A pesar de que por parte de las autoridades y de los propios grupos han querido dar una apariencia de calma, realizando celebraciones de fiestas abiertas a todo el que se quiera acercar para aproximarse un poco a su cultura y forma de sentir, y con ello suplir el miedo a lo que se ignora, a pesar de ello eran pocos los que aprovechaban para acercarse.
Por mi parte como comisario de la exposición había tenido que hablar con múltiples representantes de las distintas minorías que podían tener algo que ver con la temática de la muestra a mi entender, para invitarles a participar o simplemente a asistir, con suerte desigual.
Por lo tanto, no me resultaría difícil intentar ver si en mi agenda había el número de alguien que me pudiese ayudar a averiguar cómo una niña tan pequeña podía saber sobre los misterios de una civilización extinta.
Ya no era tanto por el contenido de su sugerencia, eso del pan y del fuego, sino por la familiaridad con la que hablaba de hechos del pasado como si fuese una tradición viva dentro de su pueblo.
Aquello me intrigaba, ¿Y si no estaba del todo extinguido aquel pueblo?, si por algún extraño capricho del destino de forma clandestina y secreta se había salvado parte o todo el conocimiento del primer pueblo de la humanidad.
A medida que me hacía aquellos planteamientos un extraño calor me inundaba el cuerpo, era como cuando a un niño se le dice que le van a dar un premio, es una emoción de deseo e incertidumbre juntas, unido al ansia por desvelar aquella sorpresa. No me podía ni imaginar la de multitud de cuestiones que la hubiese hecho a aquella niña si me hubiesen dejado, o a sus padres si los pudiese conocer.
Sería como indagar los restos pétreos, las ruinas de las ciudades y templos, las estelas o las figuras de aquel pueblo, para que estos desvelasen el mayor secreto que puede tener un pueblo, su conocimiento. La tecnología que en aquel tiempo era lo más avanzado que existía y que le permitió extenderse y florecer como civilización había sido superada ya desde tiempo de los romanos, pero el saber cómo un humilde pueblo se había convertido en cuna de civilizaciones, era todo un misterio para mí.
Conocía las teorías más variopintas, pero ninguna era concluyente, simplemente se trataba de una posibilidad, pero sin que nadie tuviese la verdad definitiva
¿Y si esta niña lo tenía o su familia?, ¿Y si en secreto lo habían transmitido de generación en generación hasta nuestros días?
Sería un tesoro de incalculable valor para la ciencia, podría cambiar nuestra concepción de nuestra forma de ser y pensar desde los cimientos, daría todos mis años de estudios por conocer esos secretos de existir.
Se trataba de la cuna de la nuestra historia, un hecho olvidado extensivamente por la comunidad científica más centrada en rescatar los viejos misterios de la civilización griega o romana más próximos a nuestros días que en aventurarse a descubrir nuestros orígenes. Incluso los egiptólogos eran vistos con recelo por los demás, como si de unos románticos empeñados en desencantar los secretos de las arenas se tratasen.
Supongo que cada uno investiga según le llega la inspiración o por modas, como suele ser más corriente, ya es justamente a esos últimos a los que les llega más fácilmente la financiación pues tienen mejor prensa en ese momento.
Querer descubrir de dónde venimos, ha sido uno de los grandes asuntos que siempre nos hemos planteado, a los que demasiados han intentado dar fantasiosas explicaciones en vez de centrarse en realizar nuevas averiguaciones arqueológicas o tratar de aprender de pueblo que viven todavía casi sin contacto con el mundo civilizado.
Me asombró enterarme por un noticiario que un colega afirmaba haber descubierto nuevos pueblos humanos que habían permanecido sin contacto con el hombre blanco y para ello aportaba imágenes recogidas desde una avioneta bimotor en donde se podía observar a algunos de sus miembros en actitud agresiva ante la presencia de aquel extraño y ruidoso objeto volador.
