Abrió la puerta de la furgoneta sin hacer ruido, Allie alargó la mano y desdobló el edredón para bebé que tenía sobre la bolsa de la niña y se lo puso a Jane por encima, intentando no dejarse invadir por la ternura. ¿Habrían cambiado algo las noticias del embarazo de Karen? La posibilidad la sobrepasaba.
Luego volvió a cerrar el coche, dejando una ventanilla apenas abierta para que entrase el aire y se dirigió a donde se hallaba su hermana.
—¿Hace mucho que lo conoces? —su voz tenía un tono acusador.
—Hace casi cinco meses —respondió Karen sin manifestar sorpresa, levantando la mirada del objetivo—. Quizás no lo recuerdas. Su piso estaba alquilado, luego lo pusieron en venta y estuvo vacío tres meses hasta que él lo compró. Se mudó a principios de septiembre, y allí fue donde lo conocimos.
Allie asintió. La explicación le dijo todo lo que quería saber, pero Karen tenía más que decir.
—Es un tipo genial, Allie. De esos en que puedes confiar plenamente. John y yo conocemos a sus padres y dos de sus hermanos y son una familia unida y maravillosa.
—Es bueno saberlo —respondió Allie. Confiaba en la opinión de su hermana totalmente. Cambió de tema deliberadamente—: ¿Encuentras algo bueno?
—No lo sé todavía —respondió Karen, que volvía a mirar por el objetivo—. Pero no quiero correr ningún riesgo, así que voy a sacar todas las fotos que pueda, no vaya a ser que a Nancy se le ocurra algo que luego no tenga. Me encantan esas nubes que parecen algodón sobre las montañas —hizo un gesto, abarcando el paisaje con la mano—. Y de paso, quiero aprovechar para tomar muchas fotos de la nieve para ese libro sobre las cuatro estaciones que estoy planeando para niños.
Allie rio. Típico de Karen. Tenía energía para dar y regalar y generalmente estaba cocinando varias cosas a la vez. Allie dijo esto último en voz alta.
—¿Cocinando varias cosas a la vez? —levantó la vista Karen, con expresión de culpabilidad—. ¿A qué te refieres?
—A que, a pesar de estar nerviosa por la portada para Nancy Sherlock, te queda tiempo para pensar en un libro para niños.
—Oh. Ah, sí. Eso —dijo Karen, y su rostro se relajó.
—¿Por qué? ¿A qué creías que me refería?
—Nada —dijo Karen restándole importancia, sin mirarla. Se concentró nuevamente en tomar fotografías y hablar de la portada del libro con seriedad.
Allie sintió un pinchazo de sospecha y alarma, pero no le hizo demasiado caso.
—Voy a hacer unas tomas nocturnas de interiores —dijo Karen—. Y quiero sacar el vestuario esta tarde, a ver si puedo para haceros unas tomas llevando…
Se interrumpió abruptamente y lanzó una exclamación exasperada. Mientras hablaba, tomaba fotografías, cambiando lentes, movía el trípode. La cámara acababa de hacer un ruido que incluso Allie reconoció como extraño.
—Un momento —dijo Karen—. Probemos otra vez —apretó el botón plateado de la cámara, pero no sucedió nada—. No voy a ponerme nerviosa —le informó a Allie con voz desesperada.
—De acuerdo —dijo Allie.
—Veré cada posibilidad lentamente y con cuidado —continuó, toqueteando todo lo que pudo para ver si el aparato funcionaba, hasta que se le salió la película y cayó en la nieve—. Y si no funciona y no puedo arreglarla, me lo tomaré con calma.
Unos minutos más tarde, cuando Connor volvió con la moto de nieve, Karen le dijo que en cuanto bajasen a Jane y el equipaje, le condujese la furgoneta hasta la carretera. Tenía que ir urgentemente a Albany, la ciudad más próxima, para que le reparasen su valiosa cámara, el último modelo de una marca desconocida.
