La historia oculta. Marcelo Gullo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Marcelo Gullo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789876912969
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a los compases de la libertad, la igualdad y la fraternidad… Europa se arruina, pero sus teóricos leen, en Adam Smith, que la libertad de comercio es la base de la riqueza, y les parece una verdad científica y sin réplica. Es la base de la riqueza pero para Inglaterra solamente […] Los liberales ingleses dueños del capital industrial, aplauden las locuras de la Constituyente. Pitt mira, en 1790, complacido la obra revolucionaria. (Rosa, 1974: 12)

      No era para menos, Inglaterra estaba conquistando comercialmente a Europa al compás de La Marsellesa. Era el primer gran triunfo de la política de subordinación ideológica creada por Inglaterra. La primera gran victoria silenciosa del “poder blando” británico. Habría otras, y la América española sería su principal víctima.

      Con el agua al cuello

      Los franceses deberán esperar hasta la llegada de Napoleón para encontrar un político que comprenda que las bayonetas francesas habían estado, ingenuamente, al servicio de la industria de Manchester. Que el libre comercio significaba la ruina económica de Francia, el fin de la industria francesa y el triunfo definitivo de Gran Bretaña. Poco a poco, Napoleón entendió que la industria de Manchester era la columna vertebral de poder inglés; que la prosperidad económica y la estabilidad social de la Gran Bretaña dependían, sustancialmente, de sus exportaciones industriales a la Europa continental; que Gran Bretaña necesitaba exportar para poder sobrevivir. La política de Napoleón consistió, entonces, en “la defensa tenaz e inteligente de Europa contra la invasión económica británica […] unificó Europa para que no comprase mercaderías inglesas: lo hizo con sus granaderos invencibles e imponiendo a sus hermanos y cuñados en los tronos europeos” (Rosa, 1974: 14).

      Napoleón impuso, entonces, el bloqueo continental prohibiendo el comercio con Inglaterra. Era su tercera estrategia contra la Albión. La primera había consistido en invadir Egipto para cortarle a Inglaterra el paso más corto al corazón de su imperio: la India. La segunda fue invadir las islas británicas. La gran genialidad del almirante Horatio Nelson frustró ambas. La tercera estrategia sería el bloqueo continental. Prácticamente, las aduanas del viejo continente ya estaban cerradas a las mercaderías inglesas, pero el decreto de Berlín, del 21 de noviembre de 1806, sistematizó el bloqueo. En lo sustancial, la estrategia de Napoleón se basó en “hundir a Inglaterra ahogándola en su propio poder industrial […] la capacidad productora de la industria maquinizada sobrepasa en mucho las necesidades del mercado nacional británico. Para Gran Bretaña, exportar es vivir, y su principal mercado es Europa. Napoleón piensa que su economía no aguantará. Que la parálisis, el desempleo, la crisis, la harán estallar por dentro […] El bloqueo continental tuvo a Inglaterra con el agua al cuello […] Las exportaciones británicas se despeñaron; en el primer semestre de 1808 habían descendido un 60%. Las reexportaciones fueron duramente afectadas y los stocks de azúcar y café alcanzaron montos desconocidos hasta entones. La industria sufrió una contracción letal. Se colmaron los depósitos de mercaderías sin salida y muchos empresarios trataban de vender a pérdida. Creció el desempleo y las tensiones sociales entraron en ebullición. Una petición reclamando la paz reunió casi treinta mil firmas en Yorkshire. Los obreros de Lancashire protestaron ruidosamente por los salarios miserables y el paro. Los archivos de Scotland Yard revelan, años más tarde, la ansiedad con que el gobierno apreciaba la marea en alza del descontento” (Trías, 1976: 21-22).

      Esa situación de ahogo económico, de no poder exportar, de “tener el agua al cuello”, llevó a Inglaterra a codiciar más que nunca la posesión de la América española. Por eso las tropas británicas marcharon, precisamente por esos días, hacia el Plata. Sin embargo, los argentinos no serán para los británicos “empanadas que se coman de un solo bocado”.

      Capítulo 6

      A la conquista de la América española

      Confieso que me indigné, y que nunca sentí más haber ignorado, como ya dije anteriormente, hasta los rudimentos de la milicia; todavía fue mayor mi incomodidad cuando vi entrar las tropas enemigas y su despreciable número para una población como la de Buenos Aires: esta idea no se apartó de mi imaginación y poco faltó para que me hubiese hecho perder la cabeza: me era muy doloroso ver a mi patria bajo otra dominación y sobre todo en tal estado de degradación.

