El tesoro de los piratas de Guayacán. Ricardo Latcham. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ricardo Latcham
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9789563651775
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una gran médium, mis hermanos Patricio y María Isabel, y mis papás. Terminada la comida, se decidió llamar a Baltazar Cordes. Galté entró en trance; ocurrió algo inusitado. También cayeron en trance el señor Moukarzel y mi abuela Cristina. En seguida comenzó a estremecerse la mesa alrededor de la cual se encontraban ellos, cayeron platos, copas y botellas que había sobre la mesa, era como un temblor que afectaba solo el comedor. Los que estábamos en vigilia le pedimos a mi padre que los hiciera volver en sí, que pusiera fin al trance.

      Después de esta escena, don Jaime Galté le manifestó a mi padre que él podía curar enfermos, pero no servía para encontrar tesoros. Curiosamente, durante mucho tiempo decíamos en broma que si la noche anterior hubiésemos invocado a Baltazar a cambio de Simón, tal vez se habría descubierto el tesoro.

      Al final de su vida, mi padre me dijo que creía haberse equivocado de lugar y que el tesoro debía estar en otra entrada de La Herradura. Por último, más adelante comprobamos otro error. Los hermanos Cordes jamás estuvieron en la zona, aunque pertenecían como muchos otros piratas a la hermandad de la Bandera Negra. Sus correrías, sin embargo, fueron en otras latitudes. Lo que sí es verdad, es que el autor de documentos distractivos fue otro pirata hebreo que fue varias veces a La Herradura. Si lo hubiésemos sabido, lo habríamos “llamado”. Este pirata fue Deul, que junto a su compañero Dayo visitaron varias veces el sector de Guayacán y la península de Cicop, como llamaban en aquel entonces a Coquimbo.

      Ricardo Latcham dice, y lo mismo contaba Manuel Castro –el baqueano que lo asistía–, que en algunas rocas había inscripciones hechas por humanos. Eso jamás lo pude constatar. Con los años he logrado convencerme de que si ha existido el tesoro, los mismos que lo enterraron probablemente también lo rescataron. Además, pienso que es muy raro que los piratas hubiesen enterrado un tesoro tan valioso a 15 kilómetros de La Serena, con todos los riesgos de ser descubierto o que no los dejaran entrar después, como muchas veces aconteció. Ahora bien, si lo hubiesen sepultado, pudieron haberlo hecho tal vez hacia el norte: la costa hasta Arica tiene varios centenares de kilómetros y muchas ensenadas y bahías tranquilas totalmente despobladas.

      Pero las dudas que se han manifestado acerca de la existencia del tesoro de Guayacán se contrarrestan con los sueños y anhelos de aventura de parte de muchos que mantienen viva esta leyenda, de muchos que abrigan todavía la ilusión de su encuentro.

      Santiago, 24 de agosto de 2017

      (Día de San Bartolomé,

      Patrono de La Serena)

      Cicop: un enigma no revelado

      Fernando Santander Fernández

      Investigador Histórico

      Quiero relatar los alcances de mi investigación sobre el llamado “Tesoro de Guayacán”. Ya sea por algo circunstancial o por algo más que desconozco, mi vida entera ha estado envuelta en este tema que va más allá de los objetivos materiales. Muchos acontecimientos me han sucedido, casualidades o, mejor dicho, “causalidades” sorprendentes, que me siguen motivando a entrar en el estudio de materias de los antiguos ocultistas sefardíes, la cábala hebrea y numerología divina, entre otras disciplinas. Esta historia ha sido tema de una profunda meditación y acciones que he seguido para develar este misterioso enigma.

      He estado investigando por casi 35 años la tradición de un antiguo tesoro enterrado por navegantes en el siglo xvii en las costas de la Región de Coquimbo en Chile. He descubierto pasajes desconocidos de nuestra historia acerca de una cofradía de piratas y navegantes de distintas nacionalidades, posiblemente judíos-hebreos, árabes y turcos. Sabemos la importancia del corsario Francis Drake en determinar este derrotero como un lugar muy apto para la carena y bastimento, aparte de ofrecer un refugio a los fuertes vientos del suroeste, reinantes en la mayoría de las costas de nuestro país.

