Geografía de pretextos. Hilda Figueroa. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Hilda Figueroa
Издательство: Bookwire
Серия: Cuadernos de Bartleby
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786078098606
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de calles, toda palabra que estaba ante mis ojos. Preguntar y comentar, sentirme orgulloso de mirar al mundo, y leerlo desde los mensajes de los otros.

      Un día, un libro llegó a mis manos. Era de la biblioteca familiar. Leyéndolo podía construir en mi imaginación: paisajes, rostros, escenas, y a partir de lo que ya conocía mi mundo se iba combinando y engrandeciéndose una y otra vez. El infinito se abría. Mi adicción por la escritura daba comienzo.

      Primero tuve un cuaderno donde registraba las cosas importantes en un lenguaje secreto que nadie más lograba descifrar. Y después, más que describir los eventos de todos los días decidí crear historias. Comencé por inventar estados distintos de las cosas que me molestaban: simplemente cambiar los hechos para no sentirme mal. Vino luego otra etapa en la que intenté guardar momentos de mi existencia. Pero a cada intento de captar todo aquello, más inalcanzable parecía. Descubrí que se ocuparía una cantidad inimaginable de millones de palabras o frases para describir con exactitud hasta una mínima experiencia, y cientos de minutos de registro para captar en palabras las distintas facetas, desde todos los ángulos posibles, de un sólo segundo vivido. Esto me hizo reflexionar en cómo el lenguaje era realmente incapaz de expresar casi nada. Sin embargo, yo intentaba engañarme, fingir que había la posibilidad de decirlo todo y de retener la esencia de las cosas, de la vida, de mí. Pero interiormente estaba muy confundido. Si la palabra era incapaz de contener siquiera un sólo día mío. Le era imposible decirme, descifrarme, mentía no sólo al mundo, también a mí. Esto me llenó de tristeza, pero a la vez, aceptaba el reto de tratar de encontrar la combinatoria ideal de palabras o el lenguaje especial para captar con él, el espíritu de las cosas, de mi vida, de mis ideas. Días y noches viví encerrado en mí, negándome a hablar con nadie e intentando develar el misterio que me diera la clave para que la escritura describiera con exactitud la vida. Demasiado tarde me daría cuenta de que el lenguaje estaba apoderándose de mi espíritu. Escribía todo el tiempo mis pensamientos, pensaba con palabras, pero además olía con ellas, miraba y sentía también con ellas, no hacía más que escribir. Luché entonces por ya no pensar. Y mientras más me hundía en mí, más pensaba, y escribía aunque no hablara con nadie. Un día logré salir de ese trance y quise intentar hacer una vida normal. Encontré entonces una forma de hablar menos y pensar menos, al usar las palabras en forma rutinaria, buenos días, cómo estás, yo bien, y jugué ese juego algún tiempo. Fue cuando el lenguaje me dominó menos y fui menos su esclavo. Al menos por una temporada estuve más tranquilo. Pero al poco tiempo volví a estar inquieto, a sentir cada vez más que el lenguaje era el amo, porque no lograba dejar de pensar que el discurso tan pobre de cada uno y del mundo, era la verdadera herramienta para relacionarnos. Eso me seguía desilusionando, y mientras tanto, mi obsesión crecía. Estaba seguro que de ahí derivaba una gran parte de la infelicidad: Siendo una enorme biblioteca cada ser, eramos inaccesibles unos a otros: el culpable era el lenguaje en su insuficiencia. Con desilusión y sin poder dejar de ser su vasallo, y en la pretensión de perfeccionarlo y dominarlo, enloquecí de nuevo… Se había apoderado de mí otra vez: estuviera donde estuviera, no lograba dejar de escribir, mi mano se movía compulsivamente y creaba historias con las que comencé a llenar cuadernos en mi afán de describir a la perfección la vida. Un día, por cansancio, cerré la puerta y me fui, dejando esas narraciones en mi hogar. Huí aterrorizado cuando al releerlas no lograba identificar que yo era su autor. Las encontraba extrañas, como salidas de otra imaginación. Desconocidas, aunque alcanzara a identificar mi letra.

      Más regresé, y con miedo arrojé al fuego los cuadernos, pero cada vez que lo hice, al día siguiente aparecieron intactos de nuevo, con sus frases íntegras. Luego no supe más si en realidad quemaba las libretas o sólo lo había imaginado, tal vez yo mismo compraba nuevas y volvía a escribir en ellas en sueños. Lo grave es que estuve seguro de que esas historias que mi mano captaba, eran partes separadas de mí. Por eso comencé una lucha por tratar de rescatarlas y reintegrarlas a mi espíritu cada vez más débil. Me había ido dividiendo en rodajas que ahora tenían vida independiente. Hombres y mujeres, niños y ancianos desgajados de mi pensamiento poblaban mi hogar, repitiendo los roles en escenas de mi propia inventiva que se sucedían una y otra vez ante mis ojos. Y no sabía como reintegrar esas partes a mi todo.

      Seguí escribiendo de día y noche, sin alimentarme, sin dormir. Y a más escribir, menos de mí quedaba para mí. A medida que mi compulsión por hacer historias avanzaba, me iba vaciando mental y espiritualmente. Al espejo, mi rostro, cada vez más inexpresivo entre los de ellos que sí tenían vida. Luego, dejé de experimentar sensaciones, comencé por ver todo en blanco y negro, y después vino la ceguera total. Dejé de oler, de escuchar, de sentir. Un día no pude salir del escenario en el que me hice protagonista.

      Ahora, soy el renglón de la frase: Como no ser escritor. El resto de mí, letras dispersas en el contexto de las páginas del grueso volumen que narra mi historia. Mis deseos se han hecho realidad, no escribiré más. Estas son las líneas, que anteceden mi último aliento transformado en letras…»

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