Retrato de la Lozana Andaluza. Francisco Delicado. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Francisco Delicado
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 4057664134691
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reducir á memoria, que en otra parte más alta (que una picota) fuera mejor retraida que en la presente obra; y porque no le pude dar mejor matiz, no quiero que ninguno añada ni quite; que si miran en ello, lo que al principio falta se hallará al fin; de modo que por lo poco entiendan lo muncho más ser como deducion de canto llano, y quien el contrario hiciera, sea siempre enamorado y no querido. Amén.

      Comienza la historia ó retrato sacado del Jure cevil

       natural de la señora Lozana, compuesto el año

       mill y quinientos y veinte é cuatro, á treinta

       dias del mes de Junio, en Roma, alma

       cibdad; y como habia de ser partido

       en capítulos, va por mamotretos,

       porque en semejante

       obra mejor

       conviene.

       Índice

      La señora Lozana fué natural compatriota de Séneca, y no ménos en su inteligencia y resaber, la cual desde su niñez tuvo ingenio y memoria y vivez grande, y fué muy querida de sus padres por ser aguda en servillos é contentallos, é muerto su padre, fué necesario que acompañase á su madre fuera de su natural. Y esta fué la causa que supo y vido munchas cibdades, villas y lugares de España, que agora se le recuerdan de casi el todo; y tenie tanto intelecto, que casi escusaba á su madre procurador para sus negocios; siempre que su madre la mandaba ir ó venir, era presta, y como pleiteaba su madre, ella fué en Granada mirada y tenida por solicitadora perfecta é prenosticada futura; acabado el pleito, é no queriendo tornar á su propia ciudad, acordaron de morar en Xerez y pasar por Carmona; aquí la madre quiso mostrarle texer, el cual oficio no se le dió ansí como el hordir y tramar, que le quedaron tanto en la cabeza, que no se le han podido olvidar. Aquí conversó con personas que la amaban por su hermosura y gracia; asimismo, saltando una pared sin licencia de su madre, se le derramó la primera sangre que del natural tenía; y muerta su madre, y ella quedando huérfana, vino á Sevilla. A donde halló una su parienta la cual le decia: hija, sed buena, que ventura no os faltará, y asimismo le demandaba de su niñez, en qué era estada criada, y qué sabía hacer, y de qué la podia loar á los que á ella conocian. Entónces respondíale desta manera: señora tia, yo quiero que vuestra merced vea lo que sé hacer; que cuando era vivo mi señor padre yo le guisaba guisadicos que le placian, y no solamente á él mas á todo el parentado; que, como estábamos en prosperidad, teníamos las cosas necesarias, no como agora, que la pobreza hace comer sin guisar, y entónces las especias, y agora el apetito; entónces estaba ocupada en agradar á los mios, y agora á los extraños.

      MAMOTRETO II.

       Índice

      Responde la Tia, y prosigue.

      Tia. Sobrina, más há de los años treinta que yo no vi á vuestro padre, porque se fué niño, y despues me dixeron que se casó por amores con vuestra madre, y en vos veo yo que vuestra madre era hermosa.

