»Al realizar los planos de este barco, destinado a una navegación submarina, lo hice con la intención de que en equilibrio en el agua permaneciera sumergido en sus nueve décimas partes. Por ello, en tales condiciones no debía desplazar más que las nueve décimas partes de su volumen, o sea, mil trescientos cincuenta y seis metros y cuarenta y ocho centímetros, o, lo que es lo mismo, que no pesara más que igual número de toneladas. Esto me obligó a no superar ese peso al construirlo según las citadas dimensiones.
»El Nautilus se compone de dos cascos, uno interno y otro externo, reunidos entre sí por hierros en forma de T, que le dan una extrema rigidez. En efecto, gracias a esta disposición celular resiste como un bloque, como si fuera macizo. Sus juntas no pueden ceder, se adhieren por sí mismas y no por sus remaches, y la homogeneidad de su construcción, debida al perfecto montaje de sus materiales, le permite desafiar los mares más violentos.
»Estos dos cascos están fabricados con planchas de acero, cuya densidad con relación al agua es de siete a ocho décimas. El primero no tiene menos de cinco centímetros de espesor y pesa trescientas noventa y cuatro toneladas y noventa y seis centésimas. El segundo, con la quilla que con sus cincuenta centímetros de altura y veinticinco de ancho pesa por sí sola sesenta y dos toneladas, la maquinaria, el lastre, los diversos accesorios e instalaciones, los tabiques y los virotillos interiores, tiene un peso de novecientas sesenta y una toneladas con sesenta y dos centésimas, que, añadidas a las trescientas noventa y cuatro toneladas con noventa y seis centésimas del primero, forman el total exigido de mil trescientas cincuenta y seis toneladas con cuarenta y ocho centésimas. ¿Ha comprendido?
-Comprendido.
-Así pues prosiguió el capitán-, cuando el Nautilus se halla a flote en estas condiciones, una décima parte del mismo se halla fuera del agua. Ahora bien, si se instalan unos depósitos de una capacidad igual a esa décima parte, es decir, con un contenido de ciento cincuenta toneladas con setenta y dos centésimas, y se les llena de agua, el barco pesará o desplazará entonces mil quinientas siete toneladas y se hallará en inmersión completa. Y esto es lo que ocurre, señor profesor. Estos depósitos están instalados en la parte inferior del Nautílus, y al abrir las llaves se llenan y el barco queda a flor de agua.
-Bien, capitán, pero aquí llegamos a la verdadera dificultad. Que su barco pueda quedarse a flor de agua, lo comprendo. Pero, más abajo, al sumergirse más, ¿no se encuentra su aparato submarino con una presión que le comunique un impulso de abajo arriba, evaluada en una atmósfera por treinta pies de agua, o sea, cerca de un kilogramo por centímetro cuadrado?
-Así es, en efecto.
-Luego, a menos que no llene por completo el Nautilus, no veo cómo puede conseguir llevarlo a las profundidades.
-Señor profesor, respondió el capitán Nemo, no hay que confundir la estática con la dinámica, si no quiere uno exponerse a errores graves. Cuesta muy poco alcanzar las bajas regiones del océano, pues los cuerpos tienen tendencia a la profundidad. Siga usted mi razonamiento.
-Le escucho, capitán.
-Cuando me planteé el problema de determinar el aumento de peso que había que dar al Nautilus para sumergirlo, no tuve que preocuparme más que de la reducción de volumen que sufre el agua del mar a medida que sus capas van haciéndose más profundas.
-Es evidente.
-Ahora bien, si es cierto que el agua no es absolutamente incompresible, no lo es menos que es muy poco compresible. En efecto, según los cálculos más recientes, esta compresión no es más que de cuatrocientas treinta y seis diezmillonésimas por atmósfera, o lo que es lo mismo, por cada treinta pies de profundidad. Si quiero descender a mil metros, tendré que tener en cuenta la reducción del volumen bajo una presión equivalente a la de una columna de agua de mil metros, es decir, bajo una presión de cien atmósferas. Dicha reducción será en ese caso de cuatrocientas treinta y seis cienmilésimas. Consecuentemente, deberé aumentar el peso hasta mil quinientas trece toneladas y setenta y siete centésimas, en lugar de mil quinientas siete toneladas y dos décimas. El aumento no será, pues, más que de seis toneladas y cincuenta y siete centésimas.
-¿Tan sólo?
-Tan sólo, señor Aronnax, y el cálculo es fácilmente verificable. Ahora bien, dispongo de depósitos suplementarios capaces de embarcar cien toneladas. Puedo así descender a profundidades considerables. Cuando quiero subir y aflorar a la superficie, me basta expulsar ese agua, y vaciar enteramente todos los depósitos si deseo que el Nautilus emerja en su décima parte sobre la superficie del agua.
A tales razonamientos apoyados en cifras nada podía yo objetar.
-Admito sus cálculos, capitán -respondí-, y mostraría mala fe en discutirlos, puesto que la experiencia le da razón cada día, pero me temo que ahora nos hallamos en presencia de una dificultad real.
-¿Cuál?
-Cuando se halle usted a mil metros de profundidad, las paredes del Nautilus deberán soportar una presión de cien atmósferas. Si en ese momento decide usted vaciar sus depósitos suplementarios para aligerar su barco y remontar a la superficie, las bombas tendrán que vencer esa presión de cien atmósferas o, lo que es lo mismo, de cien kilogramos por centímetro cuadrado. Pues bien, eso exige una potencia.
-Que sólo la electricidad podía darme -se apresuró a decir el capitán Nemo-. Le repito que el poder dinámico de mi maquinaria es casi infinito. Las bombas del Nautilus tienen una fuerza prodigiosa, lo que pudo usted comprobar cuando vio sus columnas de agua precipitarse como un torrente sobre el Abraham Líncoln. Por otra parte, no me sirvo de los depósitos suplementarios más que para alcanzar profundidades medias de mil quinientos a dos mil metros, con el fin de proteger mis aparatos. Pero cuando tengo el capricho de visitar las profundidades del océano, a dos o tres leguas por debajo de su superficie, empleo maniobras más largas, pero no menos infalibles.
-¿Cuáles, capitán?
-Esto me obliga naturalmente a revelarle cómo se maneja el Nautilus.
-Estoy impaciente por saberlo.
-Para gobernar este barco a estribor o a babor, para moverlo, en una palabra, en un plano horizontal, me sirvo de un timón ordinario de ancha pala, fijado a la trasera del codaste, que es accionado por una rueda y un sistema de poleas. Pero puedo también mover al Nautilus de abajo arriba y de arriba abajo, es decir, en un plano vertical, por medio de dos planos inclinados unidos a sus flancos sobre su centro de flotación. Se trata de unos planos móviles capaces de adoptar todas las posiciones y que son maniobrados desde el interior por medio de poderosas palancas. Si estos planos se mantienen paralelos al barco, éste se mueve horizontalmente. Si están inclinados, el Nautilus, impulsado por su hélice, sube o baja, según la disposición de la inclinación, siguiendo la diagonal que me interese. Si deseo, además, regresar más rápidamente a la superficie, no tengo más que embragar la hélice para que la presión del agua haga subir verticalmente al Nautilus como un globo henchido de hidrógeno se eleva rápidamente en el aire.
-¡Magnífico, capitán! Pero ¿cómo puede el timonel seguir el rumbo que le fija usted en medio del agua?
-El timonel está alojado en una cabina de vidrio con cristales lenticulares, que sobresale de la parte superior del casco del Nautilus.
-¿Cristales?