      La primera investigación realizada sobre el tema fue publicada por el ingeniero y antropólogo Ricardo E. Latcham, quien la diera a conocer en su libro El tesoro de los piratas de Guayacán: relación verídica, publicado por Editorial Nascimento en 1935 y rescatado ahora en esta edición. El relato de Latcham se construye a partir de varios documentos hallados en la península de Coquimbo (Playa Blanca), nombrada también Cicop (o Cyppo en la bitácora del capellán Fletcher) por los piratas. Estos textos fueron escritos en cueros de nutria, conservados en ánforas de arcilla llenas de algún aceite orgánico, las que a su vez fueron enterradas en piedras ahuecadas, las que denominaron ebanines. En dichos documentos se habla de un grupo de antiguos individuos que formaron una hermandad en el siglo xvii, empleando la bahía de La Herradura, inmediatamente al sur del puerto de Coquimbo, como un refugio y centro de reunión permanente para sus correrías. Se dice que esta hermandad fue consagrada a la Rosa de Francia, la cual fue traída a Cicop por un pirata egipcio llamado Madel Saden. Se trataría de una joya formidable, una rosa milagrosa, “algo” que podría vincularse al principio mismo del cristianismo, tal vez una figura con forma femenina o un documento que habla sobre ella, sea lo que sea, esa “rosa” fue venerada por todos los piratas con tanta devoción, que fue guardada cuidadosamente en una cámara anexa al tesoro material de barras de oro, encontrándose junto a un subterráneo en el subsuelo o bien un acantilado cercano a la costa de Coquimbo y que, además, serviría de polvorín para repeler el ataque de los españoles... ¡Que mejor estrategia!

      Una multiplicidad de signos referidos a varias etnias, culturas y religiones, caracteres hebreos, egipcio hierático, copto, fenicio, incorporando también caracteres de español antiguo, el sefardita (judeo-español)... toda esa mezcla fue la base con la que escribieron la mayoría de los pergaminos.

      Empecé mi investigación corroborando los datos entregados por Latcham en su libro. Para ello decidí recorrer el lugar de los descubrimientos. La ubicación de los ebanines me la dio mi primer y gran maestro sobre el tema, Juan Budinic Taborga, en 1981, fallecido trágicamente a mediados de 1986. Las investigaciones llevadas a cabo por Budinic fueron a principios del siglo pasado y él, a su vez, siguió las que había comenzado su padre, Marco Budinic Taborga, junto al ex presidente de Chile Gabriel González Videla y otro importante político, quien fuera amigo de Ricardo Latcham, el señor Hugo Zepeda Barrios, además de otros importantes vecinos de la época de Coquimbo.

      En ese entonces fue importantísima la intervención de un particular abogado y conocedor de las “ciencias ocultas”, el señor Jaime Galté Carré, destacado miembro de la Gran Logia de Chile, quien entregó importante información a los señores vinculados a la política y los negocios, hombres que le daban una amplia cobertura a la búsqueda. En dichas sesiones, realizadas en noches de luna, participó Juan Budinic y Hugo Zepeda Barrios.

      Llegaron a mis manos los grabados realizados por Galté, tal vez indescifrables para ellos en su momento, y un elemento radiestésico utilizado en esas sesiones de trance.

      Aleph Cicop es el nombre con que bauticé a un grupo multidisciplinario de amigos interesados en el tema, con el objetivo de corroborar la veracidad de los relatos, de los protagonistas, de la existencia de una virgen de oro y de otros elementos encontrados. Otra parte del trabajo consistió en la traducción de la documentación con expertos en lenguas antiguas, quienes a su vez tenían experiencia en cofradías que utilizaban elementos secretos para encriptar los mensajes.

      A principios de los años 80, junto a dos de mis mejores amigos, trazamos el terreno con las coordenadas definidas por Latcham: la forma era la estrella de David, solo que cada vértice estaba vinculado, por una parte, a elementos del terreno y, por otra, a elementos astronómicos. Luego de determinar con precisión las rocas que guardaban tan celoso secreto, conseguimos un permiso para investigar, ya que era un lugar privado. Llegamos hasta donde se encontraban los ebanines. Tras largas horas tamizando y revisando la tierra del interior de estas piedras, encontramos fragmentos de cerámicas de constitución y grosor diferentes a las usadas por los indios locales, es decir, probablemente de origen extranjero (mediterráneo). Y otro detalle importante: una de las muestras tenía “algo orgánico”, pegado solo en una de sus caras, probablemente el aceite que contuvo los documentos. Esto podría certificar que los descubrimientos narrados por Latcham serían verdaderos.

      Para cotejar las cerámicas nos asesoró un querido amigo nuestro, buzo emblemático tanto en Chile