      Lozana. ¿Yo, Señora? Pues más parezco á mi agüela que á mi señora madre, y por amor de mi agüela me llamaron á mí Aldonza, y si esta mi agüela viviera, sabría yo más que no sé, que ella me mostró guisar, que en su poder deprendí hacer fideos, empanadillas, alcuscuzu con garbanzos, arroz entero, seco, graso, albondiguillas redondas y apretadas con culantro verde, que se conocian las que yo hacia entre ciento. Mirá, señora Tia, que su padre de mi padre decia estas son de mano de mi hija Aldonza; ¿pues adobado no hacia? sobre que cuantos traperos habia en la cal de la Heria querian proballo, y máxime cuando era un buen pecho de carnero, y ¡qué miel! pensá, señora, que la teniamos de Adamuz y zafran de Peñafiel, y lo mejor de la Andalucía venía en casa de esta mi agüela. Sabía hacer ojuelas, pestiños, rosquillas de alfaxor, textones de cañamones y de ajonjolí, nuégados, xopaipas, hojaldres, hormigos torcidos con aceite, talvinas, zahinas y nabos sin tocino y con comino; col murciana con alcarabea, y olla resposada no la comia tal ninguna barba; pues boronía ¿no sabía hacer? por maravilla, y cazuela de berengenas moxies en perficion; cazuela con su ajico y cominico, y saborcico de vinagre, ésta hacia yo sin que me la vezasen. Rellenos, cuajarejos de cabritos, pepitorias y cabrito apedreado con limon ceuti, y cazuelas de pescado cecial con oruga, y cazuelas moriscas por maravilla, y de otros pescados que sería luengo de contar. Letuarios de arrope para en casa, y con miel para presentar, como eran de membrillos, de cantueso, de uvas, de berengenas, de nueces, y de la flor del nogal, para tiempo de peste; de orégano y hierba buena, para quien pierde el apetito; pues ¿ollas en tiempo de ayuno? éstas y las otras ponia yo tanta hemencia en ellas, que sobrepujaba á Platina, De boluptatibus y Apicio Romano, De re coquinaria, y decia esta madre de mi madre: Hija Aldonza, la olla sin cebolla es boda sin tamborin. Y si ella me viviera, por mi saber y limpieza (dexemos estar hermosura) me casaba, y no salia yo acá por tierras ajenas con mi madre, pues que quedé sin dote que mi madre me dexó solamente una añora con su huerto, y saber tramar, y esta lanzadera para texer cuando tenga premideras.

      Tia. Sobrina, esto que vos teneis y lo que sabeis será dote para vos, y vuestra hermosura hallará ajuar cosido y sorcido; que no os tiene Dios olvidada; que aquel mercader que vino aquí ayer me dixo que cuando torne, que va á Cáliz, me dará remedio para que vos seais casada y honrada; mas querria él que supiésedes labrar.

      Loz. Señora Tia, yo aquí traigo el alfilero, mas ni tengo aguja ni alfiler, que dedal no faltaria para apretar; y por eso, señora Tia, si vos quereis, yo le hablaré ántes que se parta, porque no pierda mi ventura, siendo huérfana.

      MAMOTRETO III.

       Índice

      Prosigue la Lozana, y pregunta á la Tia.

      Loz. Señora Tia, ¿es aquel que está paseándose con aquel que suena los órganos? Por su vida que lo llame. ¡Ay cómo es dispuesto! ¡y qué ojos tan lindos! ¡qué ceja partida! ¡qué pierna tan seca y enxuta! ¿Chinelas trae? ¡Qué pié para galochas y zapatilla ceyena! Querria que se quitase los guantes por verle qué mano tiene. Acá mira; ¿quiere vuestra merced que me asome?

      Tia. No, hija; que yo quiero ir abaxo, y él me verná á hablar, y cuando él estará abaxo vos verneis; si os habláre, abaxá la cabeza y pasaos, y si yo os dixere que le hableis, vos llegá cortés y hacé una reverencia, y si os tomáre la mano, retraéos hácia atras porque, como dicen, amuestra á tu marido el copo, mas no del todo; y desta manera él dará de sí, y verémos qué quiere hacer.

      Loz. Veislo viene acá.

      Mercader. Señora, ¿qué se hace?

      Tia. Señor, serviros, y mirar en vuestra merced la lindeza de Diomedes el Ravegnano.

      Merc. Señora, ¿pues ansí me llamo yo, madre mia? yo querria ver aquella vuestra sobrina. Y por mi vida que será su ventura, y vos no perdereis nada.

      Tia. Señor, está revuelta y mal aliñada, mas porque vea vuestra merced como es dotada de hermosura, quiero que pase aquí abaxo su tela, y verála como texe.

      Diomedes. Señora mia, pues sea luego.

      Tia. ¿Aldonza? ¿Sobrina? veníos acá, y vereis mejor.

      Loz. Señora tia, aquí veo muy bien, aunque tengo la vista cordobesa: salvo que tengo premideras.

      Tia. Deci sobrina que este gentil hombre quiere que le texais un texillo, que proveerémos de premideras. Veni aquí, hacé una reverencia á este señor.

      Diom. ¡Oh qué gentil dama! Mi señora madre, no la dexe ir, y suplícole