Intente en mi etapa del colegio llevarlo de manera normal aunque solía destacar bastante, pues era casi el único niño que llevaba su mochila y su enorme riñonera aparte, con sus agujas y botes tan raros, y siempre llevando muchos zumos y sobrecitos de azúcar. Esto ocasionó que muchos niños se metieran conmigo en el colegio pero ¿sabéis qué? También ocasionó que formara tres de las amistades más importantes que aún hoy por hoy conservo.
Para mí cuando me invitaban a un cumpleaños y tenían sus batidos de chocolate sin azúcar o me habían comprado chuches sin azúcar, al contrario de hacerme sentir mal, me hacía sentir apreciado y en un punto de interés porque podía comer más de esas chuches. Esto como padres, hermanos o amigos lo veréis en muchas ocasiones. Es cierto que en etapas más adultas esto podría ser incluso innecesario pero, cuando eres solo un chico, realmente podrá significar mucho, pues se preocupan por tu ser querido.
Dentro de toda esta etapa denominada diabetes en el colegio, la verdad es que no podría resaltar mucho más. Quizás como dato curioso puedo comentar que, si algún chico se metía conmigo más de lo normal, lo amenazaba con que le pincharía con mi aguja y no podrían comer chocolate, y solía correr bastante.
Podríamos decir que lo complicado comienza ahora. Pongámonos en situación: tras unos tres o cinco años aprendiendo sobre la diabetes, medianamente complicada, conociendo nuevos y nuevas amigas, llega el momento de entrar al instituto, comenzar la adolescencia, cambios físicos y cambios mentales, nueva gente y nuevas experiencias, así que preparaos pues los acontecimientos vienen fuertes. Cabe comentar también que durante esta etapa anterior y la siguiente mi padre le cogió buen gusto al deporte no solo para su acción propia, sino para que yo lo hiciera.
Cuando entré al instituto podría definirme como un chaval de once años sociable a la par que tímido, en buena forma física, con su riñonera siempre colgada y llamando la atención con un peinado y una ropa siempre de lo más extravagante (jamás se me ha dado bien vestir. De hecho, un modelo muy usual que yo llevaba era pantalón de chándal gris; camiseta cualquiera, a ser posible de algún videojuego; zapatillas de deporte y un chaquetón amarillo chillón, el cual llevé por más de tres años). Y en realidad no me preocupaba nada de mi condición física, ni de salud, porque estaba con los que eran mis amigos del cole en clase.
Aquí hare una pequeña parada para que hagáis vista de que la diabetes en este punto realmente no afectó de una forma negativa realmente. Sí, llevaba un bolsito que llamaba la atención de los demás, y que los niños se metan contigo a esas edades es casi usual, pero una diabetes bien controlada a estas edades normaliza muchísimo la vida y los eventos futuros.
Pues bien, comienza esta primera hermosa etapa de adolescencia y he de admitir que el comienzo fue bastante abrumador en mi caso porque hasta este punto jamás había tenido problemas serios de ningún tipo. Es más, imaginaos cuando en una de mis visitas al endocrino me dicen que voy a participar en uno de esos muchos grupos experimentales que seguro muchos reconoceréis y otros no tanto (no os preocupéis, no experimentan con nosotros; pero sí, quizás nuevas insulinas en el mercado o un nuevo medidor de glucosa, etc.).
Y en mi caso, para mi sorpresa, me regalaron un móvil, un Nokia para ser exactos. Quizás esto hoy en día no signifique absolutamente nada, pues hoy todos tenemos teléfonos de última generación a cualquier edad, pero no señor, hace catorce años eso era una auténtica bomba, ¿un chico de once años con móvil de última generación? Los chicos y chicas de clase se peleaban por saber cómo lo había conseguido, se preguntaban por qué me lo habían regalado y cuántas cosas podía hacer el teléfono… En realidad, lo usaba solo para escuchar música y ver los videoclips de Juanes que te mandaban por publicidad SMS. Por supuesto, el uso del móvil en el terreno de la diabetes era que cada noche al terminar el día mandara a través del infrarrojo de mi glucómetro un mensaje a un grupo que estaba activo las veinticuatro horas y que llevaba un control de si el azúcar estaba siendo bien llevada o de por qué ocurrían altibajos en esta. Es una idea peculiar y que no estuvo mal durante un tiempo, pero realmente era bastante pesado debido a la velocidad de las conexiones de hace varios años. Es por ello que las cosas han cambiado tanto.
