Peces y dragones. Undinė Radzevičiūtė. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Undinė Radzevičiūtė
Издательство: Bookwire
Серия: La principal
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417617400
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a Castiglione: los chinos no llaman «anfitrión» de un paisaje al emperador, sino a un monte de gran tamaño.

      La mayoría de las veces está en el lado derecho del cuadro.

      Todo lo que queda en el paisaje es lo que llaman «invitados».

      ***

      En China es como en Europa, piensa Castiglione.

      Cada individuo tiene su sitio.

      Su rango.

      Aunque en China no se valora a cada uno por separado, sino en relación con alguien más.

      En cualquier situación eres o profesor o alumno, o padre o hijo, o anfitrión o invitado.

      En China hasta los elementos del paisaje tienen su rango, piensa Castiglione.

      ***

      —¿Tal vez quiere que responda a la pregunta de por qué a finales del año 2001 estuve chateando en Messenger sobre temas eróticos? Con un escritor de Malta… —precisa Mamá Nora en ese momento desde la pantalla.

      —Sí. ¿Por qué? —pregunta la periodista.

      Miki sube el volumen obedeciendo a los gestos de Abuela Amigorena. Mientras, aprovecha para gritarle al televisor:

      —¡Por qué, por qué, por qué! ¿No tienen otra pregunta que hacer? Siempre el mismo «por qué». Te apetecía y lo hiciste, punto.

      Aún tiene fuerzas para seguir despotricando un rato:

      —¿Qué pasa? ¿Que tienes que ponerte de rodillas y pedir perdón con lágrimas en los ojos? Y después, ¿qué? ¿Besar la bandera? ¡Ni que fueras la presidenta de la nación!

      Ella tiene fuerzas, pero nadie las tiene para escucharla; les interesa más la conversación que tiene lugar en la pantalla.

      —¿En serio chateaste en plan hot con un escritor de Malta en 2001? —pregunta ahora Miki girándose hacia su madre.

      —El tío carecía de pensamiento analítico y de sentido del humor. ¿De qué quieres que hablara con él?

      —¿Pero el año 2001 tuvo algo de especial o qué? —pregunta Abuela Amigorena—. ¿Me estoy perdiendo algo?

      —Que fue hace mucho tiempo, solo eso… —responde Mamá Nora.

      —Estás mejor en televisión —la corta Abuela Amigorena. Y seguidamente matiza—: Más gorda.

      Ahí está Abuela Amigorena, sentada frente al televisor, ataviada con un jersey violeta sobre el que bordó unos pensamientos cuando aún era joven.

      Se la ve tan engalanada como si se encontrara no en este plano, sino en el más allá, al otro lado de la pantalla.

      Pero eso a ella ni mentárselo.

      Abuela Amigorena ha cumplido ya ochenta años y no soporta esa expresión: «el más allá».

      En cambio, le apasiona el verbo «expulsar» y todos sus derivados.

      Ahora luce frente al televisor su prenda más representativa. Para ocasiones menos solemnes exhibe otra clase de gustos.

      A ella lo que le va es el rollo gitano.

      —¿Chanel? —pregunta Abuela Amigorena señalando el jersey negro que viste Mamá Nora en la pantalla.

      —Casi —responde Mamá Nora.

      —«Casi» Chanel… —medita Abuela Amigorena.

      Está muy bien que haya al menos un nombre tan particular en casa. Así los demás pueden tener nombres algo más normales.

      Durante mucho tiempo todos pensaron que Amigorena significaba algo así como «amiga de todos». Más tarde, después de buscar en un diccionario de español, descubrieron que era la suma de «amigo» y de «reno»: animal de género masculino de la familia de los cérvidos.

      Con esa copla se quedaron, al menos.

      Pero el secreto no llegará nunca a oídos de Abuela Amigorena.

      —Entonces, ¿qué? Te han expulsado, ¿no es cierto? —dice Abuela Amigorena apartando la mirada del televisor y girándose hacia Shasha, que acaba de entrar por la puerta.

      —…

      —Di, ¿te han expulsado o no? —Y esta vez acompaña la pregunta de un guiño de complicidad. Pero ya la han hecho callar y la han girado de cara a la tele.

      Un día, Shasha anunció a toda la familia que «Amigorena» era con toda probabilidad un nombre ibero.

      —¿Ese idioma existe? —preguntó Miki.

      —Hubo un territorio en el que existían ese tipo de nombres —dijo Shasha.

      —¿Por qué tienes que calumniarme siempre? ¿Eh? ¡Dímelo! ¡Gatos2! —Y después del estallido, como de costumbre, Abuela Amigorena rompió a llorar.

      Abuela Amigorena nació en la Argentina.

      Sus padres emigraron durante la Primera Guerra Mundial y luego regresaron. Con ella en brazos.

      E hicieron muy mal.

      De su tiempo en Argentina, Abuela Amigorena no recuerda más que unas pocas palabras en español, que utiliza solo a modo de juramento o de amenaza.

      A Abuela Amigorena no le gusta hablar sobre la Argentina. Se pone triste.

      Culpa de sus padres.

      —Oye, ¿por qué todo terminó entre vosotros? —pregunta Miki durante la pausa de la publicidad, mirando con interés a Mamá Nora.

      —¿Entre quiénes?, perdona —pregunta Mamá Nora.

      Es poco probable que Abuela Amigorena leyera alguna vez a Ibsen. Ese «Nora» lo tuvo que ver u oír en alguna parte.

      —Entre tú y ese escritor de Malta.

      —¿Con la Marta? —pregunta Abuela Amigorena.

      —De Malta —dice Mamá Nora.

      —No tienes por qué repetirme las cosas, bonita. Oigo perfectamente. Y lo entiendo todo también… —paladea Abuela Amigorena misteriosamente—. A ver si te crees que me caí de un guindo.

      —Nos cruzamos —dice Mamá Nora.

      —¿Dónde? —pregunta Miki.

      —Se cruzaron nuestros pensamientos.

      —¿Qué… pensamientos?

      —Pues, mira, yo quería huir a la isla…

      —¿Y él?

      —… y él quería huir de la isla.

      —Hu… huir… —tartamudea la abuela—. ¿Cómo que huir?

      —Así que, cuando llegasteis a esa conclusión, lo dejasteis estar… ¿Fue eso? —pregunta Miki.

      —No, no fue tan de repente. Yo todavía le envié dos tarjetas navideñas.

      —Muy bien hecho —dice Abuela Amigorena.

      —¿Cómo sucedió entonces? —pregunta la periodista—. ¿Cómo empezó usted a abordar el erotismo en su obra?

      —Un establecimiento de ese tipo de productos ha abierto sus puertas precisamente frente a mi ventana —responde Mamá Nora.

      —¿Y?

      —¿Cómo que «y»?

      La periodista parece desconcertada.

      —¿Qué… qué influencia diría que ejerce a estas alturas en su obra el marqués de Sade? —pregunta después de una pausa durante la que se oye un rumor de folios.

      Justo después de esta pregunta algo ocurre bajo el jersey de Mamá Nora, que empieza a rebuscar de manera sospechosa.

      El