Y lo mejor de todo era que su madre lo había visto hacer el tanto de la victoria y había sacado la foto. Siempre había encontrado tiempo para asistir a los acontecimientos deportivos del colegio.
Respiró hondo y justo cuando Lexi alargaba la mano para estudiarla, él la recogió y la metió entre el montón.
Aún no estaba preparado para eso.
Pero era imposible escapar a la atención por el detalle de su compañera. Al instante ella la recuperó del montón.
–¿Es tu hermano? –preguntó.
Mark asintió.
–Sí. Edmund era un año y medio mayor que yo. La foto se sacó en el internado. Los hermanos Belmont marcaron los tres goles del partido. Fuimos los héroes aquel día… –de repente se calló.
Ella guardó silencio y esperó… que le hablara de Edmund. Él le quitó la fotografía y la dejó con lentitud en el otro lado de la mesa. Para él, era una historia demasiado reciente.
–Murió hace siete años en un accidente en un partido de polo en Argentina.
En un momento fugaz de total compasión, Lexi le cubrió la mano con la suya.
Y él sintió que cada célula de su cuerpo le daba la bienvenida.
–Tu pobre madre… –susurró ella a pocos centímetros de Mark–. Debió de ser devastador para ella. No me puedo imaginar lo que es criar a un hijo hasta que se hace un hombre y luego perderlo.
Preparado para continuar una conversación que sabía que sería dolorosa para él, la pregunta siguiente de ella lo desconcertó.
–¿Cuántos años tiene tu hermana?
–¿Cassie? Veintisiete –respondió aturdido–. ¿Por qué lo preguntas?
–Porque voy a tener que hablar con ella acerca de Edmund. Sé que es mucho más joven, pero no me cabe duda de que puede recordar con absoluta claridad a su hermano mayor.
–Y yo –replicó él–. Estuvimos juntos en el colegio… parecíamos gemelos.
–Es por eso. Estabais demasiado unidos. Es imposible que seas objetivo y tampoco lo esperaría. Era tu mejor amigo y de pronto lo perdiste… lo cual es duro. Lo siento mucho. Debes de echarlo mucho de menos –susurró antes de morderse el labio inferior.
Esa mujer, esa desconocida que había entrado en su vida hacía menos de veinticuatro horas, le brindaba un momento para volver a controlar su dolor.
Nada que hubiera podido hacer lo habría enfurecido más.
¿Cómo se atrevía a presuponer que era incapaz de controlarse?
Había aprendido de la forma más dura que los hombres Belmont no hablaban de Edmund y de cómo su muerte los había separado. En vez de eso, asumían las responsabilidades y obligaciones adicionales y seguían adelante como si Edmund jamás hubiera existido.
Lexi plantó las palmas de las manos sobre la mesa, alzó la cabeza y lo miró a los ojos.
Y para horror de Mark, vio un vestigio de humedad en las comisuras de sus párpados. Y esos asombrosos ojos lo cautivaron y lo arrastraron a sus profundidades de múltiples tonalidades de gris y violeta, con los centros negros dilatándose cada vez más mientras lo miraba fijamente y se negaba a soltarlo.
Los mismos ojos que lo habían mirado con absoluto horror aquella mañana en el hospital. Los mismos que en ese momento rebosaban compasión y calidez. Nunca había presenciado nada parecido.
Su madre solía decir que los ojos eran ventanas al corazón. Si eso era cierto, Lexi Sloane tenía un corazón notable.
Pero el hecho inalterable seguía allí… mirar esos ojos lo transportaba a un lugar que gritaba con total precisión una única palabra.
«Fracaso».
Había fracasado en proteger a su madre.
Había fracasado en sustituir a Edmund.
Había decepcionado a sus padres y todavía los decepcionaba.
Y el hermoso rostro de su madre mirándolo desde todas esas fotografías era como un puñal en su corazón.
–¿Cómo lo haces? –preguntó con los dientes apretados–. ¿Cómo te ganas la vida con este trabajo en el que tienes que indagar en el dolor y el sufrimiento de las vidas de otras personas? ¿Obtienes algún placer enfermizo de ello? ¿O usas el dolor de los demás con el fin de hacer que tu propia vida parezca mejor y más segura? Por favor, dímelo, porque no lo entiendo.
Se sentía tan irritado por su falta de autocontrol, que retiró la mano con brusquedad de debajo de la de ella y bajó a los ventanales que daban al patio, los abrió y salió a la fresca sombra de la terraza.
«Eso ha estado bien hecho, Mark, muy bien hecho. Desahogar tus problemas con la primera persona que aparece, tal como haría tu padre».
Cerró los ojos y trató de acompasar la respiración. Los minutos le parecieron horas hasta que sintió a su espalda los pasos ligeros de Lexi en el suelo de baldosas.
Se situó junto a él ante la barandilla y contemplaron la piscina y los cipreses y los olivos en absoluto silencio.
–No hago este trabajo por algún placer enfermizo ni autocomplacencia. Bueno… aparte del hecho de que me pagan por ello, desde luego. Lo hago para ayudar a mis clientes a plasmar cómo superaron los traumas de sus vidas para convertirse en las personas que son ahora. Y eso es lo que quiere leer la gente –se volvió a medias ante la barandilla–. Hablaba en serio cuando te conté lo mucho que me gustaba leer sobre las vidas de otras personas. Me encanta conocer a gente, oír su historia vital.
Lexi respiró hondo.
–Y por si no lo has notado, todas las familias del mundo sufren dolor y pérdidas, y cada persona debe sobrevivir a algún terrible trauma que le cambia la vida para siempre. Eso me incluye a mí, a ti y a todas nuestras familias y amigos. No hay escapatoria. Es cómo lo enfocamos lo que nos convierte en lo que somos. Nada más.
–¿Nada más? –él movió la cabeza–. ¿Desde cuándo eres experta en clasificar las vidas de otras personas y sus historias por ellas? Con el padre que tienes, no se puede decir que tú seas perfecta.
La temperatura descendió diez grados e hizo reaccionar a Mark.
No había pretendido sonar amargado o cruel, pero suprimió la emoción y lo dominó el cansancio. Necesitó unos momentos para relajarse y respirar con sosiego. Era consciente de que Lexi observaba cada uno de sus movimientos en silencio.
–Te pido disculpas por ese exabrupto. Ha sido inoportuno e innecesario. Pensé que podríamos dejar atrás lo sucedido en el hospital, pero al parecer me equivocaba. Lo entendería si después de mi grosería decides que no quieres trabajar conmigo.
Capítulo 6
EL DÍA anterior había escuchado la verdad sobre su padre y, a pesar de ello, le había brindado la oportunidad de trabajar con él. Y en ese momento le arrojaba a la cara su herencia… y luego se disculpaba.
Era el hombre más contradictorio, irritante y complicado que había conocido en mucho tiempo. Pero bajo toda esa bravuconería, algo le decía que era una buena persona.
Aparte de que no pensaba rendirse.
–Oh, sé muy bien que disto mucho de ser perfecta. Y también que soy terca. Si sumamos esas dos cosas, el resultado es que no pienso irme a ninguna parte. Esto sucede constantemente. ¿Quién en su sano juicio