Viaje a pie 1929. Fernando González. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Fernando González
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789587200812
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el siguiente tratado de pesimismo. Lo transcribiremos aquí, para que el lector sepa cuál es el origen de toda filosofía pesimista. También escribimos un canto a la alegría:

      La vida del hombre sobre la tierra es brega y tristeza. Vivir es luchar con el tiempo, el cual nos arrastra, a pesar de resistirlo. ¡Qué horrible es, durante algunos días, vivir!...

      El único método para vivir que conserva la alegría, es vivir resistiendo al deseo que nos urge por el goce; vivir despacio, inervados.

      Pascal dijo que el método liberta el espíritu. Esto lo dedujo indudablemente después de algunos días de vivir sin continencia.

      La fuerza nerviosa es una cantidad determinada en cada uno y hay que gastarla con método. Educar la voluntad no es otra cosa que crear llaves de contención para los nervios; es un problema igual al aprovisionamiento de agua para una ciudad. ¿Qué es una juerga? Salir con dos o tres amigos en automóvil. Poner la vitrola a cantar Ramona..., y, después, otro disco femenino.

      Este es el canto a la alegría:

      ¡Mejor que todo es la inervación!

      ¡Nada como la regularidad térmica del organismo!

      ¡Cuán horrible es la esclavitud!

      ¡La esclavitud del alma por los deseos es de temer como la muerte!

      ¡Peor que la muerte eres tú, apresuramiento!

      Peor que el frío de la muerte eres tú, Ramona..., en esta noche en que el huésped nos deja entrever su enorme panza a la luz del candil.

      * * *

      La grafonola acompaña siempre a lo más delicioso, las circunstancias antecedentes del amor. Porque, así como el delito, el amor tiene circunstancias antecedentes, concomitantes y consiguientes. Todo lo agradable de la vida es antecedente del amor; todo lo que llamamos alegría, en cualquiera de sus manifestaciones, es antecedente del amor. La perspectiva del amor es el encanto del viajero, el encanto de todo lo que vive, la ilusión de todo lo que existe, desde el átomo hasta Dios. ¿Qué importa el objeto? Es una disculpa para poder amar. Nacimos para eso y antecedentes del amor son todos los heroísmos y todas las obras. Así como en la fonda desconocida el viajero siente una alegría vaga que no es otra cosa que la perspectiva de las figuras femeninas posibles, asimismo está el amor detrás de las trabajosas obras de Hegel... Las circunstancias concomitantes y subsiguientes al amor son tristeza. Entonces se convence uno de que lo engañó esta madre Naturaleza que sólo se preocupa por la especie. Las circunstancias subsiguientes al amor son iguales a viajar durante días en un tren: se experimenta la misma desazón en la columna vertebral.

      ¡La grafonola! Todo iba despacio allá en la antigüedad. Una Friné o una Aspasia determinaban para toda una época las circunstancias del amor y de la gloria; hoy los reinados de la belleza duran a lo sumo quince días; somos más artistas, más frívolos. ¿Podemos leer un libro de quinientas páginas? ¿Hay algún héroe que lea de seguido el Don Quijote de la Mancha? ¿Hay alguna mujer bella cuyo amor dure más de veinticuatro horas? No; ningún editor parisiense se atrevería a darnos un libro que tuviese más de ciento treinta hojas. Los vestidos femeninos son de telas frágiles para que no duren sino el tiempo de una emoción. ¿Qué se hicieron aquellas ropas eternas que pasaban a las primas? Parece que nuestros antepasados no supieron que el hombre es una máquina muy delicada; vivían para la eternidad, y nosotros vivimos para el tiempo; y la eternidad es una, y el tiempo se compone de segundos. Nosotros dejamos el libro de cincuenta y tres hojas en el asiento del tren o del avión. ¡Aquella americana, aquella silueta estilizada que vimos a la orilla del mar, leyendo descuidadamente a Miomandre, y que dejó el libro sobre la silla de paja! Nuestros antepasados tenían casas de piedra, bibliotecas de tomos fabulosos, empastados en cuero, y sus mujeres eran anchas, carnudas. Las nuestras se parecen a nuestros libros de cincuenta y tres hojas; las leemos, nos leen, y nos dejamos tirados sobre los asientos de paja. Todo lo nuestro pertenece al tiempo, que está compuesto de segundos. Por eso, en nuestro delirio nos aterraba la gordura del antioqueño.

