—Sí, sí —dice Gemma. Mira sus manos y comienza a examinar sus uñas mordidas, con la toalla envuelta con firmeza en sus puños.
El viento cambia, las cenizas se arremolinan a nuestro alrededor y se estrellan en nuestras toallas.
—No lo sé —continúo—. No creo que él la engañe o algo así, pero si sucediera, tal vez sería hoy. Quiero decir, él no puede soportar algo así, ¿sabes? Puedo imaginarlo, totalmente borracho, haciendo algo estúpido. ¿Qué opinas? Tú y John todavía os lleváis muy bien, ¿no es cierto? Estaba pensando que tal vez podrías decirle algo, asegurarte de que esté bien, ver si necesita hablar con alguien. Y yo hablaré con Ruby sobre lo que sea que le suceda.
—¿Yo? —dice Gemma con voz inquieta. Pero puedo sentir la emoción. Está ahí, debajo de su preocupación por Ruby—. ¿Crees que soy la persona indicada para hablar con él?
—Sí, quiero decir, él siempre dice que eres su mejor amiga —digo yo. Una pequeña mentira—. Pensé que era obvio.
Las mejillas de Gemma se ruborizan. Las comisuras de su boca se contraen. Se siente especial. Es especial, al menos para esta tarea.
—De acuerdo —dice—, hablaré con él. No hay problema, cariño. Yo me encargo.
Los otros se acercan por un costado de la fogata y se dirigen hacia nosotras. Miro a Ruby con cuidado. Hace todo lo posible por parecer feliz, pero la conozco bien. El tutú cuelga flácido de su mano, goteando agua del lago. Ella y Max llevan tazas humeantes de chocolate caliente, mientras que John y Khaled comparten un porro entre ellos, sin dejar de estar atentos a los profesores.
—Guarda el secreto —le susurro a Gemma.
Asiente con tranquilidad. Tan seria y sincera, agradecida de que haya compartido algo con ella. Sé que se siente más cerca de mí que nunca. Es gracioso que haya terminado siendo una pieza tan esencial. Después de todos estos años en los que nunca la necesité para nada. Siempre está tan dispuesta a complacer, desesperada por ser querida. Y sé la verdad sobre Liam, por eso estoy segura de que hará lo que sea necesario para acercarse a John. Sé que debería sentirme mal por ella. Y si las cosas fueran diferentes, así sería. Pero recuerdo por qué estoy haciendo esto, y ese pensamiento se evapora.
—Eh, chicos —dice Khaled con su amplia sonrisa, siempre presente. Sostiene una muñeca inflable; en su rostro congelado se ve esa expresión perenne y sorprendida—. Denise lo ha hecho muy bien.
—Creo que Denise necesita un descanso —dice Gemma—. Le has dado mucha caña hoy.
Ríen juntos. Organizamos una fiesta de Halloween en nuestra casa en tercer año, y alguien dejó allí la muñeca. Nadie sabía de dónde salió, pero Khaled decidió que teníamos que quedárnosla. La llamó Denise, y ha pasado sus días apoyada en la ventana de la sala, viéndonos ir y venir. La foto de perfil de Facebook de Khaled era él con su brazo alrededor de los hombros plásticos de Denise, ambos mirando a la cámara con la misma mirada estupefacta.
Gemma coge el porro de su mano, y comienzan a conversar. Ella me mira y sus ojos están llenos de comprensión: sabe que debe guardar este secreto para mí.
Siento que John roza mi brazo, llenando el hueco en nuestro círculo. Él me mira y mantenemos contacto visual. Nos hemos estado evitando durante semanas. Él necesita actuar en consecuencia hoy o mi plan no funcionará.
Mi teléfono vibra en la palma de mi mano. Le doy la vuelta y me quedo mirando la pantalla. Un nuevo mensaje de H. Despliego el texto
Necesitamos hablar. Deja de fingir que estás bien. Déjame ayudarte.
Apago la pantalla del teléfono y lo aprieto con fuerza contra mi pecho.
Tuve que mentirle a Gemma. El problema, esa cosa densa y pesada que llevo sobre mis hombros, es algo mucho peor. No se trata de la condición social de Ruby o de nuestro futuro como grupo. Es un problema mucho más serio, pero no se puede confiar en alguien como Gemma para algo así.
