En 2011 un grupo de cinco soñadores compró un campo cerca de un pueblo, para ellos ignoto, Espartillar. Tenían un sueño: cosechar trufas en Buenos Aires, pero hacerlo de un modo tal que pudieran competir a nivel internacional. También los guio la feliz y pionera idea de educar al paladar argentino y trabajar para que las trufas salgan de los restaurantes exclusivos y se acerquen a las mesas de las casas. “Llegamos a un campo que era pura pampa, donde hacía mucho frío, y pensábamos cómo atraer inversores”, recuerda Alejandra García, presidenta de la empresa. El nacimiento de una idea requiere no solo de imaginación, sino de un gran poder de determinación para trabajar sobre algo que aún no existe. La idea, sin embargo, contagió, y los fondos llegaron. En poco tiempo plantaron robles y encinas inoculadas en sus raíces con el hongo delicioso.
“La trufa negra de invierno se llama T
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