—¡Si es que lo sabíamos! Sabíamos que no te estarías arreglando. —Rachel y Gina, una rubia y la otra morena, ambas felizmente casadas, cierran de un portazo y entran como un huracán.
—Os dije que os llamaría si necesitaba ayuda —protesto mientras bajan la pantalla del portátil y me ponen en pie.
—No habrías llamado.
—¿Y tú cómo lo sabes? —le pregunto a Gina.
—Porque nunca llamas. Vamos a peinarnos.
Rachel se dirige a mi armario, toma un jersey y un pantalón de chándal y me los trae.
—Venga, que te van a dejar guapísima. Así, cuando veas a Emmett esta noche, le restriegas por toda la cara lo que se pierde.
—¡Que anoche volví tarde y no he dormido casi nada! ¿No podemos dejarlo para luego? ¡No estoy depre, lo juro!
—Ya veremos —dice Rachel, incrédula, mientras me pone ropa encima.
—Uf, os odio.
—Nos amas.
Gruño y me cambio de ropa.
—Pues sí —admito—. Pero, para que conste, soy una preciosa chica soltera que tiene las riendas de su vida. Ayer vendí dos cuadros y anoche tuve una cita. Voy por buen camino —les cuento.
—¡No me digas! ¡Qué bien, Wynn! —Rachel abre los ojos como platos de la emoción y casi salta mientras aplaude la noticia. Entretanto, Gina me acerca las deportivas y el bolso.
—¿Y vale la pena? —me pregunta esta sin mucha confianza.
—Qué va, para nada. Me vendió. —Llevo la taza vacía al fregadero y la lavo antes de salir.
—¿Que qué?
—Que me vendió. Era un juego. Y conocí a otro chico. No me lo esperaba, pero… bueno, estaba buenísimo. Así, por lo menos, mis hormonas estuvieron entretenidas.
—¿Que estaba cómo? ¡¡Wynn!!
Su emoción me hace sonreír, pero no les revelo nada más. Primero, porque lo más probable es que se preocupen, y no tienen por qué preocuparse por mí y Cullen. ¡De verdad! No me voy a colar por un tío así; no me voy a colar por ningún tío, punto. Y segundo, porque Cullen Carmichael parece el secretito obsceno de alguien, y, por alguna extraña razón, ahora me pertenece.
2. Cuatro iguales
Quedamos con Livvy en el exterior de Accents, una de las peluquerías más selectas de la ciudad, y Alessandra, la dueña, nos hace un gesto para que entremos.
—Pasad, ahora os atiendo. —Señala a otras peluqueras.
Normalmente está a rebosar y, al ver que no hay más clientas, las cuatro reparamos a la vez en que Callan, el prometido de Livvy, tiene la intención de mimar a su futura esposa y a sus amigas para que nos creamos que somos las únicas mujeres del planeta.
—¿Tú lo sabías? —pregunta Gina a Livvy mientras la mira del todo asombrada.
Rosas blancas impregnadas de lavanda llenan la estancia. Son bonitas y tienen un tono delicado y suave.
—¡Qué va! —exclama Livvy mientras ríe con regocijo. Se detiene el tiempo justo para arrancar una rosa de un arreglo floral. La huele con aire soñador y yo me tomo una suculenta trufa.
—Alguien va a mojar esta noche —bromea Gina.
—¿Qué clase de unión sería si Livvy no fuese a mojar esta noche? —apostillo con una risita.
—Me refería a Callan —aclara Gina con una sonrisa de satisfacción, y yo me río todavía más.
Pero, de pronto, noto una punzada en el estómago. Como si se me hubiese abierto un agujero negro por dentro y hubiese un vacío.
No quiero estar celosa de mis amigas. Son estupendas y quiero estar a su lado cuando me necesiten. Es verdad que a veces también desearía haber encontrado al hombre definitivo, pero eso no significa que nunca vaya a… ¿No? Malcolm besa el suelo que pisa Rachel. Tahoe come de la mano de Gina de lo pillado que está. Y Callan adora a Livvy y acostumbra a prepararle las mejores sorpresas, como una romántica luna de miel en un destino desconocido.
A ellas les ha tocado la lotería con estos hombres, pero yo me he llevado el gordo con mis queridas e íntimas amigas.
—¡Que empiece la fiesta! —exclama Gina mientras gira en la silla de la peluquería.
Aparece un camarero con champán. Acepto una copa y me la bebo de un trago como si el alcohol estuviese en mi orden del día. Pues sí. Lo voy a necesitar.
Rachel propone un brindis.
—¡Por el amor y los hombres de pecado!
Mientras chocamos las copas me asalta un pensamiento que me estremece.
No pienso en los hombres de pecado que cortejaron a mis amigas y las llevaron a comprometerse de por vida. Mis pensamientos van más allá, son más picantes y disparatados.
Ojos Plateados. Mandíbula de ensueño. Temperamento inquietante.
El tahúr sexy es complicado.
Fascinante. Electrizante. Muy carismático.
Estoy tan sumida en los recuerdos de anoche que casi no noto que tengo a la peluquera detrás.
Me recoge el pelo por la nuca.
—¿Quieres algo delicado y sexy o algo elegante y atrevido? —Mientras medito su pregunta, añade—: La contradicción natural es una forma sutil de tener a los hombres a la expectativa.
—¿Ves? —le digo a Gina con una sonrisa de suficiencia—. Ya sabes por qué voy a ir sin pareja.
Gina se gira y mira a su peluquera.
—Nos haremos lo mismo que Wynn. Que la novia sea la única que vaya como se espera.
—Livvy es de todo menos previsible —digo entre risas mientras la miro. Su peluquera ya está haciendo maravillas con su precioso pelo rubio. Es la más habladora y simpática de las cuatro, y hoy no es una excepción, pues se ha puesto a contarle a la peluquera cómo se lo pidió Callan.
Pensar en la pedida me hace pensar en su prometido, y pensar en Callan me hace pensar en su hermano.
Uf. A Ojos Plateados le encantaría saber que estoy pensando en él.
Anoche, ese hombre exasperante a la par que atractivo hizo que me olvidase de todo. Mostró interés por mí, me hizo jugar con él al póquer e hizo que me sintiera integrada. ¿Cuándo me ha hecho sentir Emmett que encajo en un sitio? Pero, ¡si ni siquiera me quería en su cocina! Y por esto no debería haber tenido una cita anoche. Tengo que olvidarme por completo de los hombres y centrarme en mi galería, la Galería de la Quinta Avenida, mi único y verdadero amor.
—Piensas demasiado —me susurra Gina discretamente. Se coloca un mechón oscuro detrás de la oreja. Le dice algo a su peluquera y acto seguido se levanta de la silla para ver cómo me están dejando—. Nos estamos emperifollando para la fiesta de nuestras vidas. Y ya te digo yo que lo será. Ay, mi perita en dulce.
—¿A qué te refieres? Pues claro que soy una perita en dulce. ¿No ves que soy la única que sigue soltera?
—Pero estarás para comerte y Emmett se subirá por las paredes.
—Pasa de ese idiota que cocina fatal. Sin ánimo de ofender, Wynn. Solo me comía lo que preparaba por ti —dice Rachel con picardía mientras se acerca. Está tan despampanante como siempre—. Estás mejor sin él, te lo digo yo. Cuando aparezca el indicado, no te cabrá