      Manuel Belgrano

      Como el cuchillo en la manteca

      Durante la guerra contra Napoleón, Gran Bretaña planificó un triple ataque a la América española: por el nordeste desembarcarían en Venezuela, por el sudeste en el Río de la Plata, y por el sudoeste en Chile. El plan incluía el previo ataque del cabo de Buena Esperanza con la finalidad de que sirviera de punto de apoyo al plan general de invasión de América del Sur y de destruir el todavía apreciable poder marítimo holandés:

      Siguiendo el plan de converger sobre América del Sur por tres puntos distintos, se comisionó a Crawford para que atacase Valparaíso, mientras lord Pophan, jefe de la expedición al Cabo, ordenaba al general Beresford que desembarcara en el Río de la Plata y se lanzara sobre Buenos Aires, ciudad a la sazón con cincuenta mil habitantes. (Sánchez, 1965: 261)

      El 25 de junio de 1806, a la una de la tarde, mientras Buenos Aires dormía la siesta, las tropas de su majestad británica, al mando del general William Carr Beresford[17] desembarcaron en Quilmes. El 26 de junio Pedro de Arce, al mando de una inexperta milicia, intenta detener, sin éxito, a los ingleses en el puente de Barracas. El virrey Rafael de Sobremonte decide, entonces, partir hacia la ciudad de Córdoba en busca de ayuda. El 27 de junio los soldados del ejército británico entran desfilando a la ciudad de Buenos Aires y toman el fuerte, donde izan la bandera británica. Al día siguiente el general Beresford proclama que las tropas británicas han llegado al Río de la Plata para instaurar definitivamente el libre comercio. Además, el general inglés anuncia que el nuevo gobierno garantiza la propiedad privada, la administración de justicia y el libre ejercicio de la religión católica. Pocos días después comunica que rige la pena de muerte para los que ocultaran armas o conspiraran contra la ocupación y exige el juramento de lealtad de la población de Buenos Aires al rey Jorge III. Así, Beresford creía estar aplicando, al mismo tiempo, la política de la zanahoria y el garrote. Desde el punto de vista político, la principal acción emprendida por Beresford, y la que mayor trascendencia tendría con el paso del tiempo, consistió en reforzar la extensa red británica de espionaje formada por criollos “colaboracionistas” de las clases altas de la ciudad de Buenos Aires. Entre los personajes que formaban parte de la red de espionaje inglesa se encontraban, entre otros, Saturnino Rodríguez Peña y Manuel Aniceto Padilla. Esa poderosa red de espionaje, que no fue desmantelada luego de la expulsión de las tropas británicas, no sólo le permitió al poder inglés recabar siempre sustancial información, sino también realizar importantes acciones encubiertas. Desde entonces, la inteligencia británica operó en el Río de la Plata sin interrupción hasta nuestros días.[18]

      La patria de los mercaderes

      El plan inglés de ocupación del virreinato del Río de la Plata –perfecto en su concepción– contenía un error de base: los estrategas ingleses no habían tomado debidamente en cuenta la decidida voluntad de la mayoría de los argentinos de resistir firmemente a una invasión de una nación a la que consideraban un enemigo histórico estratégico. Es preciso, sin embargo, aclarar que esa mayoría no incluía, valga la redundancia, a la mayoría de la clase alta de Buenos Aires y a una parte sustancial de los sectores medios intelectualizados que fueron obsecuentes y colaboracionistas con el invasor inglés.

      Dueños de Buenos Aires, los invasores recibieron la apurada adhesión de algunos personajes conocidos. Castelli encabezaba la lista de los 58 vecinos que firmaron su fidelidad al vencedor, y recibe un valioso regalo como retribución […] Castelli, Vieytes y Beruti fueron afectísimos a la dominación inglesa. (Machado, 1984: 23)

      Para la clase alta porteña, nacida del contrabando, Gran Bretaña llegaba por fin al Río de la Plata a imponer el libre comercio de forma absoluta. Mientras duró la ocupación de la ciudad de Buenos Aires por las tropas inglesas al mando del general Beresford fueron frecuentes las visitas de cortesía al fuerte realizadas por las familias de las clases altas. Familias que permitieron que sus hijas –las Sarratea, las Marcos y las Escalada, entre otras– coquetearan