Las rusas. Flor Monfort. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Flor Monfort
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789874647498
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al centro eran eternas, con su agenda curtida y papeles que sobresalían como Pantone de lenguas. Helga me cuidaba, y eso era lo importante. Mi mamá no podía estar en los actos, ni a la salida de la escuela, ni comprar los regalos de las maestras. Ni siquiera estar al tanto de los regalos ni de los cumpleaños. A Helga tampoco le interesaba todo ese mundo que se irradiaba desde el grupito de madres líderes pero con la cercanía de su casa y la escuela arreglaba rápidamente los malentendidos: sacaba plata hecha bollo del desabillé y ponía por Flor y por mí, plata que nunca reclamaba a mi familia, papeles que para ella eran viento.

      Un día su marido nuevo nos vino a buscar a Flor y a mí a la escuela. Las dos nos sentamos atrás y Daniel se enojó muchísimo: empezó a gritar y a hacer gestos enormes que nosotras mirábamos asustadas por el espejo. Estábamos tentadas pero no podíamos reírnos. Teníamos miedo. Daniel dijo qué se piensan que soy remisero y esa fue la única frase que pudimos rescatar para entregarle a Helga el material que necesitaba: esa noche escuchamos que quería separarse, que los maltratos de Daniel eran pequeños pero suficientes para ensuciar ese pequeño mundo perfecto que a Helga tanto le había costado conseguir, con la dedicación con la que se plancha un vestido de muchas capas, blanco y vaporoso. Pocos días después Daniel se iba y nada parecía transformarse porque la que llevaba la manija era ella, sacando las hojas de la pileta en un otoño lento, ése en el que mi mamá se fue a México a hacer una residencia.

      Me mudé con seis bolsos llenos de muñecos y ropa mal doblada. Viviendo en casa ajena, una se da cuenta de cosas que no puede ver siendo visitante, como la hora en que se prende la luz de la calle, incluso el dispositivo que la pone en funcionamiento, mucho más frágil de lo que me había imaginado. La térmica tambaleaba a un costado de la puerta y Helga la prendía a las seis de la tarde, momento en que los gatos se ponían ansiosos por la cena. Después el ritual del baño, en el que Flor y yo tardábamos horas porque del cuerpo de la otra hacíamos un mapa y de la bañadera una versión pequeña de la pileta de afuera, cenábamos temprano, a la luz de las velas, y nos tirábamos en las hamacas de la galería con más luces amarillas y ese olor dulzón del tabaco que ella fumaba de noche. Cuando tuve fiebre mi baño se prolongó y después de la tibieza, Helga me dio un shock de agua fría; se inclinó sobre la canilla mientras yo la miraba desde abajo, y vi cómo las arrugas de sus ojos caían hacia mí, y después me envolvía rápido en una bata de toalla que antes había calentado con un radiador de aceite antiguo. Helga me metió en la cama con sus dedos largos y el guiso subía por las escaleras para hacerme delirar hambre y náusea al mismo tiempo. Al día siguiente me operaron de apendicitis y no se animó a avisarle a nadie: pensó que era lo mejor que podía hacer por todos. Estuve tres días internada y cuando salí volví al castillo más flaca y ojerosa, trastornada por los ruidos de la clínica. Por eso Helga me dejó dormir en su cama y de repente habían sido muchos los días en que no vi a mi amiga, ni a su hermano, ni me miré en el espejo, entrando en una ensoñación errática sobre mi vida con Helga, ella y yo solas contra el mundo, como si todos fueran extraños enemigos, ajenos al amor verdadero, al sacrificio puro de la ternura cuando se despliega infinita y adornada de una belleza que jamás fui capaz de reproducir.

      Unos años después, Flor y yo fuimos a escuelas diferentes y dejamos de vernos. Flor quiso dejar de verme. Perdió la intensidad que nos unía, prefirió la altivez del turno mañana y empezó a estudiar con una devoción que yo desconocía. En la secundaria, yo prefería estar en el mundo, tener muchos novios, y a poco de empezar segundo año me echaron del colegio por falsificar certificados médicos. Lo hacía para estar con Gastón, pero ése es otro cuento, lleno de saliva y sexo recién estrenado.

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