El jardín de la codicia. José Manuel Aspas. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Manuel Aspas
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412225600
Скачать книгу
reflexión, Vicente estaba convencido que en ese momento de soledad y silencio visualizaban todo lo ocurrido, el momento de locura desatada del crimen. La escena se repetía. Vicente miró a Arturo, quien le devolvió la mirada. Pensaban lo mismo. Ahora faltaba determinar qué alternativa adoptaría. Dos serían las habituales: se declaraba culpable inmediatamente, o meditaba su respuesta y las consecuencias de ésta. Entonces, como abogado que era, daría guerra.

      Una vez en comisaría subieron a la tercera planta y se dirigieron al espacio de que disponían en la sala.

      —Siéntese, por favor —le pidió—. ¿Desea un poco de agua?

      —No, gracias. —Se apreciaba que tenía la boca seca, síntoma ineludible de que la adrenalina le estaba jugando una mala pasada. Los inspectores no pasaron ese detalle por alto.

      —¿Está usted seguro que no conoce a esta joven? —le preguntaron, mostrándole de nuevo la foto de Mónica de la tarjeta identificativa del trabajo.

      —Le repito que no la conozco —respondió tras mirar la foto de nuevo.

      —En esta otra se aprecia mejor. Mírela con detenimiento. —En esta ocasión le mostraron la única foto encontrada en su habitación—. No tenga prisa.

      Cogió la foto y la miró. Hacía esfuerzos por serenarse, por dominar y controlar tanto su lenguaje corporal como sus palabras. Era evidente ese esfuerzo. Tardó en contestar, miraba la fotografía totalmente concentrado. Los inspectores comprendieron que utilizaba la fotografía como punto focalizado de su autocontrol, ganando ese tiempo que necesitaba para asimilar la situación y controlarla. Su respiración pausada y profunda. Cuando al fin respondió, era evidente que estaba más tranquilo, lo que iba en contra de los intereses de los inspectores, pensaron los dos.

      —Ahora sí tomaría ese vaso de agua. —Arturo se acercó a un depósito de agua mineral que se encontraba a unos seis metros de ellos, llenó un vaso con agua y se lo ofreció. Él seguía mirando la foto—. Gracias inspector. Les repito que no la conozco.

      —¿Podría decirnos que hizo el martes, entre las veintidós horas y las tres de la noche?

      —¿Se refiere al martes de esta semana?

      —Sí.

      —Deje un momento que recuerde. Sí, sobre esa hora estaba cenando con unos clientes en la cafetería Yanquis, cerca de mi despacho. Terminamos sobre las once, nos despedimos y se marcharon en un taxi. Yo regrese andando, recogí mi coche y me fui a casa. Leí un rato en mi habitación y me dormí sobre la una y media.

      —Lo recuerda con mucha precisión —puntualizó Arturo.

      —Siempre recurro a mi agenda, pero el martes es una fecha cercana y lo recuerdo perfectamente.

      —¿Vive solo?

      —Sí.

      La situación se había relajado. Poncel, sentado con las piernas cruzadas, los miraba a los ojos y sus respuestas eran serenas y meditadas.

      —¿Le importa darme los nombres de los clientes con los que estuvo cenando?

      —En absoluto. Se trata de los señores Eusebio Mir y Juan Antonio Panadero, de la empresa Aceros Malcro.

      —Desde que se despidió de sus clientes en la puerta del restaurante sobre las once, ¿recuerda alguna persona que pueda corroborar su declaración?

      — No recuerdo haberme cruzado con nadie conocido en el recorrido entre la cafetería y el garaje, ni del garaje a mi casa, y no me crucé con ningún vecino. Por lo tanto, no le puedo dar un nombre que de alguna forma corrobore mi declaración. Por desgracia, en mi casa estuve solo. El no tener coartada, ¿me convierte en único sospechoso?

