Recibiendo a Jesús. Mariann Edgar Budde. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Mariann Edgar Budde
Издательство: Ingram
Серия:
Жанр произведения: Журналы
Год издания: 0
isbn: 9781640653047
Скачать книгу
y me ayudó a transitar a través de mis eternas preguntas. Cuando le dije que yo no creía que solo un grupo pequeño de cristianos sería salvo, sin importar lo que significaba ser salvo, él estuvo de acuerdo conmigo. “Una buena regla de oro cuando pensamos sobre Dios”, me dijo él, “es asumir que si no hacemos algo por ser amoroso y bondadoso, entonces Dios—quien es la fuente de todo amor—lo hará de cualquier forma.” Esa idea cambió mi vida y sigue siendo fundacional para mí. Al Obispo Presidente Curry le gusta decir algo similar: “Si no es sobre el amor, no es sobre Dios.” Entonces sentí otro cambio hacia una comprensión más amplia de Jesús y de lo que significaba seguirle.

      Unos años después, los horizontes de mi fe se expandieron otra vez cuando me presentaron a unos cristianos cuyas fe los impulsaron hacia el trabajo por la justicia social. Esto ocurrió durante las guerras centroamericanas en los años ochenta, cuando hombres y mujeres de fe murieron por su compromiso de defender a los pobres. Yo estaba en la universidad y formaba parte de un grupo de cristianos que luchaban activamente por un cambio en nuestra política exterior. Yo sentía lo justo de nuestra causa, aunque otros cristianos apoyaban otra política exterior en el nombre del anticomunismo. En la universidad conocí también por primera vez a gays y lesbianas que luchaban por el derecho a ser ellos mismos y a ser aceptados completamente en la sociedad. Algunos de los activistas gays y lesbianas más elocuentes y abiertos que conocí eran cristianos, incluso cuando otros cristianos los rechazaban con una interpretación de las escrituras que condenaba lo que ellos llamaban “el estilo de vida homosexual”.

      Fue en esos años formativos de la universidad que estudié por primera vez la vida y los escritos del Rev. Martin Luther King Jr. De igual forma, leí todo lo que llegaba a mis manos sobre la lucha por los Derechos Civiles, tema del que no tenía conciencia cuando era una niña en la década de los sesentas, incluso aunque veía a cristianos en ambos bandos de la gran lucha por la justicia racial. Muchos de aquellos que yo sabía en mi corazón que estaban en el lado erróneo, eran las mismas personas que me habían presentado a Jesús. Incluso mi amado sacerdote episcopal, quien se había convertido en un padre sustituto en mi vida, estaba en contra de la dirección que estaba tomando mi vida.

      Este fue otra vez un punto de giro hacia la expresión de la justicia social en el evangelio de Jesús. En ese tiempo yo adoraba junto a católico romanos y cuáqueros socialmente comprometidos. Mi primer trabajo después de la universidad fue en una agencia metodista de servicio social en Tucson, Arizona, a través de la cual intentábamos ayudar económicamente a refugiados del Cinturón Oxidado4 y de Centroamérica, quienes buscaban asilo político en Canadá. Aunque yo era la única persona en mi trabajo y en mi círculo social que pertenecía a la Iglesia Episcopal, nunca pude obligarme a dejarla. Encontré una iglesia episcopal en Tucson y adoraba allí. Cuando me preguntaban por qué, la única explicación que podía dar era: “Se siente como en casa.”

      Comparto mi experiencia aquí para ilustrar cómo cambiar el rumbo hacia Jesús no es algo que hacemos una vez. Por el contrario, cambiar es parte de nuestro peregrinar a través de la vida y cambia y crece mientras cambiamos y crecemos. La primera vez que fui adelante en una iglesia para aceptar a Jesús como mi Salvador y Señor fue el primer punto de cambio consciente, pero ha habido muchos otros, algunos más dramáticos que otros. En cualquier punto del camino pude haber decidido cambiar de rumbo o alejarme del camino de seguimiento a Jesús, como muchos han hecho. Pero no puedo decir que esto fue algo que consideré seriamente.

      Hay una historia en el Evangelio según Juan que cuenta una ocasión en la que los discípulos de Jesús cambiaron de rumbo después de que él les predicara un mensaje particularmente desafiante. En ese momento, Jesús se dirigió hacia sus discípulos más cercanos, los doce que habían estado con él desde el comienzo. “¿También ustedes quieren irse?” Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído, y sabemos, que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” ( Juan 6:66–69). Claramente, ellos habían caminado demasiado con Jesús como para darle la espalda en ese momento.

