«Cuando esta interfaz entre humanos y animales cambia –sostienen los críticos de Chuang–, también cambian las condiciones dentro de las cuales tales enfermedades evolucionan. Detrás de los cuatro hornos, por lo tanto, se encuentra un horno más fundamental que sostiene los centros industriales del mundo: la olla a presión evolutiva de la agricultura y la urbanización capitalistas. Esto proporciona el medio ideal a través del cual plagas cada vez más devastadoras nacen, se transforman, son inducidas a saltos zoonóticos y luego son vectorizadas agresivamente a través de la población humana». Y la conclusión que extraen es clara y fulminante: «El coronavirus más reciente, en sus orígenes “salvajes” y su repentina propagación a través de un núcleo fuertemente industrializado y urbanizado de la economía mundial, representa ambas dimensiones de nuestra nueva era de plagas político-económicas […]. La idea básica en este caso es desarrollada más a fondo por biólogos de izquierda como Robert G. Wallace, cuyo libro Big Farms Make Big Flu (Las grandes granjas hacen la gran gripe), publicado en 2016, expone exhaustivamente la conexión entre la agroindustria capitalista y la etiología de las recientes epidemias, que van desde el SARS hasta el Ébola». Una conexión sin la cual resulta imposible comenzar a desmadejar el ovillo de una pandemia que no sólo amenaza con dejar un tendal inmenso de muertos, sino que tampoco se alcanza a comprender la hondura de la crisis desatada por un sistema económico cuyo único norte es la maximización de la ganancia sin medir los daños irreparables que genera en su expansión ilimitada.
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