El primer método que se usaba hace unos años para la insulina era bastante tradicional y debíamos preparar las dosis a mano de la siguiente manera: sacar el bote de la nevera, moverlo si era insulina lenta y dejarlo tal cual si era insulina rápida, sacar las dosis de insulina que queríamos ponernos más alguna dosis extra (ahora verás por qué) inyectando la aguja en el bote y, una vez hecho esto y colocando la aguja hacia arriba, sacar el aire de la aguja y extraer un poco de esta insulina extra dando pequeños golpecitos en la aguja.
El nuevo método consistía en tener una especie de boli con el que tú solo decidías cuántas unidades te ibas a inyectar y te la inyectabas sin preparación alguna. En resumen, una autentica pasada ¿no?
Déjame decirte que no. Apenas a los cuatro o cinco meses de comenzar el instituto mis padres se divorciaron y esto fue sin duda algo que significaría un antes y un después en quién sería yo como persona y cómo este suceso actuaría en mi vida y con mi diabetes. Está claro que normalmente los niños no suelen pasar bien esta etapa en la que papá y mamá toman caminos diferentes y tienen que, siendo un niño, decidir con quién se quedan —porque, claro, eso podría significar que a uno lo quieren más que a otro— o a quien van a ver más. En esta situación nunca hay decisión correcta en la mayoría de casos desde el punto de vista de un niño; pero, si dejan de hacer las cosas como las hacían antes, llaman un poco la atención porque ven que ahora con esa persona con la que finalmente se han quedado (que en mi caso fue mamá) ya no es como la recuerdan, que mamá y papá ya no se llevan tan bien como antes y eso a lo mejor es culpa suya. «¿Qué he hecho mal? ¿Me habré portado mal?».
Y esos pensamientos de niño que no ve las cosas me hicieron pensar: «Bueno, ¿y si ya no me quiero pinchar más? ¿Ni hacer deporte? Seguro que no pasa nada y me harán más caso». (Porque sí, da igual la edad que tengamos, que hacemos locuras que nos pueden afectar gravemente sin darnos cuenta y por llamar la atención). Y, bueno, admitiré que no fui tan rebelde, pero si dejé de apuntar mis unidades de glucosa en mi libreta de apuntes de glucosa o pasé de enviar todos los días las mediciones a través del móvil para hacerlo una vez en semana. Puede parecer una tontería, pero esto sí puede hacer que nuestro control de la diabetes empeore (pues no sabremos que tenemos en un momento determinado o qué nos ponemos de insulina); pero, claro, qué iba a pensar yo de que me iba a hacer daño si lo único que quería es que me hicieran más caso.
Es más, en varias ocasiones en arrebatos de «ya no quiero más diabetes» no me miraba el nivel de glucosa para ver cómo estaba y me pinchaba dosis de insulina más o menos normales o les decía a mis amigos que ya no me iba a pinchar, y eso es una verdadera locura. La que mejor recuerdo fue cuando en una ocasión, en la casa de los padres de un buen amigo mío, hicieron la comida y yo me puse a comer sin hacerme mis controles ni ponerme la insulina porque «ya lo haré después si eso». Tanto mi amigo como sus padres se echaron las manos a la cabeza y, gracias a que lo hicieron, me hice mis controles y resultó que andaba en hiperglucemia leve; pero, por muy leve que fuera, estaba literalmente jugando con mi vida. Hice mis correcciones pero no pedí disculpas hasta mucho tiempo después a mi pesar. Y ese día, ese momento, como se puede leer, quedó marcado en mi cabeza.
No puedo ni expresar cómo me arrepentí de ello varios meses después cerca de finalizar el curso, pues se realizó un viaje de fin de año académico a un parque de actividades gigantesco, con atracciones entre árboles, comida y muchísimos institutos. Yo, como un niño, sin darme cuenta de lo que estaba haciendo con mi salud y mi vida, seguía entre ceja y ceja con la idea de no hacer las cosas bien, así que una noche un par de semanas antes de este viaje mi madre se acercó a mirarme el nivel de glucosa y al terminar fue a apuntarlo y a enviarlo a través del móvil. Cuál fue su sorpresa cuando vio que ninguna de las dos cosas estaban hechas y cuál fue la mía cuando me despertó hecha una furia (como es normal). Bueno, el resultado de esta trastada de niño puede parecer una tontería pero me dejo sin salir