Lo que para muchos occidentales pasó desapercibido fue que lo que ahora estaba sucediendo no era ni mucho menos casualidad, sino fruto de un plan a largo plazo perfectamente diseñado e implementado con astucia.
Se puede decir que todo comenzó con la llegada de Deng Xiaoping a la presidencia de China en 1978. Con una visión largoplacista propia de la mentalidad oriental, Deng Xiaoping llevó a cabo una serie de medidas que han tomado forma, se han materializado, en los últimos años.
Por ejemplo, animó a los chinos más capacitados a ir a estudiar y trabajar al extranjero para aprender su ciencia y tecnología, con la idea de que algún día regresaran y fueran útiles al desarrollo del país. «Cuando nuestros miles de estudiantes chinos regresen a la patria veremos la transformación de China».
Pero fue más allá. Teniendo muy claro que un país solo puede ser fuerte de verdad si tiene una economía solvente, Den Xiaoping optó por cambiar por completo el paradigma socioeconómico. Sus frases, escuchas en sus discursos o leídas en sus tratados, no pueden ser más evocadoras e ilustrativas: «el socialismo y la economía de mercado no son incompatibles»; «el socialismo no es lo mismo que pobreza compartida»; «la economía de mercado también tiene lugar bajo el socialismo»; «no debemos temer adoptar los avanzados métodos de gestión que se aplican en los países capitalistas»; «la esencia misma del socialismo es la liberación y el desarrollo de los sistemas productivos». Todo lo que resumió en la gran sentencia: «¡Enriquecerse es glorioso!».
A no pocos de los que le escucharon o leyeron les pareció algo así como un chiste. Aquello no encajaba de ningún modo con los más básicos principios comunistas.
Lo que venía de decir Deng Xiaoping era que «No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones es un buen gato». Lo dicho, muchos lo tomaron a broma.
Lo único cierto es que las ideas no tardaron en materializarse. Ya en 1978 lanzó la «estrategia de las cuatro modernizaciones», dando prioridad a la ciencia y la tecnología para desarrollar el país y creando las bases de la reforma económica que lanzó a China a la senda del crecimiento económico de las siguientes décadas.
Las cuatro primeras zonas económicas especiales se crearon en 1980 en Xiamen, Shantou, Shenzhen y Zhuhai.
De este modo, en los últimos años China ha ido creciendo por encima del 9%, sacando de la pobreza a más de 400 millones de personas. Baste decir que sus exportaciones a EEUU aumentaron un 1.600% en los últimos quince años, o que entre 2005 y 2016 el total de sus exportaciones crecieron más de un 179%
Los estudiantes chinos se han ido esparciendo masivamente por todo el mundo en los mejores centros. Solo en EEUU, en el curso escolar 2016-2017 llegó a haber 350.000 estudiantes en colegios y universidades.
Así hasta llegar al momento actual, al menos antes del surgimiento de la pandemia del coronavirus.
Los ejemplos son verdaderamente apabullantes y hacen comprensible la preocupación de la Casa Blanca.
China acapara más del 50% del mercado del comercio electrónico global. Es el principal exportador a la mayoría de los países.
En 2018 creó 100 «empresas unicornio» (startup con un valor de más de 1.000 millones de dólares), muchas de ellas dedicadas a la Inteligencia Artificial. (Para comparar, baste decir que en el mismo período en el conjunto de la Unión Europea se crearon 14).
Ha dejado de ser el país que copia para pasar a inventar. Según la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, dependiente de Naciones Unidas, en 2018 China solicitó casi la mitad de las patentes (46%); le siguieron EEUU con un 18%, y Japón, con un 9,4%.
En 2018 su PIB ya era el 15% del mundial, solo un 25% inferior al de EEUU, y el triple que el de Japón o Alemania.
La nacionalidad de las principales corporaciones mundiales también cambió. De entre las 500 que encabezan la lista, 129 ya son chinas, habiendo quedado las estadounidenses en 121, las japonesas en 52 y las alemanas en 29.
