Antología poética. María Alicia Acevedo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: María Alicia Acevedo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789874116376
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de la subjetividad, y segundo para pensar la raza, que observa también Butler –a quien mencioné al comienzo (1990)–, que fue empleada y proveyó al racismo como elemento para formar la identidad colectiva (en más de una ocasión) y como oferta opciones a la carta entre humanos, que en el escaparate de esta propuesta de lectura se enfrentan como dos jinetes en una dura imagen latinoamericana y pluralista de lo originario y una conservadora atávica que se repelen y nutren al mismo tiempo. No cabe, entonces, restar importancia a estos cuerpos enfrentados en una misma postura, los de Isabel y Jano, bifrontes, que simulan ser como las dos Fridas síntomas de una sociedad convaleciente que ha parido a dos seres que, como aquellas en su alter ego, representan ciertas diferencias etarias, de cultura o sociales (dinerarias o clasistas) con el resto, pero no de vínculos humanos donde encuentran apoyo para constituirse en una postal de resistencia, no del todo pacifista ni silenciosa, en esos sexos que gritan identidad en su no vecindad.

      Se puede ver además, en Los dueños de la semilla, la imagen de una ciudad/pueblo donde no solo existen personas que poseen un género distinto que su genitalidad, sino incluso génesis, que escapan a los esquemas heterosexuales binarios, en ese sujeto que constituye la postal familiar y la transforma de manera abrupta: Don Pedro que, como la peonada o el capataz, se funde con el paisaje de los “otros” pobres campesinos, “los cosos del al lao” (como versa el tango de Larrosa y Canet). Están los que admiran a Jano, al hombre cosificado que es resiliente de la pobreza material y que ahora usa botas de diseño, pero que no es como una “baratija”, porque siempre estuvo cerca del que manda (Adorno, 1955), y sabemos que el que sirve (tanto como el que preside) funciona como un petrificado consumista que se alimenta de estructuras como su habla y sus códigos para dominar paulatinamente y luego autosometerse a ese sistema capitalista (Marx, 1987). Antes, no muy atrás en “la historia” se asociaba al cuerpo con lo femenino, por el lugar de la mujer en términos físicos y reproductivos –mientras que el hombre era asociado con la razón y la elevación espiritual. En términos de Simone de Beauvoir (este juego de roles está presente implícita y alternativamente en los personajes y en sus padres), donde el cuerpo es cosificado si es femenino o desvalorizado por su pertenencia social. Además, también así se muestra cómo esa crítica cultural permanente y dolorosamente actual que menciono nos determina como rioplatenses, a la vez que busca ampliar la perspectiva de observación que incluye a lo “popular” y la semiótica de la imagen y el arte en estrecha relación con la semiosfera de la cultura en términos de Yuri Lotman (1994). Así, la teatralidad de lo multicultural se vuelve espacio propicio para la promiscuidad. En la novela, el pueblo/ciudad es escenario de pasiones desenfrenadas por el poder (físico, psicológico y político-ideológico). En ella conviven lenguajes, costumbres y prácticas divergentes y la división recurrente que la posmodernidad siempre procura mantener o reparar en pos de la igualdad y la cohesión del Estado-nación (Escobar, 2004), pero con separaciones difusas, en este caso, Isabel es quien en determinadas instancias da indicios de superación. De igual modo, se multiplican los fragmentos que dividen en partes el espacio urbano/rural con prácticas de la vieja cultura de dominación patriarcal, que antes era imaginado como una totalidad: proliferan así los semas de riqueza en un vocabulario pseudoproletario y precario en cambios contantes y limítrofes entre sí, que abundan en las zonas de transición, las áreas periféricas de rancherías y los centros, como la casa grande, en una economía terminológica que supone elipsis repositivas de proximidad y contaminación. No hay una sola unidad diagramada entre las partes, puedes crearlas tú lector/a, porque no hay integridad en la Historia (con mayúsculas), salvo la mano caprichosa del que la escribe. Solo existe una convivencia expectante, que puede desbordar en cualquier momento. Pensemos, por ejemplo, cómo en Argentina, los medios audiovisuales revictimizan a una mujer cuando sucede un crimen por violencia de género, cuestionando incluso reglas jurídicas o ciertos hábitos que son reiterados o puestos en duda como en el caso Nahir Galarza. En cambio, cuando estos suceden en otros estratos sociales más elevados (como en el de Isabel), tendemos a justificarlos o buscarles una explicación racional, como en el crimen del country, donde ya el tratamiento pasa a ser cuasi-lógico, casi de cortesía. Pero ambos hechos, denunciados en las marchas regulares del “Ni una/o menos”, muestran que estamos en pleno proceso de crecimiento social, incluso para comprender quiénes son todavía los que se atribuyen el patronato o matriarcado cultural como dueños de nuestra tierra o identidad de abolengo dudoso en Argentina.

