Guido Pagliarino
EL METRO DEL AMOR TÓXICO
Novela
Con el apéndice del cuento sobre los mismos personajes
EL DIFUNTO D’AIAZZO
Traducción de Mariano Bas
Guido Pagliarino
El metro del amor tóxico
Novela
con el apéndice del cuento sobre los mismos personajes
El difunto D’Aiazzo
Traducción de Mariano Bas
Obra distribuida por Tektime
© Copyright 2020 Guido Pagliarino – Todos los derechos pertenecen al autor
Ediciones de esta obra en italiano:
1ª edición bajo el título Il Poeta e il Committente, romanzo, libro en papel, © Copyright 2007-2014 Boopen Editore, descatalogado desde 2014 y desde ese mismo año © Copyright de Guido Pagliarino
2ª edición, revisada y corregida, publicada solo como e-book en todos los formatos bajo el título Il metro dell’amore tossico (Il Poeta e il Committente), romanzo, © Copyright 2015 Guido Pagliarino, Smashwords Edition
3ª edición, revisada y corregida, publicada en e-book en todos los formatos y como libro en papel bajo el título Il Metro dell'amore tossico, romanzo, con l’appendice del racconto, fin a oggi inedito, sui medesimi personaggi, Il fu D’Aiazzo, Tektime Editore, © Copyright 2017 Guido Pagliarino
La imagen de la portada ha sido creada electrónicamente por el autor.
Los personajes, hechos, nombres de personas, entidades y empresas y sus sedes que aparecen en la novela son imaginarios, cualquier referencia a la realidad pasada o presente son casuales y absolutamente involuntarios.
Índice
El metro del amor tóxico – Novela
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII
Capítulo XXIII
Capítulo XXIV
Capítulo XXV
El difunto D’Aiazzo - Cuento
Era el 1 de julio de 1969, martes. Al llegar a casa al final de la tarde, recogí de mi buzón un sobre grande. En ese momento, solo observé que había llegado por vía aérea de una ignota Alfio Valente Cultural Foundation de Nueva York. No di demasiada importancia al pliego y, sin apresurarme, subí a casa, un modesto apartamento en el último piso de un viejo edificio del centro histórico, me puse cómodo y, finalmente, sentándome en el escritorio de la pequeña habitación que me servía de estudio, abrí el sobre. Me llevé una maravillosa sorpresa. Me habían concedido el Brooklyn Alfio Valente Poetry Award por mi obra poética traducida y publicada en Estados Unidos: un premio en metálico de unos estupendos 5.000 dólares, una cifra pingüe para esos tiempos, y me pagaban los gastos del viaje. Estos señores americanos debían tener una gran confianza en su servicio postal, dado que no me lo habían comunicado por correo certificado internacional. Me pedían, con la firma del presidente Albert Valente, que imaginaba que era un pariente y luego supe que era hijo del difunto titular de la fundación, que confirmara telefónicamente la aceptación del premio y mi presencia en la ceremonia de entrega de este. Consideré, después de echar una ojeada al reloj y, después de restar seis horas a las 17:38 que marcaba, que todavía era por la mañana en el huso horario de Nueva York. Llamé a la centralita de la única sociedad telefónica italiana de aquellos tiempos, la SIP, 1 para que me pusiera con la fundación: en cuanto a la celeridad de las llamadas intercontinentales, era un tiempo de mamuts en el que quien llamaba debía recurrir a una de las telefonistas de la SIP y esperar que esta, después de muchos minutos de espera como mínimo, finalmente lo conectara con el lejano número gracias a un circuito de comunicaciones operado a mano.
Colgué y, a la espera de que sonara de nuevo el aparato advirtiéndome de que estaba en línea, me regocijé con la idea de la inesperada ganancia que estaba a punto de recibir, algo verdaderamente providencial, pues el arte de la poesía, como resultaba natural, no me generaba casi ningún ingreso y vivía gracias a colaboraciones esporádicas en un diario de Turín, La Gazzetta del Popolo, y al inseguro trabajo de traductor y editor en una editorial, retribuido a destajo por cada libro. En realidad también tenía escrita una novela, potencialmente mucho más comercial que las obras en verso, e incluso había conseguido publicarla con la gente de la misma editorial turinesa para la que trabajaba, no sin el desgaste de unas cuantas aproximaciones al Kan de todos los Kanes, como solíamos llamar entre nosotros al altanero y a veces caprichoso propietario: tuve muchos elogios de la crítica, que habían llenado mi portafolios, y ningún éxito comercial, al tratarse de «una obra de prosa poética más que de una novela con un relato», como me comunicó finalmente el editor, ya dubitativo a la hora de llevarla a la imprenta, recalcando el tono sobre la última palabra. Es bueno