En manos del dinero. Peggy Moreland. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Peggy Moreland
Издательство: Bookwire
Серия: elit
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788413487441
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vez dentro, se quitó el sombrero y lo colgó en el colgador que llevaba allí desde que lo había hecho su abuelo con el primer árbol que se taló en sus tierras.

      –¿Eres tú, Ry?

      Al oír la voz de Ace, Ry suspiró y se preguntó qué malas noticias tendría que darles aquella vez.

      Desde la muerte de su padre, cada vez que su hermano mayor los había reunido, había sido para hablarles de problemas.

      –Sí, soy yo –contestó.

      Al llegar al salón, se quedó en la puerta observando a los cuatro hermanos con los que había crecido, con los que se había pegado y defendido cuando había sido necesario y a los que, al final, había abandonado.

      Sintió un nudo en la garganta y se preguntó qué había ocurrido entre ellos para que los vínculos que los habían unido tanto en el pasado se hubieran roto.

      «Papá».

      Ry se negó a pensar en su padre, el hombre que les había dado la vida, pero que también les había dado la espalda y que había hecho que terminaran dándosela los unos a los otros.

      –Siéntate –le indicó Ace.

      Ry asintió y se sentó.

      –¿Qué tragedia hace que nos volvamos a reunir?

      Ace chasqueó la lengua.

      –Esta vez no se trata de una tragedia –les explicó–. Os he llamado para deciros que me han ofrecido hacer un reportaje fotográfico en el norte de Dakota. Voy a estar fuera más de un mes y Maggie y la niña se vienen conmigo, así que el rancho se va a quedar vacío. Hasta ahora, como ejecutor del testamento de papá, me he sentido responsable del rancho y me he quedado aquí hasta ponerlo en marcha de nuevo, pero no quiero dejar pasar esta oportunidad –les contó paseándose por el salón–. Si tuviéramos un capataz que se hiciera cargo de las cosas, no habría problema, pero no lo tenemos, así que uno de vosotros va a tener que venirse aquí.

      –¿Qué quieres, que hagamos turnos? –preguntó Woodrow.

      –No, uno de vosotros debería instalarse en el rancho –contestó Ace–. Ya sé que es mucho pedir, pero me parece completamente necesario. Espero que uno de vosotros pueda aparcar sus responsabilidades personales durante un mes.

      –¿Estás de broma? –dijo Rory con los ojos muy abiertos–. ¿Cómo voy a dejar mi cadena de tiendas? –rió–. Y, de paso, echo el cerrojo y bajo las persianas. Si hiciera eso, en un mes, mi negocio se iría al traste.

      –¿Y tú, Woodrow? –preguntó Ace–. Tú eres el que más cerca vive. ¿Crees que podrías hacerte cargo del Big T y de tu rancho a la vez?

      –¿Cuándo queréis iros?

      –Mañana –contestó Ace–. Ya sé que es muy pronto, pero ya sabéis que a mí nunca me encargan los proyectos con mucha antelación.

      –Me encantaría ayudarte, pero ésta es la peor época del año para mí porque tengo cien cabras a punto de parir –recapacitó Woodrow–. Me va a ser imposible hacerme cargo de los dos ranchos.

      Ace asintió comprendiendo la situación de su hermano.

      –¿Y tú, Whit?

      –Lo siento, pero me voy el miércoles a Oklahoma. Me han contratado para domar a seis caballos. Voy a estar fuera más tiempo que tú.

      Ry se puso a sudar mientras escuchaba las excusas de sus hermanos porque sabía que, tarde o temprano, le iban a preguntar a él y no quería pasar un mes en el rancho.

      Las veces que había tenido que alojarse allí desde la muerte de su progenitor habían sido más que suficientes.

      No podía soportar dormir en la casa en la que había crecido, destapar los recuerdos, tener que ver a la gente del pueblo y darse cuenta de que su apellido, que todos respetaban, no había sido más que una herramienta de la que su padre se había servido para conseguir todo lo que había querido.

      Ver el rencor en los ojos de los demás cuando lo miraban era terrible.

      No, no podía y no lo iba a hacer.

      Ya tenía suficientes problemas.

      Así que se le ocurrió que lo más fácil sería contratar a un capataz. El dinero no era un problema porque lo tenían pero, ciertamente, encontrar a una persona cualificada y de confianza en tan poco tiempo era imposible.

      Mientras intentaban pensar en otra solución, volvió a recordar las palabras de Kayla.

      «¡Cambia de vida!».

      Ry intentó apartar aquel recuerdo de su mente.

      «Si eres infeliz o estás triste, tienes que hacer algo para remediarlo. ¡Cambia de vida!».

      Pero irse a vivir al rancho no lo haría feliz, se dijo de manera obstinada. Más bien, con sólo pensarlo se moría de la depresión.

      Claro que vivir en Austin tampoco lo hacía feliz.

      «Si eres infeliz o estás triste, tienes que hacer algo para remediarlo. ¡Cambia de vida!».

      Le pareció sentir el aliento de Kayla diciéndole al oído que se presentara voluntario.

      –Yo me encargo –se ofreció.

      –¿Tú? –le preguntó Ace sorprendido.

      –¿Qué pasa? –contestó Ry enarcando una ceja–. ¿Te crees que no soy capaz?

      Ace levantó la mano para que entendiera que no tenía ganas de discutir.

      –No lo digo por eso sino por tu trabajo. ¿No tienes operaciones ni pacientes?

      Ry se dijo que tendría que haberse mantenido callado y, así, aquella pregunta no habría surgido.

      Ninguno de sus hermanos sabía que había vendido la consulta, porque no se lo había contado.

      ¡Lo cierto es que no les había contado nada!

      ¿Cómo explicarles el descontento que se había apoderado de él y que le había hecho abandonar una carrera para la que se había preparado durante años?

      Había llegado el momento de hacerlo. No había ninguna otra manera de justificar que pudiera hacerse cargo del rancho durante un mes.

      –He vendido la consulta.

      –¿Cómo? –exclamó Ace.

      –Madre mía –comentó Woodrow–. Esto sí que es fuerte.

      –¿Por qué? –preguntó Rory–. Te estabas haciendo de oro con los implantes de silicona y los estiramiento faciales, ¿no?

      Ry miró a su hermano pequeño de manera cortante. Las bromas de sus hermanos sobre su forma de ganarse la vida lo tenían harto desde hacía muchos años.

      –No ha sido por el dinero.

      –Entonces, ¿por qué ha sido?

      Ry se puso en pie y se acercó a la ventana sin saber qué contestar. Se metió las manos en los bolsillos y se quedó mirando la tierra en la que había crecido y de la que había terminado huyendo e intentó encontrar la manera de explicarles su descontento a sus hermanos.

      Pero era imposible explicar algo que ni siquiera él entendía.

      –Porque me cansé –dijo por fin–. Así que, a menos que creas que no soy capaz de hacerme cargo del rancho, creo que soy el hombre que buscas –añadió mirando a Ace.

      Ry no se entendía a sí mismo.

      En lugar de maldecirse mientras volvía a Austin a recoger sus cosas, estaba encantado con la idea de mudarse al rancho.

      –Cambia las cosas –murmuró.

      A continuación, se rió al pensar en la camarera y en lo que pensaría si se enterara de