Hoy en día parece impensable que un mundo cartografiado por satélites, en el que están continuamente surcando aviones por encima de nuestras cabezas, pueda haber sitios vírgenes donde la especie humana se ha desarrollado sin los rudimentos de nuestra civilización, la electricidad, el petróleo o la penicilina.
Para mí esa sería nuestra definición de desarrollo que hemos adoptado, supongo que habrá otros, aunque lo ignoro, pero si por algún motivo nos faltase alguno de estos tres elementos se acabaría la civilización como la conocemos.
Todos los aparatos eléctricos por definición necesitan electricidad, y sin esta no son más que un montón de cacharos llenos de circuitos inservibles e inútiles. Igualmente, nuestro sistema productivo y nuestros medios de transporte están basados en los subproductos procedentes del petróleo, junto con los envases en los que conservamos la comida, en las botellas y los envases de nuestros líquidos, incluso en la ropa.
Si nos faltase provocaría tal caos que retrasaríamos como civilización cientos de años, todavía recuerdo hace unos pocos años cuando hubo una escalada de precios del crudo y empezó a subir como la espuma el combustible de las gasolineras, así como el de los alimentos en los supermercados.
En unas pocas semanas en algunos pueblos, más alejados del centro se vieron sin suministro, teniendo que hacer largas colas en las pocas gasolineras que todavía distribuían algo para lo cual debían de recorrer inmensas distancias.
Igualmente, la comida de los supermercados desapareció literalmente porque los más precavidos, y sobre todo fruto de un cierto contagio de pánico en la población, hizo que todos quisieran tener provisiones con las que subsistir ante una eventual falta de provisión en los comercios.
Los más incautos que confiaron en la información que a través de la radio y la televisión se emitía intentando reducir el pánico, cuando fueron a comprar apenas encontraron productos, y alguno hasta tuvo que pelearse para conseguir llevárselo.
No me imagino cómo hubiese acabado todo si los gobiernos no hubiesen sacado sus reservas para paliar la escasez, a pesar de que corrían el peligro de agotar sus propias reservas en poco tiempo haciéndoles vulnerables ante la creciente especulación económica que se había formado alrededor de este escaso recurso.
Ahora a pocos años vista de aquello, vivimos sin preocuparnos por lo que podrá suceder en un futuro cada vez más próximo en que acabará esta materia prima fruto de la sobreexplotación de los pozos petrolíferos.
Conociéndolo y visto sus efectos devastadores sobre la sociedad tal y como la conocemos, varios gobiernos han empezado a dar prioridad a los proyectos de energía llamada alternativas, como la solar (procedente de la luz del sol) o la eólica (de la fuerza del viento).
Dejando todavía sin considerar suficientemente otras de igual o mejor rendimiento como la energía undimotriz y la mareomotriz (generada por las olas y las mareas respectivamente) o la geotérmica (procedente del aprovechamiento del calor interior de la Tierra).
Por último, y no por ello menos importante, si careciésemos de los medicamentos, ese gran invento resultado del descubrimiento de la penicilina por Fleming en 1929, se acabaría la civilización tal y como la conocemos.
Esto lejos de ser una posibilidad remota; ya lo habían padecido numerosos pueblos cuando se tuvieron que enfrentar a enfermedades para las que no tenían remedio en que vieron su población diezmada y en algunos casos hasta desaparecieron como pueblo.
Un hallazgo casual, al encontrar en una de sus placas de microscopio un hongo bautizado como “Penicillium Notatum” que había frenado el crecimiento del estafilococo, que cambió la vida, reduciendo la mortalidad infantil, posibilitando la recuperación de enfermedades que de otra forma se convertirían en pandemias y permitiendo una mayor calidad de vida hasta una edad muy avanzada.
Hoy en día se sigue utilizando como antibiótico empleado para tratar múltiples enfermedades infecciosas como la sífilis, la gonorrea,