Pasiones al acecho. Lola Hasley. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Lola Hasley
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789874935311
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a mi querido Londres. Allí me di cuenta cuánto me había enamorado de esa ciudad y cuánto quería a mis nuevos amigos. Ahora que Natalia estaba conmigo, y no tenía dudas de que a la brevedad iban a llegar algunas otras, porque ella no se iba a quedar callada, no quería saber más nada con Grecia. En verdad no tenía idea de cómo, en las siguientes dos semanas, iba a cambiar ese pensamiento.

      Nuestro destino fue Santorini, casitas blancas, mar color turquesa en el horizonte, perfumes mediterráneos y referencias mitológicas. Además, era muy romántico y tenía vida nocturna. Si me daba un par de días libres, estaba tocando el cielo con las manos. Me enamoré en cuanto llegué. Nos instalamos en el Hotel Majestic, de elegantes vistas, 2 bares y spa que, obviamente, también eran de Nino.

      En cuanto llegamos me dio el resto del día y hasta las 5 de la tarde del día siguiente para descansar, y pude usar todas las cosas del hotel gratis. A las 17.30 me buscaría para asistir a la fiesta. ¡Qué felicidad me generó!

      Usé el spa, me di una vuelta por la playa, recorrí un poco la ciudad y, cuando me cansé, volví al hotel para meterme un rato a la pileta y aprovechar para leer un poco. Marisel, una amiga de Argentina, me había acercado al mundo de la lectura y, en ese país, Florencia Bonelli estaba de moda. Me había llevado su último libro en mi computadora portátil, así que me dedicaría a leerlo. Marlene se llamaba.

      Estaba muy compenetrada en mi lectura, ¡hasta que una morocha despampanante se cayó encima mío con un licuado con el que me empapó! Me quería morir. Me pidió disculpas, me dio su toalla para secarme y se sentó junto a mí para charlar. Su nombre era Lali, quien hoy es una de mis grandes amigas europeas. En realidad, era Argentina, y tenía casi mi edad, pero había ido a vivir a España con sus padres a los catorce. A los dieciocho decidió viajar para conocer muchos lugares antes de decidir qué hacer; y, medio enojados, los padres le dieron un año y medio para que lo hiciese. Mientras charlamos, vi bajar a mi jefe. Todas las miradas femeninas cayeron sobre él... Lali siguió mi mirada y comenzó a reírse.

      —Otra enamorada del dueño…

      —¡No! Es mi jefe. Ahora me dio unas horas libres, por eso estoy acá.

      —Jajajajaja soy una bruja yo, me doy cuenta de todo. Esa mirada no es de “empleada”. Vos estás enamorada, aunque no quieras reconocerlo.

      Hacía tanto que no pensaba en el amor. Tenía tanto miedo de sentir. Pero, claramente, el jefazo me gustaba y mucho. En mi vida había visto a alguien tan lindo, pero era imposible.

      —¡Es imposible! Es mi jefe. En realidad, yo trabajo en el bar de uno de los hoteles, pero como se quedó sin secretaria el día anterior al viaje, me preguntó si podía venir, y acá estoy. Otra opción no tenía. Encima, el día previo a eso, en una fiesta, sin saber que era él, le dije los comentarios de los empleados, un papelón.

      —Jajaja esto termina mal, ya te lo digo yo. No terminás este viaje sin estar con él. Y te aseguro que este espécimen de hombre te convence de lo que quiera.

      —No creo, querida Lali, necesito trabajar, y ya sabés lo que se dice… “donde se come…”

      —Jajajajaja ya veremos…

      Y así seguimos un rato más. Él nunca se dio cuenta de que estaba yo ahí. O eso creía en ese momento. Dos horas después, me estaba bañando para salir. Mi nueva amiga me había hablado de un par de lugares que había para conocer, y la verdad es que no sabía si tendría otra noche libre, por lo que me apunté. A las 9 nos encontramos en la recepción del hotel y nos fuimos. El plan era el Koo Club, en Fira, que estaba bastante de moda.