      —Desearía que por un momento se pusiera en mí lugar —dijo Vicente—. Un vehículo de su mismo modelo se ha visto involucrado en un asesinato. En dicho lugar el coche perdió parte del piloto derecho trasero, dejando un trozo en el lugar. El modelo de su vehículo no es un modelo corriente. De hecho, la lista de las personas propietarias de este modelo es realmente corta. Nos encontramos que el coche de su propiedad tiene roto el piloto derecho trasero. De momento, no le estoy acusando de nada, pero entenderá que vistas las circunstancias, tenga que investigar si se trata del que buscamos.

      Sonó el móvil de Alberto. Este se disculpó y atendió la llamada.

      —Dime, papá... No te preocupes, estoy en comisaría, parece ser que un vehículo del mismo modelo que el mío se ha visto envuelto en un accidente y los inspectores están tomando declaración a todos los propietarios con el fin de descartar. Luego te llamo... Sí, he dicho los inspectores... No, no lo lleva la policía local... Más tarde te llamo.

      Mientras este seguía hablando por el móvil, sonó el de Vicente. Se apartó de su mesa unos metros y contestó.

      —Dime. —Era Gregorio.

      —La parte del piloto encontrada en el escenario del crimen coincide casi perfectamente en el hueco que le falta al piloto roto del vehículo que me habéis traído. Se trata de una comprobación inicial y rápida. Vamos a empezar a analizarlo y cribar el resto del coche. Pero me juego los cojones a que el trocito encontrado pertenece a este coche.

      —Sed muy meticulosos. —Sin ninguna necesidad, Gregorio se arriesgaba y apostaba por el resultado, y Vicente sabía que nunca lo hacía a la ligera—. Este caso va a traer cola. Seguid el protocolo con absoluta rigurosidad. Deja todo lo que estés haciendo, céntrate y ponte al cien por cien en el examen del coche.

      —De acuerdo.

      —Perdona que después de lo dicho te meta prisa, pero necesito conclusiones lo más rápido que puedas.

      —Hoy mismo te diré cosas.

      Colgó. Alberto hablaba con Arturo. Y Vicente, antes de acercarse a la mesa marcó otro número.

      —Dígame —contestó el Comisario.

      —Soy Zafra. ¿Estás en tu despacho?

      —No.

      —Estoy tomando declaración a Alberto Poncel. Su vehículo está en el laboratorio. Me acaba de llamar Gregorio y se juega los cojones a que el trozo de piloto encontrado pertenece a ese coche.

      —Sin los análisis pertinentes, es una conclusión precipitada. Si se equivoca, yo mismo se los cortaré.

      —Le he enseñado las fotos de la víctima y niega conocerla. Pero en la relación de llamadas del móvil de la joven existe una llamada de ella a uno de sus teléfonos. Se ha puesto más nervioso que un adolescente cuando folla por primera vez.

      —¿La llamó él la noche que la mataron?

      —De momento si la llamó él, no lo hizo desde sus teléfonos pero al menos, existe una llamada que los relaciona. Si el resultado del piloto es positivo, será necesario registrar su casa y su despacho. No puedo permitir que entre en su vivienda antes que nosotros.

      —Comprendo. Voy a reunirme con el fiscal, tenemos que ir con mucho cuidado.

      —Soy consciente de lo que nos jugamos. Si el análisis confirma que el piloto es de su vehículo, lo sitúa en el lugar de los hechos y la llamada, cuanto menos, crea un vínculo, aunque él niegue conocerla. Son suficientes hechos para que el fiscal se moje.

      —Sitúas el coche, pero no a él.

      —Me ha confirmado que no ha dejado a nadie su vehículo.

      —¿Lo vas a meter en el calabozo?

      —¿Quieres que me lo lleve de copas hasta saber los resultados? Con los pocos vehículos que hay en el mercado de su mismo modelo, ¿cuántas probabilidades tenemos de que dos coches tengan el mismo piloto roto en dos días?

      —¿Habéis terminado de inspeccionar el resto?

      —Están en ello. De momento ninguno me ha llamado.

      —De acuerdo, mete prisa al laboratorio. Infórmame de cualquier