SYLOCK.
No sé, pero procrean como si lo fueran.
ANTONIO.
Atiende, Basanio. El mismo demonio, para disculpar sus maldades, cita ejemplos de la Escritura. El espíritu infame, que invoca el testimonio de las santas leyes, se parece á un malvado de apacible rostro ó á una hermosa fruta comida de gusanos.
SYLOCK.
Tres mil ducados... Cantidad alzada, y por tres meses... Suma la ganancia...
ANTONIO.
¿Admitís el trato: si ó no, Sylock?
SYLOCK.
Señor Antonio, innumerables veces me habeis reprendido en el puente de Rialto por mis préstamos y usuras, y siempre lo he llevado con paciencia, y he doblado la cabeza, porque ya se sabe que el sufrimiento es virtud de nuestro linaje. Me has llamado infiel y perro: y todo esto sólo por tu capricho, y porque saco el jugo á mi hacienda, como es mi derecho. Ahora me necesitas, y vienes diciendo: «Sylock, dame dineros.» Y esto me lo dice quien derramó su saliva en mi barba, quien me empujó con el pié como á un perro vagabundo que entra en casa extraña. ¿Y yo qué debia responderte ahora? «No: ¿un perro cómo ha de tener hacienda ni dinero? ¿Cómo ha de poder prestar tres mil ducados?» ó te diré en actitud humilde y con voz de siervo: «Señor, ayer te plugo escupirme al rostro: otro dia me diste un puntapié y me llamaste perro, y ahora, en pago de todas estas cortesías, te voy á prestar dinero.»
ANTONIO.
Volveré á insultarte, á odiarte y á escupirte á la cara. Y si me prestas ese dinero, no me lo prestes como amigo, que si lo fueras, no pedirias ruin usura por un metal estéril é infecundo. Préstalo, como quien presta á su enemigo, de quien puede vengarse á su sabor si falta al contrato.
SYLOCK.
¡Y qué enojado estais! ¿Y yo que queria granjear vuestra amistad, olvidando las afrentas de que me habeis colmado? Pienso prestaros mi dinero sin interes alguno. Ya veis que el ofrecimiento no puede ser más generoso.
ANTONIO.
Así parece.
SYLOCK.
Venid á casa de un escribano, donde firmaréis un recibo prometiendo que si para tal dia no habeis pagado, entregaréis en cambio una libra justa de vuestra carne, cortada por mí del sitio de vuestro cuerpo que mejor me pareciere.
ANTONIO.
Me agrada el trato: le firmaré, y diré que por fin he encontrado un judío generoso.
BASANIO.
No firmarás, en ventaja mia, esa escritura; prefiero no salir nunca de mi desesperacion.
ANTONIO.
No temas que llegue el caso de cumplir semejante escritura. Dentro de dos meses, uno antes de espirar el plazo, habré reunido diez veces más de esa suma.
SYLOCK.
¡Oh, padre Abraham! ¡Qué mala gente son los cristianos! Miden á todos los demas con la vara de su mala intencion. Decidme: si Antonio dejara de pagarme en el plazo convenido, ¿qué adelantaba yo con exigirle que cumpliera el contrato? Despues de todo, una libra de carne humana vale menos que una de buey, carnero ó cabra. Creedme, que si propongo tal condicion, es sólo por ganarme su voluntad. Si os agrada, bien: si no, no me maltrates, siquiera por la buena amistad que te muestro.
ANTONIO.
Cierro el trato y doy la fianza.
SYLOCK.
Pronto, á casa del notario. Dictad ese chistoso documento. Yo buscaré el dinero, pasaré por mi casa, que está mal guardada por un holgazán inútil, y en seguida soy con vosotros.
(Se va.)
ANTONIO.
Véte con Dios, buen judío. Este se va á volver cristiano. Me pasma su generosidad.
BASANIO.
Sospechosas se me antojan frases tan dulces en boca de semejante malvado.
ANTONIO.
No temas. El plazo es bastante largo, para que vuelvan mis navíos antes de cumplirse.
ACTO II.
ESCENA PRIMERA.
Sala en la quinta de Pórcia.
Salen el PRÍNCIPE DE MARRUECOS y su servidumbre: PÓRCIA, NERISSA y sus doncellas.
EL PRÍNCIPE.
No os enoje, bella Pórcia, mi color moreno, hijo del sol ardiente bajo el cual nací. Pero venga el más rubio de los hijos del frio Norte, cuyo hielo no deshace el mismo Apolo: y ábranse juntamente, en presencia vuestra, las venas de uno y otro, á ver cuál de los dos tiene más roja la sangre. Señora, mi rostro ha atemorizado á los más valientes, y juro por el amor que os tengo que han suspirado por él las doncellas más hermosas de mi tierra. Sólo por complaceros, dulce señora mia, consintiera yo en mudar de semblante.
PÓRCIA.
No es sólo capricho femenil quien me aconseja y determina: mi eleccion no depende de mi albedrío. Pero si mi padre no me hubiera impuesto una condicion y un freno, mandándome que tomase por esposo á quien acertara el secreto que os dije, tened por seguro, ilustre príncipe, que os juzgaria tan digno de mi mano como á cualquier otro de los que la pretenden.
EL PRÍNCIPE.
Mucho os lo agradece mi corazon. Mostradme las cajas: probemos el dudoso empeño. ¡Juro, señora, por mi alfanje, matador del gran Sofí y del príncipe de Persia, y vencedor en tres batallas campales de todo el poder del gran Soliman de Turquía, que con el relámpago de mis ojos haré bajar la vista al hombre más esforzado, desafiaré á mortífera lid al de más aliento, arrancaré á la osa ó á la leona sus cachorros, sólo por lograr vuestro amor! Pero ¡ay! si el volver de los dados hubiera de decidir la rivalidad entre Alcides y Licas, quizá el fallo de la voluble diosa seria favorable al de menos valer, y Alcides quedaria siervo del débil garzon. Por eso es fácil que, entregada mi suerte á la fortuna, venga yo á perder el premio, y lo alcance otro rival que lo merezca mucho menos.
PÓRCIA.
Necesario es sujetarse á la decision de la suerte. O renunciad á entrar en la prueba, ó jurad antes que no dareis la mano á otra mujer alguna si no salis airoso del certámen.
EL PRÍNCIPE.
Lo juro. Probemos la ventura.
PÓRCIA.
Ahora á la iglesia, y luego al festin. Despues entrareis en la dudosa cueva. Vamos.
EL PRÍNCIPE.
¿Qué me dará la fortuna: eterna felicidad ó triste muerte?
ESCENA II.
Una calle de Venecia.
Sale LANZAROTE GOBBO.
LANZAROTE.
¿Por