En primer término, no bien se produce la caída del hombre, aparece la opresión. Y el símbolo de todas las opresiones humanas es la opresión de la mujer. A esa opresión se refiere la maldición de Eva: … tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti2. Esa no es una prescripción de Dios, es una descripción de una situación que se daría como consecuencia de la caída. La violación de los derechos humanos comienza, pues, en la familia. Otra trágica ilustración de esto aparece en Génesis 4, en la narración del asesinato de Abel. Dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató3. Después del homicidio, Dios dice al asesino: La sangre de tu hermano, que has derramado en la tierra, me pide a gritos que yo haga justicia4. A pesar de su crimen, Caín es protegido por Dios con una señal, para que no sea también asesinado.
Esta barbarie ultrajante para la conciencia de la humanidad, a la cual hace referencia la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es síntoma de la desarticulación de las relaciones con Dios y con el prójimo. En Cristo Jesús, Dios ha actuado para restaurar su imagen en su criatura y devolverle su dignidad; para eso murió Jesucristo. La muerte de Cristo en la Cruz es la manifestación más sublime del amor de Dios. … Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aun pecadores, Cristo murió por nosotros5. La muerte y resurrección de Jesucristo provee la base para la justificación del pecador por parte de Dios.
Pero no sólo eso, puesto que la justificación implica físicamente la concesión de derechos a quien ha estado privado de ellos, derechos que afectan no sólo su relación con Dios, sino también su relación con el prójimo y con la creación. Para entender correctamente el evangelio de la justificación por la fe, hay que proyectarlo contra el telón de fondo del concepto veterotestamentario de la justicia. El que justifica desde la perspectiva del Antiguo Testamento es el juez, pero “justificar” significa ‘finiquitar, dictar una sentencia por la cual el juez declara justo al acusado y establece el derecho de este’. La justificación es vindicación, restauración y restitución.
El rey ideal es el que hace justicia a los pobres, a las víctimas de la injusticia, a los oprimidos; dicta sentencia a su favor y actúa para liberarlos de su opresión. Proyecta, sobre este telón, la justificación de que habla el Nuevo Testamento y, particularmente, Pablo. Significa que en virtud de la muerte de Cristo, aparte de la ley, al pecador se le otorga por gracia el derecho de ser hijo de Dios, el derecho del favor de Dios y de vivir con dignidad como criatura hecha a imagen y semejanza del Creador. Los derechos Humanos, pues, encuentran su afirmación en la muerte y resurrección de Jesucristo.
El derecho humano fundamental
El derecho fundamental es el derecho a la vida. Según el artículo 3° de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, «Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona». En los países ricos, se pone énfasis en otros derechos: El derecho a la propiedad (art.° 17), el derecho a la libertad de opinión y de expresión (art.° 19). Sin embargo, el derecho a la vida es el fundamental, ya que el ejercicio de todos los demás derechos presupone la vida misma. Es, en realidad, el derecho a tener derechos, el cual incluye el derecho a la vida. Es el derecho a contar con las condiciones objetivas que posibilitan una vida digna para todos. Está vinculado con las necesidades básicas del ser humano, a las cuales se hace referencia en el artículo 25° de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: «Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios».
La mayor violación de derechos humanos en nuestro continente se está dando en este campo. Miles y millones de personas no están cubriendo sus necesidades básicas; aumenta el hambre y la miseria de manera alarmante. ¿Qué sentido tiene, en este contexto, hablar del derecho a la propiedad o del derecho a la libertad o a la libertad de opinión y de expresión?
La iglesia y los derechos humanos
No siempre ha estado la iglesia a la vanguardia de la lucha por los derechos humanos. Por el contrario, con demasiada frecuencia ha adoptado una actitud quietista frente a la violación de estos derechos. Las razones son muchas.
Quisiéramos destacar dos. Una, la reducción de la experiencia cristiana a una experiencia religiosa privada, sin conexión con la vida social. Para muchos, el ser evangélico es haber aceptado un mensaje de salvación eterna que no tiene trascendencia para la vida en medio de los seres humanos. Otra razón es el temor. El que se identifica con las víctimas de la injusticia corre siempre el riesgo de ser victimado también, y el temor paraliza, y el temor hace cómplices de la injusticia. Hace falta que desde su fe en Jesucristo, la iglesia se pronuncie a favor de la vida y en contra de toda forma de violación de los derechos humanos. La iglesia cumple su vocación de sal de la tierra y luz del mundo, cuando hace sentir su presencia en la sociedad no sólo porque predica, sino por lo que es y por lo que hace, por su compromiso con el amor, la libertad, la justicia y la paz.
En relación con los derechos humanos, la iglesia cumple su misión en cuatro áreas:
I. La denuncia profética. Según la Declaración Universal de los Derechos Humanos, toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamadas en esta declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, posición política, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición (art.° 2). Este es el caso por el cual Dios no hace acepción de personas. Su amor se extiende sobre justos e injustos, buenos y malos. Si es así, toda violación de Derechos Humanos, se cometa contra quien se cometa, es abominable delante de Dios y debe ser rechazada como tal. No podemos escoger a las víctimas cuyos derechos pedimos sean respetados.
Además, toda violación merece nuestro rechazo, sea quien fuere la persona o entidad que la cometa. Los gobiernos de todos nuestros países están suscritos a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero tiene que pasarse de las declaraciones a los hechos. Nuestros gobiernos se encuentran comprometidos con la violencia institucional que caracteriza a estos países, y en muchos casos con una abierta violación de los derechos humanos. Tal violación debe denunciarse en el nombre de la justicia de Dios. Sin embargo, la denuncia debe extenderse también a otros violadores, sea cual fuere su signo ideológico. Denunciar es exigir el reconocimiento de la dignidad humana de las víctimas, y los cristianos deberíamos ser los primeros en hacerlo, porque creemos que Dios creó a todos a su imagen y semejanza, y que Cristo murió por todos.
Habiendo vivido en Argentina durante los trágicos años de la represión militar, este tema fue de profunda preocupación para muchos de nosotros. Cuando concluyó la pesadilla, el gobierno democrático de Alfonsín nombró una comisión para que hiciera un estudio cuidadoso de las violaciones de derechos humanos que se habían cometido a lo largo de los ocho años. Se produjo, así, un estudio que llevaba el título de “Nunca más”. Fue el resultado de varios meses de trabajo de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, nombrada por el gobierno. En 490 páginas, presentó la conclusión sobre la base de miles de denuncias y testimonios relativos a la desaparición de alrededor de 9 000 personas.
Según los estudios de algunos