¡Oh, eso hice yo!

      —Pero tú siempre fuiste un buen hombre de negocios, Jacob — tartamudeó Scrooge, que empezaba a aplicarse esto a sí mismo.

      —¡Negocios! —gritó el espectro, retorciéndose las manos de nuevo—. El género humano era mi negocio. El bienestar general era mi negocio; la caridad, la misericordia, la paciencia y la benevolencia, todo eso era mi negocio. ¡Mis tratos comerciales no eran sino una gota de agua en el océano de mis negocios!

      Sostuvo la cadena a lo largo del brazo, como si fuera la causa de toda su infructuosa pesadumbre, y la volvió a arrojar pesadamente al suelo.

      —En esta época del año —dijo el espectro— sufro lo indecible. ¿Por qué atravesé tantas multitudes con los ojos cerrados, sin elevarlos nunca hacia la bendita estrella que guió a los Magos a la morada del pobre? ¿No había pobres a los cuales me guiara su luz?

      Scrooge estaba espantado de oír al espectro hablar tan continuamente y empezó a temblar más de lo que quería.

      —Escúchame —gritó el espectro—. Mi tiempo va a acabarse.

      —Bueno —dijo Scrooge—. Pero no me mortifiques. ¡No hagas floreos, Jacob, te lo suplico!

      —Lo que no me explico es que haya podido aparecer ante ti como una sombra que puedes ver, cuando he permanecido invisible a tu lado durante días y días.

      No era una idea agradable. Scrooge se estremeció y se limpió el sudor de la frente.

      —Eso no es lo que menos me aflige —continuó el espectro—. He venido esta noche a advertirte que aún puedes tener esperanza de escapar a mi influencia fatal; una esperanza que yo te proporcionaré.

      —Siempre fuiste un buen amigo mío —dijo Scrooge—. Gracias.

      —Se te aparecerán —continuó el espectro— tres Espíritus.

      El rostro de Scrooge se alargó casi tanto como lo había hecho el del espectro.

      —¿Es ésa la esperanza que dices, Jacob? —preguntó con voz temblorosa.

      —Esa.

      —Yo... yo preferiría no verlos —dijo Scrooge.

      —Sin su vista —replicó el espectro— no podrás evitar la senda que yo sigo. Espera al primero mañana, cuando la campana anuncie la una.

      —¿No podría recibir a todos de una vez, para terminar antes? —insinuó Scrooge.

      —Espera al segundo la noche siguiente a la misma hora. Al tercero, a la otra noche, cuando cese de vibrar la última campanada de las doce. Piensa que no me volverás a ver y cuida, por tu bien, de recordar lo que ha pasado entre nosotros.

      Dichas tales palabras, el espectro tomó su pañuelo de encima de la mesa y se lo ciñó alrededor de la cabeza, como antes. Scrooge lo asumió en el agudo sonido que hicieron los dientes al juntarse las mandíbulas por medio de aquel vendaje. Se aventuró a levantar los ojos y encontró a su visitante sobrenatural mirándole de frente, en actitud erguida, con su cadena alrededor del brazo.

      La aparición fue apartándose de Scrooge hacia atrás, y a cada paso que daba, se abría la ventana un poco, de modo que cuando el espectro llegó a ella, estaba de par en par. Hizo señas a Scrooge para que se acercara, y éste obedeció.

      Cuando estuvieron a dos pasos uno de otro, el espectro de Marley levantó una mano, advirtiendo a Scrooge que no se acercara más. Scrooge se detuvo. No tanto por obediencia como por sorpresa y temor, pues, al levantar la mano el espectro, advirtió ruidos confusos en el aire, incoherentes gemidos de desesperación, lamentos indeciblemente pesarosos y gritos de arrepentimiento.

      El espectro, después de escuchar un momento, se unió al canto fúnebre y salió flotando en la helada y obscura noche.

      Scrooge se dirigió a la ventana, pues se moría de curiosidad. Miró afuera.

      El aire estaba lleno de fantasmas que vagaban de aquí para allá en continuo movimiento y gemían sin detenerse. Todos llevaban cadenas como la del espectro de Marley, algunos (tal vez gobernantes culpables) estaban encadenados en grupo; ninguno tenía libertad. A muchos los había conocido Scrooge cuando vivían. Había sido íntimo de un viejo espectro, con chaleco blanco, con una monstruosa caja de hierro sujeta a un tobillo, y que se lamentaba a gritos al verse impotente para socorrer a una infeliz mujer con una criaturita, a la que veía bajo él en el quicio de una puerta. El castigo de todos los fantasmas era, evidentemente, que procuraban con afán aliviar los dolores humanos y habían perdido para siempre la posibilidad de conseguirlo.

      Si tales fantasmas se desvanecieron en la niebla, o la niebla los amortajó, no podría decirlo Scrooge. Pero ellos y sus voces sobrenaturales se perdieron juntos, y la noche volvió a ser como cuando llegó a su casa.

      Cerró Scrooge la ventana y examinó la puerta por donde había entrado el espectro. Estaba cerrada con dos vueltas de llave, como él la cerró con sus propias manos; y los cerrojos sin señal de violencia. Intentó decir "¡Tonterías!", pero se detuvo a la primera sílaba. Y hallándose muy necesitado de reposo, por la emoción que había sufrido, o por las fatigas del día, o por haber entrevisto el Mundo Invisible, o por la abrumadora conversación del espectro, o por lo avanzado de la hora, se tendió resueltamente en el lecho, sin desnudarse, y al instante se quedó dormido.

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