El viaje de César. Emelyn J. Domínguez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Emelyn J. Domínguez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9786079884857
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      El viaje de César

      Emelyn J. Domínguez

      El viaje de César

      © 2020, Emelyn J. Domínguez

      Primera Edición

      © 2020, Book Depot, S.A. de C.V.

      Cda. Guillermo Prieto 36, Col. Jesús del Monte,

      Huixquilucan, Estado de México, C.P. 52764.

      ISBN: 978-607-98848-5-7

      Impreso en México

      Printed in México

      Todos los derechos reservados. Se prohíbe la reproducción, almacenamiento y divulgación total o parcial de esta obra por cualquier medio sin el pleno consentimiento y permiso por escrito de la editorial.

      Presentación

      Soy Emelyn J. Domínguez Jiménez, madre de dos niños. El más pequeño nació prematuro por preeclampsia severa no diagnosticada a tiempo. César tenía solo treinta y cuatro semanas de gestación. Fue una difícil prueba de vida, la cual me enseñaría más lecciones que mis treinta y un años de existencia, aprendizajes que quiero compartir contigo.

      Esta historia está dedicada a los padres y madres que han luchado en una Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales; pero, sobre todo, a los que aún están sobreviviendo cada día hombro a hombro con sus guerreros. A ellos les quiero decir que no están solos.

      Es también una historia de inspiración para quienes luchan una batalla de vida; una prueba de cómo, a pesar de las adversidades y de las dificultades diarias, se puede salir adelante, con fe y paciencia. ¡Si César pudo, tú también puedes!

      En la primera parte conocerán la historia de César, por medio de mis manos, de mis palabras, pero a través de sus ojos. No sabía cómo comenzar la historia hasta que me di cuenta de que no era mi historia, si no la de un pequeño guerrero que emprendió el viaje de la vida.

      Nadie quiere recordar un proceso traumático, nadie pide tener un hijo prematuro. Son contadas las lecturas que se encuentran sobre el tema. Por mi sanación y para ti decidí narrar este testimonio desde el corazón y con palabras en las que puedas encontrar la calidez de un abrazo en la distancia.

      En este libro encontrarás tristezas, incluso la narración de un proceso de aborto (me di cuenta de que es común, entre las madres de prematuros, tener como antecedentes una, dos o más pérdidas gestacionales); pero, lo más importante, encontrarás amor, esperanza, consuelo, coraje y renacimiento. Deseo que nuestra experiencia te ayude a entender este proceso. Una tribu de “papás prematuros” también me ayudó a sobrellevar este difícil momento.

      No es lo que vivimos lo que nos marca: nos marca lo que hacemos para trascender con lo que nos pasa. Ahora comparto mi historia, doy apoyo moral, cuento mi experiencia a padres prematuros en algunos grupos en redes sociales. Es retroalimentación y aprendizaje.

      Compartiré las fases que se viven cuando te enfrentas al reto de tener un hijo que deja el útero antes de tiempo, y la necesidad de no olvidar a los hermanos de este nuevo bebé que viene a cambiar tu mundo, y a enseñarte que la vida se vive “un día a la vez”.

      Dedicado a los amores de mi vida: Julem Pilar y César

      Índice

      Presentación 3

      Un día a la vez 7

      Antes de mí 10

      Preeclampsia severa 12

      Elección 16

      Fe 18

      Tristeza y el dolor 21

      Las batallas 27

      Parto prematuro inminente 29

      Papá 33

      Felicidad 35

      UCIN 38

      La cita 43

      Padres prematuros 48

      Etapas del duelo en un nacimiento prematuro 50

      ¡Un día más! 58

      Acerca de la Editorial 62

      Un día a la vez

      –¿Usted cree? –preguntó el pediatra señalando al cielo.

      –Sí –contestó ella, cabizbaja.

      –El niño está muy grave. Nosotros hacemos lo que está en nuestras manos, pero Él –dijo refiriéndose a Dios– tiene la última palabra. ¡Pídale, pídale mucho!