      III. ¿Conclusión? Las identidades no son una sustancia natural preexistente.

      Dejo como reflexión que, por tratarse de construcciones culturales, podemos desarmar las identidades, examinar sus componentes y modo de funcionamiento. Lo identitario se presenta entonces propicio como un desafío visual, y este logra lo central en esta idea: la de constatar en las imágenes que nos hacemos de los personajes que la identidad es un acto, una práctica, una performance, es decir, una representación que las personas realizamos. Me quedo con la poética de Fernanda Laguna (1998) para repensar en la medida en que los actos de la identidad se aprenden y se ejecutan para desautomatizarlos:

      Hoy he trabajado / desde las 9.00 a las 16.15. / (…) // Bajé por Aráoz / que luego se une / con Salguero, / doblé en Libertador / hasta Ortiz de Ocampo. // Llegué y me atendió / la empleada / y me dijo: / –La señora ya viene. // Mientras esperaba / pensaba en que podía / vender mi cuerpo / (hacer sexo) / para ganar más dinero / y no tener que cargar / tanto peso. / De todas formas / pensé, / ahora también lo estoy vendiendo. (Poesía Proletaria, 1998)

      Este poema nos recuerda a las Redondillas de Sor Juana Inés de la Cruz, y cómo esta estaría relacionada con la pintura de Frida Kahlo. Puesto que la literatura y el arte pueden interpelar toda relación binaria y otorgar identidad al revisitar tropos comunes e interpelarlos. Así como también: “La literatura urbana y rural ya no se oponen, sino que mantienen fusiones y combinaciones múltiples; la ciudad latinoamericana absorbe el campo y se traza de nuevo”. De este modo, sean ustedes bienvenidos al nada predecible mundo de lo posible2.

      Capítulo I. El laberinto de papel

      Akab vivía en la casa de Zagreb. Fue comprada por este para ser una concubina más. Y, como su segunda esposa, era la favorita, pero terminó trabajando como sirvienta de los baños turcos que Zagreb administraba en la casa donde vivía. Ella no podía darle varones a su marido y prefirió trabajar y que su hija fuera libre de casarse con un trabajador o a quien amara, aun a costas de su madre. Las otras esposas no entendían la postura de Akab, pero ella les decía que el amor a los hijos “te hace cometer la peor de las locuras o te justifica el mayor de los sacrificios”.

      Extrañaba los perfumes; sobre todo el aroma del aceite de argán que le frotaban en sus largos cabellos castaños y, fundamentalmente, el olor que subía de las cocinas de planta baja cuando su nana le cocía el cuscús sobre un colchón de almendras tostadas. Esta mujer se negaba a amar, de todas las maneras posibles. Había sido adquirida con toda su familia, puesto que contaba con quince primaveras cuando Zagreb la pretendió y transformó sus días en un triste invierno desflorado.

      Aunque todas las mujeres de la comarca lo querían, ella lo odiaba y no era probable que ese desprecio se transformara en cariño. “El amor nace de la convivencia”, le había dicho su madre la noche de bodas en las puertas de la habitación nupcial; empero, no sería ella la que pondría el cuerpo esa fatídica jornada, que había durado desde el amanecer en el que fueron a buscarla a su aposento y la pasearon como un trofeo, desnuda, hasta el baño real y untaron su cuerpo con aceites caros de lo que solo le quedó impregnado el aroma del castaño de Indias.

      Pronto estuvo encinta, y el déspota de su marido sabía que esa era la única forma de retenerla, forzándola. Lo que Akab rogaba era que no naciera varón, para no tener que soportarlo todas las madrugadas a su lado y asegurarse solo de verlo una vez a la semana, como marcaba la ley. Y los dioses la escucharon, porque nació Zaira, con los tórridos cabellos de su madre y la gélida sonrisa de su padre. Esta niña se transformó luego en un talismán de belleza, que le aseguraba las mejores fortunas de los pretendientes del reino y aledaños, motivo por el cual Zagreb la reconoció.

      Capítulo II. La mujer misteriosa

      Este esposo circunstancial la quería tanto a Akab que no podía privarse de su presencia, así que decidió poner un manto de piedad entre ellos y la mandó