2. Mitos y realidades
Quienes deciden emprender la exploración de nuevos tipos de relaciones y nuevos estilos de vida descubren que se bloquean con algunas ideas —sobre cómo debe ser la sociedad, cómo deben ser las relaciones, cómo deben ser las personas— que están muy enraizadas y sin revisar.
A todos nos han enseñado que solo una manera de relacionarse —el matrimonio heterosexual monógamo para toda la vida— es la única manera correcta. Se nos dice que la monogamia es «normal» y «natural». Si nuestros deseos no caben dentro de esos límites, carecemos de moral, tenemos problemas psicológicos y somos contra natura.
Muchas personas sentimos instintivamente que hay algo equivocado en ese panorama. Pero, ¿cómo puedes profundizar y revisar una creencia que ni siquiera sabes que tienes? El ideal de la monogamia para toda la vida como el único objetivo válido para las relaciones está tan profundamente arraigado en nuestra cultura que es casi invisible. Aplicamos esas creencias sin ni siquiera saber que creemos en ellas. Están todo el tiempo bajo nuestros pies, son la base de nuestras suposiciones, nuestros valores, nuestros deseos, nuestros mitos, nuestras expectativas. No nos damos cuenta de que están ahí hasta que tropezamos con ellas.
¿Dónde comenzaron esas creencias? A menudo, evolucionaron para enfrentarse a unas condiciones que ya no existen.
Nuestras creencias sobre el matrimonio tradicional vienen de las culturas agrarias, cuando uno cultivaba todo lo que comía y fabricaba todo lo que vestía o utilizaba, cuando las familias extensas ayudaban a realizar esa enorme cantidad de trabajo de modo que nadie se muriese de hambre, y en las que el matrimonio era una propuesta que funcionaba. Cuando hablamos de «valores familiares tradicionales», esta es la familia de la que estamos hablando: un clan familiar con abuelos y abuelas y tías y primos y primas; una organización para cumplir el objetivo de mantenerse con vida. Vemos grandes familias funcionando de manera tradicional en la América de hoy en día, a menudo en culturas recientemente trasplantadas desde otros países, o como un sistema básico de apoyo para las poblaciones urbanas o rurales económicamente vulnerables.
Curiosamente, controlar la conducta sexual no parecía tan importante fuera de las clases acaudaladas hasta la Revolución Industrial, cuando se desplegó una nueva era con una visión negativa del sexo, quizás por el desarrollo de la clase media y el espacio limitado para tener descendencia en las culturas urbanas. A finales del siglo xviii, doctores y pastores empezaron a afirmar que la masturbación era nociva y pecaminosa, que la más inocente válvula de escape era peligrosa para la sociedad, y los libros sobre crianza de la prole mostraban aparatos para evitar que los bebés se tocasen los genitales mientras dormían. Así que cualquier deseo de sexo, incluso a solas, se convirtió en un sucio secreto.
Pero la naturaleza humana siempre gana. Somos criaturas cachondas, y cuanto más represiva sexualmente se vuelve una sociedad, más escandalosos se harán sus pensamientos sexuales encubiertos y sus conductas, como cualquier fan del porno victoriano puede atestiguar.
En sus clases a la juventud comunista de Alemania durante el ascenso de Hitler y los nazis, el psicólogo Wilhelm Reich teorizó que la represión de la sexualidad era parte de la esencia de un gobierno autoritario. Sin la imposición de una moralidad antisexual, creía que la gente estaría libre de vergüenza y confiaría en su propio sentido de lo que está bien y está mal. Sería improbable que fuesen a la guerra contra su voluntad, o dirigiesen los campos de concentración. Quizás si nos criasen sin vergüenza ni culpa respecto a nuestros deseos, podría ser que fuéramos personas más libres de muchas más maneras que la simplemente sexual.
La familia nuclear, que consiste en padre, madre y prole en un cierto aislamiento respecto al clan familiar, es una reliquia de la clase media del siglo xx. La prole ya no trabaja en la granja o en el negocio familiar; se cría casi como a las mascotas. El matrimonio moderno ya no es esencial para la supervivencia. Ahora nos casamos buscando comodidad, seguridad, sexo, intimidad y conexión emocional. El aumento de divorcios, tan deplorado por la derecha religiosa actual, puede que simplemente refleje la realidad económica de que hoy en día la mayoría podemos permitirnos el dejar una relación en la que no estamos felices; nadie se va a morir de hambre.
Y aun así el puritanismo moderno, quizás falto de preparación aun para enfrentarse a la aterradora perspectiva de una elección sexual y romántica realmente libre, intenta imponer la familia nuclear y el matrimonio monógamo enseñando a avergonzarse del sexo.
Nosotras creemos que el conjunto actual de los «tiene que» y cualquier otro conjunto son construcciones culturales. Creemos que la naturaleza posee una diversidad asombrosa, ofreciéndonos infinitas posibilidades. Nos gustaría vivir en una cultura que respeta las elecciones hechas por putones tanto como respeta a la pareja celebrando su cincuenta aniversario. (Y, se nos puede ocurrir pensar de todos modos, ¿qué nos hace asumir que esa pareja es monógama?)
Estamos preparando el terreno para nuevos caminos en un nuevo territorio. No tenemos modelos culturalmente aprobados de estilos de vida sexualmente abiertos; necesitamos escribir el nuestro. Escribir tu propio guion cuesta mucho esfuerzo, y mucha honestidad, y es ese tipo de trabajo duro el que proporciona muchas satisfacciones. Puede que encuentres tu buen camino, y que dentro de tres años decidas que quieres vivir de una manera diferente. ¿Dónde está el problema? Tú escribes el guion, tú eres quien toma las decisiones y también tú te encargas de cambiar de idea.
ejercicio: Putones a quienes conocemos y amamos. |
Haz una lista de todas las personas que se te ocurran que no son monógamas, incluyendo personajes de televisión, películas, libros y demás. ¿Cómo te sientes respecto a cada una de ellas? ¿Qué puedes aprender (positivo o negativo)? ¿Qué te dicen sobre el tipo de putón que quieres o no quieres ser? |
Juicios de valor sobre los putones
Mientras tratas de encontrar tu propio camino, puedes tropezarte con un montón de juicios de valor severos sobre las maneras en que viven distintas personas. Estamos seguras