“La diferencia es lo que obliga al pensamiento a pensar”.
(Deleuze)
Este escrito responde a un momento de subjetivación y de desubjetivación entre 1992 y 1997 cuando realizaba mis estudios de pregrado en Filosofía. Por eso algunos de los planteamientos, ideas y reflexiones, entre otros, aquí señalados han devenido de otros con el paso de los acontecimientos, devenires, problematizaciones y ficionalizaciones que en el presente se entrelazan en mi constitución subjetiva. Sin embargo, al volver sobre este escrito por una petición en el marco de los 200 años del natalicio de Sören Kierkegaard en 2013, retomé este texto, permitiéndome dilucidar los pliegues de mi propia subjetividad, tanto a nivel teórico, como vital; de esta manera reconocí como un ritornelo este escrito poblado de silencios, de gritos, de angustias, de alegrías y de búsquedas, entre otros tantos sucesos y sentires que rodearon la vida en aquel momento. Hoy pienso, digo y hago de otra forma, desde otras búsquedas críticas, éticas y políticas, pero encuentro fundamental en todo esto estar educado en la “angustia”, quizás ya no como el debate entre lo uno y lo otro, debido a los rizomas de mi devenir subjetivo que me posibilitan un pensar distinto con otros discursos y otras prácticas que me configuran. Hoy, el hecho de enfrentar la angustia es tener la posibilidad con “temblor y temor” de ser soberano de “sí mismo” en la búsqueda infinita de la libertad, que permite el coraje de indagar por ese pequeño tramo de la libertad posibilidad de enfrentar la angustia y educarse en ella.
Por último, antes de pasar a la introducción original de este escrito, quiero agradecer a todos los individuos que me acompañaron en aquel momento de mi devenir subjetivo, de manera especial agradezco a Fray Publio Restrepo OFM quien con su corrección oportuna permitió la elaboración de este trabajo de investigación en el llamado padre del existencialismo.
A lo largo de la historia del pensamiento filosófico han aparecido dos modos contrapuestos de ver las cosas. Para unos lo valioso y señalado es lo esencial, lo primordial de los aconteceres, aquello que cuenta para todos. Otros pensadores, en cambio, han estimado superior lo que es singular de cada cual, valorando la vida y la existencia, que siempre son vida y existencia de este o de aquel.
La existencia en esta segunda forma de ver la filosofía se constituye en el tema preponderante a partir del cual el hombre, en cuanto único ser que problematiza su existencia como su ser, se convierte en un enigma cada vez mayor para sí mismo, y aumenta así la anarquía en su propia vida interior y, en general, en los problemas o conflictos humanos.
El esfuerzo por resolver la problemática del sentido de la existencia ha sido asumido por múltiples pensadores, entre los que cabe destacar a Sören Kierkegaard, uno de los primeros filósofos que buscaba dar respuesta a su propia existencia desde una posición de reflexión subjetiva, entendida esta como posibilidad, preguntándose por su mismidad y encontrándose con una problemática que lo embarga en lo más profundo de su ser: la angustia.
En la angustia, Kierkegaard se plantea preguntas existenciales que busca responder desde su propia reflexión, la cual estaba enmarcada por parámetros cristianos dados desde el protestantismo y que envolvían todo su pensamiento y filosofía.
Se precisa entonces desde el pensamiento de Kierkegaard que la angustia acontece como predisposición al pecado y como secuela de este. Por lo tanto, asaltan nuestro espíritu cuestionamientos por la relación entre existencia, angustia y pecado. ¿Cómo es posible la existencia del pecado? ¿Será la angustia el elemento psíquico que hace posible el pecado? ¿En el primer pecado hay una relación con el concepto de inocencia? ¿Será el pecado el origen de la angustia? Son estos mismos interrogantes los que buscan respuesta en el planteamiento de Kierkegaard.
De esta manera, la angustia ocupa un lugar central en este pensamiento y es menester indagar sobre cuál es su puesto; de ahí que a través de este libro se busque aclarar el papel de la angustia en el proceso de realización del individuo desde el punto de vista cristiano de Sören Kierkegaard.
