—En vez del «poder de compra», usted defiende el «saber de compra».
—El poder de compra hoy está distribuido por la economía del empleo y pilotado por el marketing. Está controlado para generarnos reflejos condicionados de comportamiento y el engranaje funciona muy bien. Yo creo que hay que remplazar esto por el «saber de compra», es decir, hacer pensar a la gente cómo comprar. Eso es una economía concreta, no una teoría de la fiscalidad, los impuestos, la macroeconomía... Se trata de enseñar a la gente a economizar sus vidas. ¿Realmente necesito un coche? Quizás unos padres tienen que elegir entre poder pagar a sus hijos unos buenos estudios o comprar un coche. Seguro que los niños quieren el coche, así que el marketing utiliza a los hijos como elemento de presión para que los padres cedan. Pero ahora necesitamos una economía neguentrópica, una economía que se base en la disminución de la entropía. Necesitamos disminuir la desechabilidad y los comportamientos de consumo idiotas. No significa que vayamos a dejar de consumir, por ahora necesitamos comprar para que haya una circulación monetaria planetaria. Pero hace falta que compremos inteligentemente, no tenemos otra opción. Somos 7.000 millones de habitantes y pronto seremos 9.000, cada vez con menos agua potable, menos aire limpio... Es la única manera de luchar contra las consecuencias tóxicas del Antropoceno. Esa es una verdadera política económica. Ningún gobierno propondrá eso porque no hacen economía, sino lo que Jacques Généreux llama «deseconomía». Economizar significa preservar el futuro. Hoy vivimos en una economía del presente, en la deseconomía.
Reescuchando a Stiegler, una cuestión que me persigue desde hace tiempo me vuelve a la cabeza. Una de dos: o el capitalismo se ha vuelto loco o, por el contrario, absolutamente clarividente. ¿No hay ninguna estabilidad en su lógica ultraexcitada más allá de la búsqueda extrema e implosiva de beneficio individual?
¿O es que sus máximos poderes saben que, como especie, estamos abocados a la extinción y, por lo tanto, desean tan solo aprovechar y disfrutar hasta el fin de sus privilegios durante el tiempo que esto dure y blindarse para ser los últimos en desaparecer? Stiegler, en El empleo ha muerto... ¡viva el trabajo!, dice: «[el capitalismo] ya no cree en el futuro: es estructuralmente cínico» y «sistemáticamente descreído». Intuyo, entonces, que no es solo que beneficie el corto sobre el largo plazo. Debe de ser algo más profundo. Si el futuro no existe para el capitalismo: o se ha vuelto loco (y nos enfrentamos a un psicópata) o es clarividente (y nos enfrentamos a una fuerza mucho más lúcida que nosotros y somos nosotros los equivocados). J, para contrariarme y sonriendo, diría: «Sin duda, el capitalismo es un loco clarividente, ¡así que vivamos nosotros también alocadamente los pocos o muchos días que nos queden!»...
—¿El capitalismo se ha vuelto loco o completamente clarividente?
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