      Yo he respondido en muchas ocasiones de la misma forma en momentos fundamentales de mi vida. No importó el reto, no importaron las nuevas miradas o las experiencias recibidas, no importó la iglesia ni aquellos que profesaron seguir a Jesús y luego traicionaron sus enseñanzas principales; yo nunca sentí que había otro camino para mí. Tampoco nunca me sentí obligada a juzgar a aquellos que no se sentían llamados a la vida cristiana. Para que la fe sea auténtica debe ser escogida libremente, no por miedo o a la fuerza, sino en respuesta a un amor convincente.

      De forma similar, cuando regresé a la Iglesia Episcopal yo estaba en la escuela secundaria. Yo nunca había considerado seriamente dejarla, aunque yo adoré libremente y muy a menudo en otras tradiciones y fui animada a buscar la ordenación en dos de ellas. No es que yo he visto a la Iglesia Episcopal a través de lentes color rosa. Durante mi vida he sido dolorosamente consciente de nuestras debilidades institucionales, y continuamente me molestan y me frustran. Sin embargo, mi amor por la Iglesia Episcopal y la sensación de estar en casa dentro de ella son más profundos de lo que puedo explicar. Puedo identificar varios factores para esto: la conexión mística con Cristo en la Eucaristía, el rigor intelectual y abierto de su teología, los ejemplos valientes de líderes episcopales que he conocido. Pero al final, lo que digo con confianza es que yo simplemente me siento llamada a seguir a Jesús en y a través de la Iglesia Episcopal.

      Cuando mi trabajo con los metodistas estaba llegando a su fin, reuní el coraje para entrar oficialmente en el proceso de ordenación en la Iglesia Episcopal. Había una parcialidad fuerte en aquellos años contra los adultos jóvenes que buscaban la ordenación. A personas como yo, en los inicios de nuestros veinte años de edad, se nos decía que buscáramos empleos seculares por algunos años antes de explorar la ordenación. Si yo recibía esa respuesta, mis amigos clérigos metodistas me aseguraron que había un lugar para mí entre ellos. Pero yo sabía que al menos necesitaba intentar servir en la iglesia en la que me sentía como en casa.

      Yo también necesité regresar a New Jersey, porque la Diócesis de Arizona no estaba abierta todavía a la ordenación de mujeres. Esto significó procurar la bendición de Richard Constantinos, quien había sido una influencia formativa en mi vida, y quien nunca me había animado a buscar la ordenación en nuestras conversaciones. Mientras viajaba hacia casa, la imagen de tocar a la puerta vino una y otra vez a mí. Mi primer cambio de rumbo hacia Jesús implicó abrir la puerta de mi corazón para dejarlo entrar. Ahora yo estaba tocando la puerta de la Iglesia Episcopal para ver si sería aceptada potencialmente como una sacerdote. Para mi sorpresa, cuando me reuní con Constantinos este me dijo: “Yo estaba esperando que fueras clara contigo misma.” Y después con el obispo. Y después con la Comisión de Ministerio. Para mi asombro y eterna gratitud, cada puerta que toqué se abrió ante mí.

      Como parte de mi proceso de ordenación era requerido escribir una autobiografía espiritual, la cual fue una experiencia reveladora. Antes de ese ejercicio de reflexión profunda, yo había considerado mi vida como una serie de episodios aleatorios, a menudo caóticos y sin relación. Pero como escribí en aquella ocasión, me di cuenta de que había, de hecho, una historia en mi vida. En retrospectiva yo podía ver más claramente algo que yo intentaba describir: las vías en las que Jesús se me reveló o me guio en momentos decisivos, sin siquiera estar consciente de esto.

      También fue revelador reconocer el papel vital de otros cristianos en mi vida, aquellos que encarnaron una fe viva que yo admiraba y quería emular. A veces se dice que la fe cristiana es alcanzada, no enseñada, ya que son los ejemplos vivos de fe los que más inspiran, más que cualquier cosa que podamos leer en las escrituras. Esto fue cierto para mí y continúa siéndolo. Mirando hacia atrás, puedo ver la importancia de mi respuesta, de haber cambiado mi camino hacia Jesús, y que él, a cambio, honrara mis mejores e imperfectas intenciones de seguirlo.

      También me di cuenta, en formas que realmente me preocuparon, cuán herida y rota yo me sentía interiormente. En la superficie yo tenía la habilidad de comunicar una confianza que raramente sentía. Yo estaba vulnerable, necesitada y llevaba una pesada carga de culpa. Afortunadamente para mí, el proceso de ordenación incluyó un examen psicológico a profundidad. Es suficiente decir que yo estaba aterrorizada.