Con la finalidad de acercarse al pensamiento de este filósofo, se analizarán algunas de sus obras, concentrando la atención en el concepto de angustia, dado que a partir de este se considera la existencia humana como signo que debe ser interpretado para encontrar su sentido y de esta manera poder comprender el papel de la angustia en el proceso de realización del individuo.
La angustia se presenta hoy con mayor vigencia que nunca, pues el hombre vive un momento de crisis a escala planetaria en diversas dimensiones, sean estas culturales, políticas o religiosas, entre otras. No obstante, la angustia como tema de estudio no ha sido abordada con la misma fuerza que años anteriores en posturas filosóficas existenciales, como la de Heidegger y Jaspers, entre otros.
Si bien este no es un tema de estudio en la actualidad, sí es una vivencia actual; el hombre cotidiano está sujeto al malestar de la cultura en la que vive, y aboca continuamente en su ser la angustia como compañera inseparable de su existencia y de la búsqueda de la realización. Ahora bien, pretender justificar este estudio sobre la angustia en ocasiones suena ilusorio, pues llega a ser tan evidente como justificar por qué se respira, y se considera un tema tan inherente al hombre y al mismo tiempo pocas veces discutido, que por ello resulta oportuno posibilitar un análisis reflexivo.
Por otro lado, en un ambiente occidental marcado por el cristianismo, la concepción de pecado como caída y angustia carcome la conciencia, hasta el punto de lograr el hundimiento como cultura sin descubrir la posibilidad de una realización de trascendencia hacia un plano de superación. En este sentido, la angustia no es un tema muerto o deshecho por el mismo hombre, sino que sigue vigente en un mundo que está sujeto a intensas transformaciones técnico-científicas.
Asimismo, buscar un sentido a la existencia puede ser la expresión más trajinada y de uso popular; sin embargo, en tal expresión está implícito el problema esencial, a partir del cual se descubre el horizonte fáctico de la realización de la existencia auténtica. Por ello, es asunto que no admite aplazamiento. En él convergen no solo modos de pensar individuales, sino también horizontes colectivos.
El yo frente al espejo; el hombre enfrentado a su propio destino; la existencia de uno mismo respecto a Dios y ante los hombres. En este punto, se intenta dilucidar las herramientas necesarias para presentar la correlación entre la religión como fenómeno trascendente y la existencia como proceso de encuentro consigo mismo, con los otros y con la figura trascendente que revela la existencia auténtica.
El hombre puede optar por existir inauténticamente, es decir, conformarse con ser uno más dentro del mundo: trabajar, alimentarse, casarse, tener hijos, vivir en la rutina, en la cotidianidad, no tener aspiraciones ni ambiciones de índole trascendente y existencial. Entonces, contentándose con lo que es, se repliega sobre las cosas y acepta ser una entre ellas. Pero aun así se encontrará vacío y con la necesidad de afrontar la responsabilidad de una elección más radical, que supere la dispersión y el simple dejarse vivir. Aquí el hombre opta por un sentido diferente. Lo que busca el hombre es algo constitutivo de él, de su individualidad, de su unidad, en la que él se reconozca y decida acerca de sí mismo, poseyéndose, autoconociéndose, en suma: conquistando su destino. Esta decisión toma en cuenta las consideraciones del riesgo y la responsabilidad que esta implica. Si la decisión es auténtica y no deseo o capricho, se dirige hacia el porvenir con la intención de unirlo con el pasado en una unidad que permita realizar el sentido de la decisión misma. La decisión tiene un sentido porque hay algo por qué decidir, algo que hacer. El ser de la existencia no es, sino que está por ser, por hacerse; si la perfección del ser permanece en su pensamiento y su inmutabilidad de la existencia consiste en el devenir. El devenir existencial es una permanente conquista del espíritu sobre la materia, pues su tensión marcha en el sentido de una espiritualización cada vez más profunda. No hay existencia sin devenir y de nada sirve querer abolirla.
Existir auténticamente significa salir de la determinación