Marina se había quitado la chaqueta, y la blusa que llevaba bajo ella, de color blanco, dejaba al descubierto gran parte de su espalda. Capablanca sintió aquella carne joven y tibia agitándose bajo su mano, y no pudo evitar que una incipiente erección llamara a su bragueta. La sensación se hizo aún más aguda cuando, en uno de los pasillos del baile, Marina se pegó a su vientre y apoyó los senos en su pecho. Así estuvieron bailando buen rato, ella provocando, él dejándose provocar y haciéndole sentir a la mujer que la noche que los esperaba estaba llena de promesas. De repente, cuando Capablanca pensaba que la partitura de Caminito estaba próxima a su fin, una mujer de espesa cabellera negra, estatura más bien baja y modales desenfadados se acercó al micrófono y comenzó a entonar los versos del entrañable tango. Su voz no era muy alta, pero cantaba con mucho temperamento y trasmitía una cálida sensación de inmediatez.
– ¿Quién es? – murmuró Capablanca al oído de Marina, aprovechando la ocasión para dejarle allí un poco del calor de su aliento.
– Es una cantante que ha surgido en los últimos tiempos. Se llama Nina Mederos y es una bataclana.
– ¿Una bataclana? – se extrañó él – . ¿Qué significa eso?
– Una bataclana es una corista del teatro Bataclán, que queda en la zona portuaria. Ya te podés imaginar.
– Pero no canta mal, ¿verdad?
– No sé qué decirte – la voz de Marina revelaba desdén – . En todo caso, ése no es su estilo; no sé por qué se metió a cantar Caminito. ¿No sentís que a veces desafina? Lo de ella es otra cosa. Pero aparte de eso, creo que su éxito se debe en gran medida a su amistad con Gardel. Hace poco él habló con mi marido para que le grabara un disco a ella.
– Pues a mí me parece que no canta mal – repitió Capablanca – . Y, además, se ve que tiene ángel.
– Sí, ya veo que te gusta.
Él dejó correr un asomo de sonrisa por su rostro y apretó a la muchacha un poco más. Su erección había aumentado y se le estaba volviendo irresistible. Ya ella había comprendido lo que ocurría y se veía feliz, apretándose cada vez más a Capablanca. De repente, él sintió que la tensión de Marina se aflojaba, que por algún motivo ella se había separado de su cuerpo y cambiaba incluso la expresión de su rostro. Observó, igualmente, que muchos de los bailadores desviaban la mirada hacia un grupo de hombres que habían entrado en el salón y avanzaban por el pasillo en dirección a la parte trasera del local.
– ¿Qué pasa? – preguntó Capablanca.
– Nada. Llegó Carlos Gardel. Seguramente se sentará a su mesa de siempre y cenará. Después pasaré a saludarlo y le diré que estás aquí.
– ¿Tú crees que esté bien? No quisiera…
– ¡Hombre! – rió ella divertida – . No te preocupes. Ya te dije que vos sos más famoso que él. Estoy segura que se volverá loco por conocerte. Quizá hasta quiera ser tu amigo.
Cuando Nina Mederos terminó de cantar Caminito recibió una salva de aplausos. Sobrevino entonces una pequeña pausa, y Capablanca y Marina regresaron a su mesa. No bien se hubieron sentado, la muchacha dijo que iría a hablar con Gardel. Y con una mirada que él no pudo descifrar del todo, se alejó en dirección al fondo del local. Casi al instante Nina Mederos se acercó de nuevo al micrófono y le hizo una seña a los músicos. Desde el estrado llegó la percusión de un tamboril, acompañado por el punteo de la guitarra. Capablanca reconoció los acordes de Milonga Sentimental1, una pieza que – no sabía por qué – le producía un especial sentimiento de cercanía. La versión que él tenía en casa era la interpretada por Gardel, que se acompañaba sólo de guitarras, con lo que la canción perdía un poco del ritmo que había estado seguramente en sus orígenes. Pero ahora, antes de que Nina Mederos comenzara a entonar la letra, los músicos ya le habían imprimido a su arreglo un acento que estaba muy próximo al del candombe y a otros aires de raíz africana. Muy pronto la Mederos comenzó a cantar:
Milonga pa’ recordarte,
milonga sentimental.
Otros se quejan llorando,
yo canto por no llorar.
Su voz sonaba desgarrada, llena de sentimiento, Pero, quienquiera que la cantara, esa canción le sonaría a él siempre entrañable y cercana. Entonces se plegó en la silla y continuó escuchando:
Tu amor se secó de golpe,
nunca dijiste por qué.
Yo me consuelo pensando
que fue traición de mujer.
Cuando Nina Mederos calló, el cuarteto siguió tocando, y Capablanca advirtió algo en lo que no había reparado nunca antes: Milonga Sentimental le recordaba a alguna canción cubana que por el momento no podía precisar.
Varón, pa’ quererte mucho,
varón, pa’ desearte el bien,
varón, pa’ olvidar agravios
porque ya te perdoné.
Tal vez no lo sepas nunca,
tal vez no lo puedas creer,
¡tal vez te provoque risa
verme tirao a tus pies!
La cantante volvió a detenerse, y desde el estrado llegó la percusión del tamboril. Y él sintió de nuevo, esta vez más intensamente, la relación de aquélla pieza con la música de su patria. Allí estaban las sonoridades del candombe, pero también las de un ritmo que había llegado a La Habana desde la provincia de Oriente y estaba por entonces muy en boga: el son cubano. Pero aquí, en el Café de los Angelitos de Buenos Aires, aquella mujer le ponía pasión, mucha pasión, sobre todo cuando decía:
Es fácil pegar un tajo
pa’ cobrar una traición,
o jugar en una daga
la suerte de una pasión.
Pero no es fácil cortarse
los tientos de un metejón,
cuando están bien amarrados
al palo del corazón.
Y después de una breve pausa, volvía a repetir:
Varón, pa’ quererte mucho,
varón, pa’ desearte el bien,
varón, pa’ olvidar agravios
porque ya te perdoné.
Tal vez no lo sepas nunca,
tal vez no lo puedas creer,
¡tal vez te provoque risa
verme tirao a tus pies!
Y seguía, cada vez con más emoción:
Milonga que hizo tu ausencia.
Milonga de evocación.
Milonga para que nunca
la canten en tu balcón.
Pa’ que vuelvas con la noche
y te vayas con el sol.
Pa’ decirte que sí a veces
o pa’ gritarte que no.
Finalmente, cuando ya Capablanca tenía los ojos húmedos por la emoción, llegó Marina de vuelta y se sentó a su lado. Para entonces, Nina Mederos repetía el cuplé, ya por última vez:
Varón, pa’ quererte mucho,
varón, pa’ desearte