En segundo lugar, es también común, dado el proceso de unificación de las dos profesiones históricamente distintas de la partería y la enfermería, y eliminación de la carrera exclusiva de las parteras, hacer referencia a las enfermeras como parteras, o al revés. Esto no es necesariamente erróneo, ya que hoy en día muchas parteras profesionales se han formado primero como enfermeras, siendo ese el camino hacia la partería. Sin embargo, dado que las dos profesiones tienen raíces históricas distintas e incluso contrapuestas, quizás sería adecuado tomar en cuenta la evolución de las dos profesiones y sus significados diferenciados, dado que las enfermeras proceden de un bagaje absolutamente vinculado a la biomedicina hegemónica que nada tiene que ver con la formación sororal de la mayoría de las parteras.
En tercer lugar, en Latinoamérica tenemos también términos diferentes para hacer referencia a la partera. Por ejemplo, en el caso de Chile, con el término de la matrona se refiere a la partera profesional titulada, mientras que las parteras suelen ser las no tituladas. En casos como México, frecuentemente la “partera” se suele entender automáticamente como la partera tradicional o indígena dado que las parteras profesionalizadas están aún poco presentes en el panorama de la atención al parto. Por lo tanto, la “partera” genera la percepción del estereotipo de la abuela indígena rural y no su contraparte joven urbana de clase media con estudios universitarios. Sin embargo, ambas son parteras y se definen como parteras. Del mismo modo, hoy en países como México “la partera tradicional” puede ser la indígena pero puede también referirse a las parteras mestizas de clase media y baja, rural y urbana, así como también a las que resisten el sistema biomédico. Es por esta razón que incluso se ha sugerido que cuando se trata de reivindicaciones que hacen claramente referencia a los derechos indígenas, se utilice más bien el término de “partera indígena” (Laako, 2017). Estas cuestiones, evidentemente, también están sujetas al debate académico y social, e indica que dado todos los elementos en juego con el concepto de la partera, es mejor quitar el corsette que nos constriñe cuando hablamos de las parteras.
Con todo ese panorama antes expuesto, procedemos a menciona que este libro está compuesto de siete capítulos y 11 autoras. Empezamos por el capítulo “Matronas y parto hospitalario en Chile, 1950-1979” de María Soledad Zárate y Marisela González Moya en donde ellas documentan y visibilizan la historia de las matronas chilenas durante este período, sobre todo su papel estratégico en la hospitalización del parto. De esta manera, re-escriben la historia con base en fuentes de archivo para demonstrar el impacto que las matronas tuvieron en las políticas sanitarias en el siglo pasado.
En segundo lugar, se encuentra el capítulo “Dar a luz en el Perú. La partería en la encrucijada de las biopolíticas de medicalización del parto, siglos XIX a XXI” de Lissell Quiroz-Peréz que retoma el proceso de medicalización del parto, en este caso, en Perú del siglo XIX, y el detrimento de la partería tradicional como resultado de este proceso político sanitario. Concluye iluminando cómo este proceso contrasta hoy con la manera en que las diferentes parterías y formas de parir siguen presentes en el Perú.
En tercer lugar, presentamos el capítulo “El parto humanizado en la Argentina: activismos, espiritualidades y derechos” de Karina Felitti y Leila Abdala. Ellas retoman el proceso del siglo XX con sus políticas sanitarias y analizan la emergencia de la humanización del parto como parte de la segunda ola de feminismos contra la violencia obstétrica y violencia de género, que ha dado raíz a la tendencia de nuevas espiritualidades y derechos humanos en los partos en el caso de la maternidad en la Argentina, implicando, entre otras cosas, la revalorización de las parteras y los partos en casa.
En el capítulo cuarto, “La in-definición de la partería: Evolución del discurso sobre partería en la política pública sanitaria internacional 1990- 2017,” Ana Mateo González e Hilda Eugenia Argüello Avendaño exploran las políticas internacionales contemporáneas y su impacto en el papel de las parteras tradicionales en América Latina. En su análisis dan cuenta de la ambigüedad de la definición de las parteras y cómo esto ha permitido que en las políticas públicas sobre la partería las parteras tradicionales se hayan quedado en un rol residual. Argumentan que la definición de la partería tradicional fortalece su visibilidad en el contexto latinoamericano como un recurso de salud en los contextos vulnerables.
El capítulo quinto es una traducción de la atinada obra de Robbie Davis-Floyd “Emergencias de partos atendidos en el hogar en Estados Unidos y México. El problema de los traslados”, la cual nos sitúa en uno de los problemas contemporáneos más comunes en la praxis de la partería frente a una emergencia que requiere ser llevada al hospital; se refiere a los problemas de la articulación, en el sentido de que si el personal médico hegemónico de la institución a donde se haga el traslado es capaz de creer a la partera sobre la referencia de las condiciones en que se encuentra la paciente, todo los mecanismos desencadenantes irán hacia salvar la vida de esa mujer y su criatura; pero, si sucede que el saber “autorizado” del personal médico ignora la voz de la partera que refiere a la paciente, los resultados pueden ser fatales; y para asombro de quienes consideran que el mundo desarrollado es mejor en todos los sentidos, Davis-Floyd nos muestra sorprendentes similitudes de casos y sus procesos de articulación o no, entre Estados Unidos de Norteamérica y México.
En la recta final se ubica el capítulo “Partería tradicional en el marco normativo de cuatro países latinoamericanos: del reconocimiento a la ambigüedad” de Ollinca Villanueva y Graciela Freyermuth. En su capítulo, ellas retoman el tema de las parteras tradicionales, pero ahora en contexto nacional en términos de la tendencia de interculturalidad. Las autoras concluyen que a pesar de la cantidad de normas, manuales, guías y protocolos sobre los partos interculturales, el rol de la partera tradicional sigue siendo ambigua, a pesar de que son agentes de salud culturalmente representativas.
Y de esta manera concluimos con el capítulo “Diálogos sobre el nacimiento: tensiones entre la hegemonía biomédica y la autonomía de las mujeres. Santiago del Estero, Argentina” por Priscilla Badillo quien explora cómo la institucionalización de los partos genera condiciones para la violencia obstétrica, tomando en cuenta la subalternización de las profesionales del parto, las obstetras.
En términos de esta obra, se entiende que la partera es un/a profesional en el sentido de haber acumulado su conocimiento experto, en su sentido más amplio y no limitado a estudios escolarizados, sobre el acompañamiento de la mujer durante muchas etapas de la salud de su cuerpo, pero de manera especial del embarazo, el parto y el posparto, y que ejerce su profesión de forma consciente. En este sentido, las parteras protagonistas de este libro, son depositarias de una profesión con raíces históricas que han permanecido, sobrevivido y reedificado a la partería, por ello hemos solicitado a cada autora una definición y explicación que consideraran pertinente sobre las parteras protagonistas de sus investigaciones.
Por último queremos