CAPÍTULO TRES
Primer año
La humedad se aferraba a mi camisa mientras caminaba por el campus. Prefería el frío, el viento cortante era un reconfortante alivio. En Texas todavía hacía calor durante esta época del año, no como en Maine. Maine. Mi nuevo hogar. Llevaba vaqueros negros y un top de seda sostenido por unos finos y delicados tirantes. Los vaqueros eran ajustados y mis hombros quedaban expuestos a la luz azulada del atardecer.
Gemma y Ruby vivían en una de las residencias estudiantiles más grandes del campus. La hiedra se abrazaba a sus paredes de ladrillo y la música se escuchaba desde las ventanas abiertas. Afuera, las canciones competían por conseguir la mayor atención. Era desagradable de una manera cómoda. En realidad, esto era la universidad: ir a una fiesta por la noche entre semana, reunirse con los amigos... Gemma, Ruby, John, Max. Repetí sus nombres, los dejé rodar sobre mi lengua. No podía creer que los hubiera conocido tan pronto. Necesitaba ser una buena amiga para ellos, para que me tuvieran cerca. Me acordé de que debía ser divertida, relajada; que debía interesarme en sus vidas, ser una buena confidente. Ser genial, no aburrida, y entender cómo funcionaban cada uno de ellos, de manera que pudiera ayudarlos si lo necesitaban. Puse una marca mental en la casilla correspondiente a amigos.
Unos chicos estaban sentados en los escalones de la entrada principal y me miraron de reojo cuando pasé a su lado. El humo flotaba en el aire y un olor asqueroso llenó mis fosas nasales y mis pulmones. En el primer peldaño hice contacto visual con uno de ellos: el príncipe. Me dedicó una amplia sonrisa y saltó para abrir la puerta.
—Gracias —dije, mientras entraba en el pasillo fresco.
El príncipe sonrió. Era guapo, tenía un rostro suave y ojos amables. Era servicial. Tal vez trataba así de compensar el hecho de ser un príncipe. Al acercarme me di cuenta de que apestaba a colonia.
—¿Vas a la habitación de Gemma? —preguntó, poniendo su pie delante de la puerta para evitar que se cerrara.
Gemma ya debía haber encontrado la manera de conocerlo; tal vez ella llegaría incluso a pasear en uno de sus Lamborghini.
—Sí —contesté.
Nos quedamos ahí, evaluándonos el uno al otro un momento hasta que uno de los otros chicos levantó un brazo con algo entre los dedos. El príncipe miró al otro chico y luego a mí de nuevo.
—¿Quieres un poco? —preguntó, con una mirada pícara en los ojos, desafiándome a unirme a ellos. Sabía muy bien que no debía ser la única chica en un grupo de chicos. Sabía el estigma asociado a ese tipo de chicas, y eso no era lo que yo estaba buscando.
—No, gracias —dije.
—Como quieras. Nos vemos arriba —respondió el príncipe, y saltó de nuevo a la parte superior de la escalera.
La puerta se cerró de golpe a mis espaldas. Comencé a subir los peldaños de azulejos; mis pasos hacían eco en el antiguo edificio.
—¡Oh, Dios mío, hola! —chilló Gemma cuando aparecí en la entrada de su habitación. Su aliento era afrutado y alcohólico. El líquido en su vaso rojo desechable se salió del borde y se derramó en el suelo. No pareció importarle.
La puerta estaba atrancada para permanecer abierta al largo pasillo, el aire caliente y espeso que emanaba de la ropa manchada de sudor. La música estaba tan alta que casi no pude escuchar el saludo de Gemma. El bajo de la canción vibraba a través del suelo y en mis piernas, lo suficientemente fuerte para alcanzar la totalidad de la sala, que estaba repleta de estudiantes de primer año. Había llegado tarde a propósito, ansiosa por evitar las conversaciones superficiales antes de que la fiesta empezara. Me sentí aliviada de que la mayoría de los estudiantes ya estuvieran bastante pasaditos; una pareja incluso se estaba besando en el otro extremo,