Jadeo.
—¡Señor Hamilton! Perdone, no lo había visto. —Su brazo es cálido. Al ver que he recuperado el equilibrio, me suelta lentamente, y yo tartamudeo—. He tenido problemas con el vestido —suelto rápidamente—. No debería habérmelo puesto.
Me siento totalmente abrumada por su presencia, fuerte y atlética. Es enorme. Tiene una cara cincelada y bonita. Todo en él es tan atractivo que me duelen los ojos.
Odio que los dedos de mis pies se encojan ante su mirada.
—De verdad que no lo he visto. Para que lo sepa, no soy una fan loca. No intentaba llamar su atención en absoluto.
—Y, aun así, la tienes, sin duda. —Su voz es potente y profunda, pero su tono es juguetón y tiene una mirada brillante.
De pronto, me cuesta tragar saliva.
Sus labios empiezan a curvarse. Son atractivos y carnosos.
Unos labios para besar.
Para derretirse y fantasear.
Dios, su sonrisa es preciosa.
Aunque solo dure un segundo.
—Discúlpeme una vez más. —Sacudo la cabeza y exhalo, nerviosa—. Soy Char…
—Sé quién eres.
Aunque sus labios ya no esbozan una sonrisa, sus ojos brillan todavía más, si eso es posible. Apenas puedo soportar estar hablando con él; este hombre es lo más cercano a un dios que hay en nuestro país.
—Estoy bastante seguro de que todavía guardo tu carta en algún sitio —dice en voz baja.
Matt Hamilton sabe quién soy.
Matt Hamilton todavía tiene mi carta.
Por aquel entonces, él estaba en la universidad. Ahora, el hombre que tengo delante ha madurado del todo, ha madurado a la perfección. Y, Dios santo, no me puedo creer que le escribiera una carta.
—Ahora estoy doblemente avergonzada —susurro, y agacho la cabeza.
Cuando alzo la vista de nuevo, Matt se limita a observarme con una mirada directa que seguro que causa un gran impacto en todo aquel que la recibe.
—Dijiste que me ayudarías si alguna vez me presentaba a las elecciones.
Sacudo la cabeza, sorprendida, y río suavemente ante la idea.
—Tenía once años; solo era una niña.
—¿Eres todavía esa niña?
—Matt. —Un hombre le da un golpecito en el hombro y le hace un gesto para que vaya con él.
Él asiente al hombre, después se limita a mirarme mientras yo sigo ahí, desconcertada por la pregunta.
—Está ocupado. Mejor me voy… —digo, y me alejo entre la gente, dando unos pasos antes de mirar por encima de mi hombro.
Me observa.
Me mira como si estuviera un poco intrigado, y también como si se riera ligeramente por dentro, o puede que solo sea una impresión mía, porque al instante se da la vuelta, su espalda ancha se estrecha en una pequeña cintura, ofreciendo una vista espléndida mientras camina para saludar a sus emocionados seguidores.
—No me puedo creer que lo hayas saludado antes que yo, esa fila es mortal. —Mi madre ha aparecido de la nada y ahora está a mi lado—. Los peces gordos no paran de apartarlo de los demás. Ya vuelvo.
Se dirige de nuevo a la fila mientras yo me siento a la mesa otra vez y me pongo a charlar un rato con una de las parejas que hay ahí.
Aún estoy recuperándome del encuentro.
—Ah, la hija del senador Wells. Es un placer. No puedo decir que lo conozca, pero es un buen hombre. Votó en contra de…
—Hugh, venga ya —lo interrumpe su mujer, deteniendo al senador de edad avanzada—. Vamos a saludar a Lewis y a Martha —dice, y lo convence de ir con ella.
Me siento aliviada cuando se van, pues me da miedo decir algo embarazoso. Sigo aturdida por mi encuentro con Matt Hamilton y no parece que pueda centrarme en nada más.
Observo a mi madre aguardar pacientemente mientras seis personas delante de ella lo saludan, hasta que por fin consigue abrazarlo; parece diminuta y femenina frente a la forma alta y musculosa de él. Cuando terminan el abrazo, me sorprende verla señalar en mi dirección.
El estómago se me encoge cuando su mirada sigue la dirección del dedo de mi madre.
«Ay, Dios mío, ¿mi madre me está señalando?».
«¿Matt me está mirando?».
Nuestras miradas se cruzan y, durante un segundo, algo destella en sus ojos. Asiente, como si le dijera que ya me ha saludado.
Mientras conversan, su mirada sigue posada en mí.
Soy consciente durante unos instantes de la curiosidad de la sala al completo, que se pregunta a quién mira su nuevo candidato, pero no puedo apartar los ojos el tiempo suficiente para comprobar quién mira.
Dios. Incluso su postura es como la de un miembro de la realeza estadounidense.
Ha crecido hasta convertirse en una mezcla deliciosa de elegancia y sencillez, y en algún sitio bajo esa mirada de determinación veo algo primitivo que tira de mí.
Una mujer que pasa a mi lado se inclina para decirme algo al oído.
—Está tan bueno y es tan tentador como un coulant de chocolate. Y hace que la política sea emocionante —comenta.
La miro y luego vuelvo a buscar la mirada del ardiente Matt Hamilton mientras sigue saludando a la gente de la fila. Casi ha terminado, pero estoy segura de que no será por mucho tiempo. Una sombra le cubre la mitad de la cara, aunque veo que tiene la atención puesta en una pareja de personas de avanzada edad; su sonrisa es casi imperceptible, pero sigue siendo tan sexy y atractivo que hace que mis pulmones trabajen algo más de la cuenta.
Una vez termina de hablar con la pareja y consigue librarse de todos, se ajusta los gemelos.
Y empieza a caminar en mi dirección.
Está caminando en mi dirección.
El tío más bueno de la sala camina en mi dirección y mi corazón da unos mil vuelcos por segundo dentro de mi pecho.
Echo un vistazo por todo el salón e intento mostrar indiferencia, pero no soy tan buena actriz. Tengo miedo de mirar hacia esa cara bonita y descubrir que sabe el efecto que provoca en mí; me lleva un momento reunir el valor, cautelosa antes de ver la expresión que muestra. Más cautelosa cuando descubro que tiene los ojos fijos en mí.
En mí.
Ya no me mira.
Alguien lo ha detenido para charlar.
Exhalo.
Sin embargo, antes de que relaje los hombros, Matt le da una palmadita al hombre de mediana edad en la espalda, le estrecha la mano y empieza a caminar de nuevo en mi dirección.
Yo me quedo sentada, lidiando con estas emociones que no puedo reprimir.
Quiero hablar con él. Quiero explorar su cerebro. Tengo curiosidad, tengo sed profesional y puede que quiera apretarme contra él accidentalmente una vez más.
Para poder olerlo.
No, esto último definitivamente no.
En cualquier caso, estoy segura de que, con una bebida, estaré un poco menos nerviosa. ¡Pero ya es muy tarde para beber!
Antes