      Esas mujeres de las grafonolas, esas mujeres cuyos cuerpos inducimos por sus voces y cuya boga dura unos quince días, determinan las modas del amor.

      Y por eso, porque no tenemos ideas sino opiniones, porque no hay eternidad, porque no hay sino un pequeño manojo de segundos y un pequeño manojo de emociones, nuestras mujeres son delgadas y lo único que no les perdonamos es la constancia. ¿Qué cosa más horrible para nosotros que una mujer constante? Es como una idea fija; es como un vestido que uno no se pudiera quitar. El encanto de la mujer consiste en que nos abandona; es el mismo encanto de la vida; ¿pues qué sería de la vida y del amor a ella si no supiéramos que íbamos a morir?

      Porque ya no pensamos en la eternidad, porque somos un manojo de segundos, lo supremo para nosotros es el dinero. También éste se compone de centavos y con él se compra todo lo que se ha inventado para adornar el tiempo. Por eso, desde que Lutero descubrió que en Roma estaban vendiendo la eternidad, dejamos de creer en ella, pues es absolutamente evidente que todo lo venal es terreno.

      ¡EL DINERO! Indudablemente el nombre mejor para nuestro siglo es este: El siglo del hombre que hace fortuna. Vivimos a la caza de la fortuna; gastamos nuestras energías en la consecución del dinero. Es un afán tan grande como el que se tenía antaño por la bondad del alma.

      Todo es para nosotros un medio de conseguir dinero; se persigue la ciencia, para ello; se desea la moralidad, la honorabilidad social, porque producen dinero; nuestro amor es frívolo y mercenario; por eso es tan agradable; la cónyuge –vocablo del lenguaje de los antiguos– se consigue porque tiene dinero. Deseamos tener carácter, porque es cualidad para conseguir dinero. Para eso cultivamos la literatura. Todos los segundos de nuestras vidas están empapados de la necesidad de conseguir dinero. Este es nuestro último fin, indudablemente.

      Nuestras necesidades se han multiplicado; nuestros placeres son tantos como nuestros segundos... ¡Son tantas las mujeres hermosas y tantas las bagatelas que adornan sus cuerpos transitorios... y todo se vende! La moneda o, mejor dicho, el billete, es la piel mágica en que se viaja por países feéricos; ¡el billete es la imagen de todo lo agradable!

      Movimiento rápido a leguas por hora, a kilómetros por minuto... Es necesario correr, acumular rápidamente, porque nos deja la vida. Este es el siglo del hombre que hace fortuna.

      Nosotros, el hombre que hace fortuna, porque es un manojo de segundos y de emociones, es flaco, alto, demacrado, huesudo, de maxilares angulosos, ojos brillantes y anhelantes. El hombre que hace fortuna es la misma figura del perro cazador. Porque el hombre que hizo fortuna es gordo y apoplético como nuestros antepasados, lleno de hidratos de carbono.

      Y morimos de apoplejía, de cáncer en el hígado, de nefritis, de gota, a los cuarenta y cinco años. Y generalmente el hombre que hizo fortuna es sadista y se derrite por las niñas de trece a catorce años: son las dependientas de sus grandes almacenes.

      ¡Honor al hombre de acción, al joven cazador, honorable, duro, superhombre, de egoencia desarrollada, cruel! ¡Honor al hombre seductor que ha metodizado todo en orden al dinero! El hombre de acción es hermoso. ¡Loor a nuestro hombre recto, de mirada firme, pletórico de ansias!

      Sí; porque el hombre de acción, a pesar de que se contiene por sistema, es un ansioso; a pesar de que va paso a paso, por sistema, es un desesperado; a pesar de que sostiene el valor de la tranquilidad, es un intranquilo.

      La paciencia, la contención, todas las antiguas virtudes de nuestros gordos antepasados, se predican a la juventud, pero no ya como virtudes, sino como métodos. La moral es pragmatista. Se aceptan las virtudes de los viejos tratadistas, pero porque son útiles.

      ¿Cómo se edifican hoy los templos? En un barrio que se intenta urbanizar, se regalan diez mil varas para una iglesia. ¡Así viene la bendición de Dios! Las calles se regalan al Municipio. Nosotros, el hombre moderno, practicamos todas las antiguas virtudes, pero no buscamos agradar a Dios, sino comprarlo; lo tratamos como los agentes viajeros a los empleados públicos: dándole propinas.

      Nosotros, el joven de acción, grabamos en nuestras oficinas los mandamientos recibidos por este nuevo