(Vanse Jéssica y Lorenzo.)
Oye, Baltasar. Siempre te he encontrado fiel. Tambien lo has de ser hoy. Lleva esta carta á Pádua, con toda la rapidez que cabe en lo humano, y dásela en propia mano á mi amigo el Dr. Belario. Él te entregará dos trajes y algunos papeles: llévalos á la barca que hace la travesía entre Venecia y la costa cercana. No te detengas en palabras. Corre. Estaré en Venecia antes que tú.
BALTASAR.
Corro á obedecerte, señora.
(Vase.)
PÓRCIA.
Oye, Nerissa: tengo un plan, que todavía no te he comunicado. Vamos á sorprender á tu esposo y al mio.
NERISSA.
¿Sin que nos vean?
PÓRCIA.
Nos verán, pero en tal arreo que nos han de atribuir cualidades de que carecemos. Apuesto lo que querais á que cuando estemos vestidas de hombre, yo he de parecer el mejor mozo, y el de más desgarro, y he de llevar la daga mejor que tú. Hablaré recio, como los niños que quieren ser hombres y tratan de pendencias cuando todavía no les apunta el bozo. Inventaré mil peregrinas historias de ilustres damas que me ofrecieron su amor, y á quienes desdeñé, por lo cual cayeron enfermas y murieron de pesar.—¿Qué hacer entonces?—Sentir en medio de mis conquistas cierta lástima de haberlas matado con mis desvíos. Y por este órden ensartaré cien mil desatinos, y pensarán los hombres que hace un año he salido del colegio y revuelvo en el magin cien mil fanfarronadas, que quisiera ejecutar.
NERISSA.
Pero, señora, ¿tenemos que disfrazarnos de hombres?
PÓRCIA.
¿Y lo preguntas? Ven, ya nos espera el coche á la puerta del jardin. Allí te lo explicaré todo. Anda deprisa, que tenemos que correr seis leguas.
ESCENA V.
Jardin de Pórcia en Belmonte.
LANZAROTE y JÉSSICA.
LANZAROTE.
Sí, porque habeis de saber que Dios castiga en los hijos las culpas de los padres: por eso os tengo lástima. Siempre os dije la verdad, y no he de callarla ahora. Tened paciencia, porque á la verdad, creo que os vais á condenar. Sólo os queda una esperanza, y esa á medias.
JÉSSICA.
¿Y qué esperanza es esa?
LANZAROTE.
La de que quizas no sea tu padre el judío.
JÉSSICA.
Esa sí que seria una esperanza bastarda. En tal caso pagaria yo los pecados de mi madre.
LANZAROTE.
Dices bien: témome que pagues los de tu padre y los de tu madre. Por eso huyendo de la Scyla de tu padre, doy en la Caríbdis de tu madre, y por uno y otro lado estoy perdido.
JÉSSICA.
Me salvaré por el lado de mi marido, que me cristianizó.
LANZAROTE.
Bien mal hecho. Hartos cristianos éramos para poder vivir en paz. Si continúa ese empeño de hacer cristianos á los judíos, subirá el precio de la carne de puerco y no tendremos ni una lonja de tocino para el puchero.
(Sale Lorenzo.)
JÉSSICA.
Contaré á mi marido tus palabras, Lanzarote. Mírale, aquí viene.
LORENZO.
Voy á tener celos de tí, Lanzarote, si sigues hablando en secreto con mi mujer.
JÉSSICA.
Nada de eso, Lorenzo: no tienes motivo para encelarte, porque Lanzarote y yo hemos reñido. Me estaba diciendo que yo no tendria perdon de Dios, por ser hija de judío, y añade que tú no eres buen cristiano, porque, convirtiendo á los judíos, encareces el tocino.
LORENZO.
Más fácil me seria, Lanzarote, justificarme de eso, que tú de haber engruesado á la negra mora, que está embarazada por tí, Lanzarote.
LANZAROTE.
No me extraña que la mora esté más gorda de lo justo. Siempre será más mujer de bien de lo que yo creia.
LORENZO.
Todo el mundo juega con el equívoco, hasta los más tontos... Dentro de poco, los discretos tendrán que callarse, y sólo merecerá alabanza en los papagayos el don de la palabra. Adentro, pícaro: dí á los criados que se dispongan para la comida.
LANZAROTE.
Ya están dispuestos, señor: cada cual tiene su estómago.
LORENZO.
¡Qué ganas de broma tienes! Diles que pongan la comida.
LANZAROTE.
Tambien está hecho. Pero mejor palabra seria «cubrir».
LORENZO.
Pues que cubran.
LANZAROTE.
No lo haré, señor: sé lo que debo.
LORENZO.
Basta de juegos de palabras. No agotes de una vez el manantial de tus gracias. Entiéndeme, ya que te hablo con claridad. Dí á tus compañeros que cubran la mesa y sirvan la comida, que nosotros iremos á comer.
LANZAROTE.
Señor, la mesa se cubrirá, la comida se servirá, y vos ireis á comer ó no, segun mejor cuadre á vuestro apetito.
(Vase.)
LORENZO.
¡Oh, qué de necedades ha dicho! Tiene hecha sin duda provision de gracias. Otros bufones conozco de más alta ralea, que por decir un chiste, son capaces de alterar y olvidar la verdadera significacion de las cosas. ¿Qué piensas, amada Jéssica? Dime con verdad: ¿Te parece bien la mujer de Basanio?
JÉSSICA.
Más de lo que puedo darte á entender con palabras. Muy buena vida debe hacer Basanio, porque tal mujer es la bendicion de Dios y la felicidad del paraíso en la tierra, y si no la estima en la tierra, no merecerá gozarla en el cielo. Si hubiera contienda entre dos divinidades, y la una trajese por apuesta una mujer como Pórcia, no encontraria el otro dios ninguna otra que oponerla en este bajo mundo.
LORENZO.
Tan buen marido soy yo para tí, como ella es buena mujer.
JÉSSICA.
Pregúntamelo á mí.
LORENZO.
Vamos primero á comer.
JÉSSICA.
No: déjame alabarte, mientras yo quiera.
LORENZO.
No: déjalo: vamos á comer: á los postres dirás lo que quieras, y así digeriré mejor.
(Vanse.)
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