—Tardaré como máximo tres horas —concluyó.
—Karen, es más de una hora de ida y una de vuelta —le señaló Connor con paciencia—. Y luego tienes que…
—De acuerdo, tres horas y media. Volveré antes de que anochezca.
—Son casi las cuatro.
—Antes de cenar —dijo ella. Hizo un pausa por fin para escuchar—. Jane se ha despertado, Allie.
—Sí, ya la oigo.
Jane se despertaba muy alegre. Se oían unos gorgoritos y cantos del asiento trasero de la furgoneta.
—Si le pones el trajecito para la nieve, Allie, Connor os podrá llevar a la cabaña mientras yo acabo de bajar las cosas de la furgoneta. Y así cuando él vuelva me lleva hasta la carretera. En cinco minutos estaré de camino a Albany.
Connor no insistió y Allie estaba demasiado preocupada.
«Jane, tendré que ocuparme de Jane», pensó. «Yo sola. Sin nadie más. Durante al menos media hora hasta que Connor nos lleve y vuelva de acompañar a Karen. Y luego cuatro horas los tres solos: él, yo y Jane. No quiero hacerlo. Tengo miedo. No me encuentro preparada. No sé todavía si estaré preparada alguna vez. ¿Por qué no se da cuenta de ello Karen? ¿Por qué no me ayuda?»
Porque Karen también estaba asustada. Aquella portada era la gran oportunidad de su vida y la cámara se le había trabado. Desde luego estaba muy asustada.
—Es factible —dijo Connor. Lanzó una mirada al horizonte por encima de las montañas cubiertas de nieve que rodeaban Diamond Lake y añadió entredientes—: Más o menos. Si tenemos suerte —luego, en voz alta, dijo—: Vamos, Allie.
—No retraséis la cena por mí —le dijo Karen a Connor—, aunque seguro que llegaré a tiempo para cenar con vosotros.
—Por supuesto que sí —la tranquilizó Connor, como si no hubiese intentado antes convencerla de lo contrario durante cinco minutos. Cada vez hacía más frío, y aunque apenas eran las cuatro, el día se oscurecía por minutos. Estaba pronosticado mal tiempo, aunque todavía no se hubiese manifestado.
—Y, en cuanto a Jane, tendrás que… —se sujetó un mechón de pelo castaño claro tras la oreja nerviosamente.
—No te preocupes, que sé bastante de bebés —la volvió a tranquilizar Connor.
—Allie… no.
—Ya lo sé —asintió él con la cabeza.
Estaba un poco molesto por lo distante y fría que Allie parecía con su adorable sobrinita. Quizás la buena impresión que le había causado al verla no era tan buena como parecía. No le había puesto el traje de nieve a la niña y Karen lo había tenido que hacer, con el rostro tenso. ¿Estaba enfadada por la falta de interés de su hermana?
«Yo sí que lo estaría», pensó Connor. «No resulta demasiado difícil mostrar un poco de cariño a un bebé».
—Cuídala… y también a Allie —dijo Karen.
—Oh. Desde luego. Por supuesto —respondió. ¿Necesitaba Allie que la cuidasen?
—En serio, Connor —dijo Karen, quedándose quieta lo suficiente para mirarlo a los ojos—. Lo ha pasado realmente mal y es una persona maravillosa. Cariñosa, sincera, con buen humor —se interrumpió de repente, como pensando lo que acababa de decir—. De todos modos, volveré pronto. Ya sé lo que has dicho del pronóstico del tiempo, pero mira ese cielo —señaló la parte que seguía azul—. ¿Te parece que ese cielo amenace tormenta?
Connor no perdió el tiempo en señalarle las nubes que comenzaban a formarse tras ellos. Quizás tuviese razón. La tormenta se iría hacia el oeste, o quizás desaparecería del todo.
—Y yo tengo mi teléfono móvil —decía Karen—.