A veces la vida. Esmeralda Berbel. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Esmeralda Berbel
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418236129
Скачать книгу
lo hacíamos porque todo era nuevo, yo lo que quería era conocer cosas nuevas. Y ahí estaban las cosas nuevas. Empecé a pasar del cole. Sí, pero yo en el cole, fatal, lo recuerdo como una condena, a los chavales más difíciles, o sea yo, pues éramos los tontos, y entonces asumí que era tonto . Yo tenía un problema de abstracción, podía ir mirando la ventana, con cualquier cosa me iba. El cole no me estimulaba nada; una vez a mí me interesaba mucho la asignatura de Lengua, ¿sabes?, y un día el profe se puso enfermo y vino un sustituto que no tenía datos sobre nosotros, y mandó hacer una redacción y la mía le gustó tanto que empezó a alabarme como si yo fuera una lumbrera, y para los niños, que yo era el hazmerreír, ver que alguien, un profe, me destacaba como inteligente pues fue un shock; ese creyó en mí, pero duró quince días. Durante quince días me sentí bien. Volvió el otro y todo otra vez en su sitio, volví a ser el tonto. Me dolía. Ese dolor aún está igual. Sí. Todos mis pensamientos están en tierra de nadie. Sí, están por ahí, como un gas.

      Poco a poco dejé de ir. Hacía muchas campanas, hasta que dejé de ir. Estaba siempre con mis grupos, tocando la batería. Mi padre se enteró de que hacía seis meses que no iba al cole, otra vez follón. Yo vivía con él mintiendo.

      En esa época apareció mi primer amor. Fue la primera vez que llegué al otro planeta. A vosotras. Era preciosa. Llegar a ella, poder tocarla, fue, bueno, llegar al otro lado y que fuera tuyo, eso sí que era nuevo, ¿sabes?, ¡el mundo femenino! Duró poco, había atracción, pero éramos muy jóvenes, solo hubo un acercamiento de sentir los labios, el calor, tocamientos, nada más. Cuando se acabó sentí un vacío, pero no fue catastrófico, ahí no. Ah, cuando mi padre descubrió que no iba al cole, me dijo: «Si no estudias, pues a trabajar». Empecé con él, no lo aguantaba, no aguantaba nada, ni los horarios, ni a él, ni lo que tenía que hacer. Sus miradas seguían siendo como golpes; si le confrontaba, me hacía callar, me levantaba la voz. Estuve trabajando con él durante tres años, un suplicio. Después de trabajar me iba a tocar, todas las tardes; si podía también me iba por la noche, los fines de semana, me lo combinaba como podía. Él me lo prohibía, pero al final acababa diciéndome que hiciera lo que quisiera con mi vida. Él quería que tuviese un buen futuro, algo seguro, y yo para él hacía todo lo contrario. Pocas veces me hablaba de mi madre.

      Yo no. Nunca le hablé de ella. No sé si alguna vez estuvo con otra mujer, yo no la vi. A veces, de repente, surgía un acercamiento y hablábamos. El intentaba acercarse y yo me dejaba, pero en cuanto me decía algo que me molestaba, yo me iba. Casi siempre huía de él. Yo estaba en una fiebre total de adolescente, sufría mucho, pero también me lo pasaba bien, me lo pasaba bien con el nuevo grupo, me lo pasaba bien tocando la batería, para mí tocar era la posibilidad de conocer gente, de pertenecer a otro engranaje, de ser alguien, de tener poder; además, el grupo iba bien, teníamos éxito.

      Tocar era lo que más me gustaba. ¿Por dónde iba? Sí, dejé de trabajar con mi padre y empecé a irme de casa. Siempre volvía. En esos intervalos en que desaparecía y volvía a casa, yo me sentía humillado, rendido. La segunda vez me fui con una chica. Con ella estuvimos en cuatro mil casas, no había un trabajo, no había estabilidad y, a la mínima, tenía que volver, no tenía sitio para dormir, sí, a veces en casa de los amigos, pero acababa volviendo. Mi padre siempre me abría la puerta. Entonces, para ganar algo de dinero, empecé a pintar pisos porque era un trabajo libre. Antes, ¿eh?, ahora no, antes era fácil, hacías una capa de pintura y te ibas a ensayar, y si había actuaciones, podías estar tres días sin ir a pintar. Pero, aun así, me iba de casa y volvía. Sí. No sé, no sé cuántos años he estado así, creo que hasta el año 85. Siempre me iba por chicas, cuando acababa la relación con ellas volvía a casa de mi padre. Me acogía bien, me decía: «¿Ya la has cagado otra vez?». Pero me dejaba vivir ahí. Éramos dos extraños, padre e hijo.