Los bancos chinos también han ido escalando las primeras posiciones por valor de capitalización bursátil. En septiembre de 2019, de los diez más importantes la mitad ya eran chinos, por cuatro de EEUU –si bien es cierto que el primero, el JP Morgan, es un verdadero gigante que destaca por encima de los demás– y uno británico (HSBC).
En estas dos últimas décadas, las empresas tecnológicas chinas han ido replicando a las norteamericanas de una forma impresionante. El grupo conocido como las BATX (Alibaba –comercio electrónico–, Tencent –proveedor de servicio de Internet–, Baidu –motor de búsqueda– y Xiaomi –móviles–), representan casi el 35% del PIB de China.
Por lo que respecta a los pagos digitales, hay un uso masivo por los consumidores chinos, que realizan a través del móvil doce veces más transacciones que los estadounidenses.
En el importante ámbito de lo que se conoce como STEM, por sus siglas en inglés (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas), China es el país que genera más graduados en estas materias, es el mayor productor de artículos científicos del mundo en términos absolutos, y la Universidad Tsinghua, en Pekín, lidera los índices de artículos más citados sobre matemáticas y computación.
Además de las gigantescas inversiones en las más conocidas Rutas de la Seda terrestre y marítima, en la digital ha invertido desde 2013 más de 10.000 millones de dólares para proyectos de comercio electrónico y pagos por móvil, y más de 7.000 millones de dólares para desplegar redes de telecomunicaciones y fibra óptica, lo que ha generado una creciente preocupación por parte de EEUU ante posibles implicaciones de ciberseguridad.
En el importantísimo ámbito de la Inteligencia Artificial, China pretende ser el líder mundial en 2030, y para ello ha desplegado la estrategia más ambiciosa e invertido la mayor cantidad de recursos (su plan es invertir 130.000 millones de dólares hasta 2030).
Sus logros científicos conocidos son igual de sorprendentes: nacimiento de dos bebés modificados genéticamente resistentes a contraer VIH; clonación de primates; importantes avances en el campo de las células madre; conseguir que germine una semilla de algodón en la cara oculta de la luna; crear híbridos de cerdo y mono, etc.
Y todavía no se ha mencionado al gigante Huawei, líder mundial de equipos 5G. Presente en 170 países, tiene 200.000 empleados. Desde al menos 2012, las telecomunicaciones de una tercera parte del mundo emplean sus soluciones de antenas, cables y armarios de conexiones. Ha pasado de vender 20 millones de teléfonos en 2011 a 250 millones en 2019.
En este contexto, China abarca el 75% de la producción y el 30% de las ventas de smartphones, estrategia que es parte del «Made in China 2025», con la que pretende convertirse en el gran líder tecnológico mundial.
Otro plan muy relevante es el «Programa de los Mil Talentos», mediante el cual capta a muchos de los mejores investigadores de origen chino expatriados, y también a extranjeros, ofreciendo excelentes puestos, salarios muy altos y cuantiosos recursos para sus investigaciones.
Y si se habla del mundo eléctrico al que parecemos abocados, China también lo va a dominar, pues ya es el primer productor de energía solar, fabrica el 60% de baterías del mundo, cuenta con la mayor planta de energía solar del planeta en un valle gigantesco, y también con la planta solar flotante más grande. Por si fuera poco, produce más coches eléctricos que el resto del mundo junto.
En definitiva, China tiene un plan: marcar el nuevo rumbo económico planetario. Eso sí, aplicando la estratagema que decía Deng Xiaoping: «Observemos con calma; aseguremos nuestra posición; manejemos los asuntos tranquilamente; escondamos nuestras capacidades y aguardemos nuestro momento; seamos buenos en mantener un perfil bajo; y jamás proclamemos el liderazgo».
Pero, como dijo, Napoleón Bonaparte en 1804, «Cuando China despierte, el mundo temblará».
Y ya ha temblado. El Dragón ha despertado y parece imparable. El susto de EEUU y las actitudes histriónicas de Trump son comprensibles. El trono mundial puede cambiar en breve de manos. Por supuesto,