      ¡Hola! Soy César. Tenía tres días de nacido cuando mi madre escuchó de voz del jefe de la Unidad de Cuidados Neonatales, en el servicio de salud pública, el fatal diagnóstico que pondría a mi familia, al mundo, de cabeza. Mi vida estaba en manos de los médicos, pero en la decisión divina.

      Llegué al mundo de tan solo treinta y cuatro semanas o, en fines prácticos, siete meses y dos semanas (el embarazo humano tiene una duración natural de cuarenta a cuarenta y dos semanas, igual a nueve meses). Pesaba dos kilos con ochenta gramos.

      Mi cuerpo era apenas más grande que una regla, cuarenta y cuatro centímetros, datos que escuché mientras luchaba por mi vida, en una cesárea de emergencia.

      –No va a poder ver a su hijo. Está grave –susurró un muy joven doctor al oído a mi mamá, la frase más dolorosa y fría que se puede escuchar en una sala de parto.

      Un intenso frío recorría su cuerpo inmóvil por la anestesia.

      No se cruzarían nuestras miradas, ni sentiríamos el calor de nuestros cuerpos. No tendríamos la cita a ciegas que nos venden las idealistas en las cadenas y redes sociales. Sintió que se ahogaba en la profundidad de sus lágrimas.

      Ella estaba postrada en la cama semiinconsciente. No podía moverse. Los efectos de la anestesia se lo impedían. Sé que tenía ganas de correr, de abrazarme, de decirme que todo estaría bien. Su piel estaba abierta en varias capas. Lloraba en silencio. ¡Como si en ese lugar no tuviera permiso de sufrir, de gritar o de exigir!

      Yo no podía entender lo que estaba sucediendo. ¿Cómo era posible? ¿Estaba naciendo? ¿Por qué yo podía verla y ella no a mí?

      Mientras mi cuerpo luchaba por permanecer con vida, la observé recostada en una camilla con la mirada al cielo y las lágrimas que resbalaban en sus mejillas. Una doctora era la que suturaba su vientre. Había mucha sangre.

      Mamá se cuestionaba: ¿Por qué? ¿Por qué a mí, a su hijo? Yo podía ver todo lo que ocurría a mi alrededor, incluso mi propio cuerpo. Los doctores y enfermeras luchaban por reanimarme, pero nadie notaba mi presencia. Era tan confuso.

      –¡Estoy aquí! ¡Aquí estoy, mami!

      Mi voz no se escuchaba; mi presencia no se sentía.

      Los médicos, las enfermeras, todo era un caos en esa sala de parto. Iban y venían. Tenía personas alrededor de mí, intentando hacerme respirar. Sentía que me asfixiaba. Sentía cómo me desvanecía. Nacer no era tan lindo como lo esperé por meses.

      Mi abrupta llegada al mundo puso a prueba la fe y el amor de mi familia. Nací el doce de enero del 2019, en medio de la incertidumbre de la vida y la muerte. Una lección que cambiaría la vida de los que me rodeaban, para siempre.

      “¿Realmente existe Dios? ¿Era esta otra prueba más de fe? ¿Qué hice mal? ¿Por qué nació antes de tiempo? ¿Fue mi culpa?” Mamá estaba enojada, dolida, desilusionada de lo que estaba pasando. Ambos teníamos tantas preguntas y tan pocas respuestas.

      El tiempo pasaba lento. Nuestro mundo se detuvo. Los minutos parecieron horas y las horas, días. Su luz se apagó; y es que nadie espera tener un parto prematuro, cuando debería estar preparando un baby shower, o al menos eso es lo que se acostumbra antes de la llegada de un bebé.

      Según datos de la Organización Mundial de la Salud, en el mundo nacen alrededor de quince millones de niños prematuros (antes de que cumplan la semana treinta y siete de gestación) y la cifra va en aumento. Yo estoy dentro de esas estadísticas.