      Yo volvía con una tremenda sensación de derrota, o sea: «A mí me ha ido mal en mis ideas y entonces tenía razón papá». Intuyo que siempre he sido muy paranoico, creo que yo veía cosas que solo estaban en mi cabeza, digamos que mi olfato es, no sé cómo decirlo, a veces lo tengo muy afinado y a veces no doy pie con bola. Ya sé que él no quería que yo fuera músico ni nada que se saliera de ser un hombre de familia y con una raya al lado, como Aznar, pero es que yo tenía una fiebre, ¿sabes?, era joven.

      Quiero hablarte de Kyran, fue una de las primeras personas que me hizo cambiar. Entonces se hacía llamar Charli, porque Kyran, en aquella época, era un nombre muy hippy y nosotros éramos punks; sus padres eran hippies, habían ido a la India y esas cosas, él también les hacía la contra. En esa época, nos drogábamos, vamos a ver, tomábamos anfetaminas y alcohol, pero nunca caballo, no estábamos interesados; la coca era inalcanzable por el precio, y el caballo, pues no, porque no surgió, no estaba en aquel ambiente, si no yo creo que hubiese caído, no sé, además el caballo requiere una jeringuilla y eso me da mal rollo; la anfetamina es acción mental, no paras, y el caballo es ralentí, te quedas paralizado, a mí eso no me interesaba. Bebíamos cerveza con menta, con grosella, cócteles, martinis, pero sin remover, como James Bond.

      Te estaba hablando de Kyran. Kyran es básico. Te pongo al corriente de cómo apareció Kyran en mi vida y yo en la suya: yo hacía campana y me iba al local de ensayo que había en mi barrio. Eran un desastre esos locales, pero, hija mía, ahí empezó todo, iba a ensayar allí, yo entonces no era punk ni nada, yo quería ser músico, batería, y ser como mis estrellas: Sweet, los reyes del Glam, ¿no?, un tipo de sonido de los setenta, por eso toqué la batería. Aquí empieza el querer ser otro, mi héroe era Mick Tucker. Alquilé el local yo solo. Estaba ahí cada tarde, solo, tocaba como un loco, me costaba quinientas pesetas al mes, de las pagas y lo que pillaba de mis astucias: ve a comprar un bistec y la leche. Y volvía con cinco duros y me los quedaba. Me pasaba toda la tarde ahí, y entonces apareció un grupo y alquiló el local de al lado. La estética de ese grupo no tenía nada que ver conmigo ni con la estética nuestra, digamos que era más punk, iban de cuero negro, botines, americana de cuero, camisa de tigre, y, claro, él, Kyran, como era diferente y yo era muy corto, mal rollo con Kyran; un día me hizo una broma, te cuento: en las puertas del local había un candado abierto, éramos así, y él lo cerró, me quedé dentro, me puse muy rabioso, no recuerdo cómo fue; al final salí y, con toda mi rabia, arranqué la puerta o me abrió alguien, no sé. Fui a su local y fui a por él, nos empezamos a pegar y nos paramos, nos mirábamos a los ojos, paramos, me miró y sonreímos, nos levantamos del suelo y nos fuimos a un bar a hablar, sí, y nos pasamos cuatro o cinco horas bebiendo Voll-Damm y hablando; y lo que él despertó en mí fue una pasada, me empezó a hablar de nuevas músicas, de poesía, de Baudelaire, de Rimbaud, de David Bowie, Iggy Pop. ¿Has visto mi tatuaje? Mira, es de esa época. ¿Te gusta? Kyran me habló de los misterios de la noche, yo estaba hipnotizado, él sabía hablar, contar, era un dandi; cambié, tuve discos nuevos, me dejó ropa e hicimos un grupo, nos volvimos inseparables, sí, hacíamos música, escribíamos juntos, las noches eran verdaderos rituales, leíamos La voz, El albatros, Elevación, escuchábamos a David Bowie o Iggy Pop en su casa o en la mía, tomábamos anfetas, cervezas, bailábamos, nos inundábamos de sonido, de luz, de poesía, y a veces de sexo. Había, supongo, un trasfondo homosexual, pero lo importante era la comunión; a nuestra manera, digamos, éramos dos dandis. Todo era pura magia. Lo pasamos bien hasta que un día se fue a Alemania y nos separamos. Pero durante ocho años mantuvimos correspondencia, una correspondencia que era pura poesía, y luego yo ya había desarrollado una forma de ser, había cambiado mi percepción y mi recepción, las dos cosas. Leía poesía en voz alta. Fue mi mejor época.

      Mi padre me tiró todas las cartas de Kyran a la basura en un ataque de ira. Seguía detestando todo lo mío y, en un momento, cogió un paquete con mis cosas sagradas y me las tiró todas. Sí.

      Apareció otro grupo, pero no pongas el nombre, eran gente mucho mayor, me daban mucha información, con ellos cada día se convertía en una fiesta. Yo, en aquella época, empecé a jugar con la ambigüedad, tenía diecinueve años, no sé, me daba apertura, podía acercarme a los hombres igual que a las mujeres y, de repente, en esa época, me entraron muchas ganas de saber.

       ¿De saber qué?

      Aún no lo sé, chica. No lo sé aún.