      Llegamos, y nos fuimos directamente afuera, nos pedimos unos tragos y seguimos charlando. Aparecieron unos amigos de ella, que conocía gente en todos lados. El grupo tenía muy buena onda y había un par de niños bastante bonitos. Me puse a bailar con un par. Luego decidí ir a fumarme un cigarrillo, pero sola. Quería estar un rato tranquila. Estaba distraída cuando, de repente, sentí una mano en mi espalda. Al darme vuelta noté que era Nino, no entendía nada. Me pidió que lo acompañara y me sacó del boliche sin que pudiera decirle nada a mi amiga. Me subí al auto, y me quedé pegada contra una ventana. Muchas ideas pasaron por mi cabeza hasta que, en una distracción, lo tenía pegado a mi cara, literalmente, partiéndome la boca. Mi cabeza empezó a volar muy alto, y todas las mariposas que venía conteniendo se liberaron. Fue el mejor beso que me dieron en la vida. No podía parar, aunque sabía que debía hacerlo. Eso no podía estar pasando y, además, él nunca me había dado una señal. Estaba muy confundida. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que le daba un beso a alguien? Ya ni me lo acordaba.

      Como estaba medio achispada, decidí aprovechar el momento. Ya mañana me arrepentiría, pero necesitaba eso. Subió el chofer, y él se alejó rápido. Me quedé pasmada, y no sabía hacia dónde mirar. El viaje lo hicimos en silencio, mis mejillas ardían a un rojo vivo. No sabía en dónde meterme. Me sentía usada. Yo, que tan bien la estaba pasando, ¿me saca, me parte la boca y encima me deja así? No podía ser.

      Llegamos al hotel, y me bajé apresuradamente del auto. Comencé a caminar sin mirar atrás. Me subí al ascensor rezando para que se cierren las puertas sin que suba nadie. Lo estaba logrando. Apreté el 5, donde estaba mi habitación. Me apoyé contra la pared, cuando la puerta se abrió de nuevo. Y Nino apareció en mi campo de visual.

      Ni lo miré. No quería, no podía. Las puertas se cerraron, y se acercó a mí rapidísimo. No le permití volver a tocarme, ni pensaba permitírselo.

      —Lucía, sé que no entendés nada. Te saqué de tu programa, te llevé a mi auto, te besé y, luego, no permití que nadie lo vea. Pero lo que me generás es muy fuerte, quiero que seas mía y de nadie más, para siempre. Para eso, tenés que entender muchas cosas. Conmigo nada es fácil y no quiero que los empleados de mi hotel piensen que sos una diversión para mí, porque te colaste en mi cabeza. Por eso me alejé en el auto

      —Woooooow, disculpe, señor, pero usted no me conoce. No puedo haberme colado en su cabeza, porque ni siquiera me dirige la palabra, más que para ladrarme como un perro y darme órdenes. No tiene idea sobre mí, y no me gusta que me usen.

      —Jajaja, ese carácter es lo que me gusta de vos. Desde que me dijiste en tu cumpleaños que era un viejo cascarrabias, supe que ibas a ser mía. Te analizo a cada segundo del día, sé todo de vos. Aunque algunas cosas no las entiendo, ya me las explicarás. Y sabé que el NO como respuesta acá no existe.

      —Usted está muy mal acostumbrado. Si piensa que me voy a tirar a sus pies como todas las demás, está equivocado. Si quiere mandarme de nuevo a Londres, me voy mañana muy feliz, pero mi respuesta es que no, lo siento.

      Y, gracias a Dios, se abrió la puerta. Bajé lo más rápido que pude, y me metí en mi cama a la velocidad de la luz, después de asegurarme de que mi puerta estaba bien trabada. ¿Qué se piensa este tipo? ¡Estamos todos locos!

      Me estaba despertando. ¿Lo había soñado o había sido real? El Adonis me había besado, y lo mandé a freír churros… ¿cómo voy a dar la cara? Me quedaban 10 días de trabajo, y no me podían despedir. ¡Ay, diosito! Tendré que disculparme otra vez, es mi única opción.

      Me quedé en mi cuarto todo el día. Puse música en mi iPod, me di un buen baño de inmersión y comencé a prepararme. Tenía que estar impecable. El vestido que había en mi vestidor era maravilloso. En mi vida había visto una cosa así. Era largo hasta el piso, negro, con un increíble tajo hasta arriba de toda la pierna. No tenía espalda y tenía un escote muy sofisticado. El talle era perfecto. Y me quedaba pintado. No podía creer que le hayan embocado. Debía salir más caro que el alquiler de mi piso. Tenía también unos zapatos de 20 centímetros color plateados y un sobre que le hacía juego a la perfección; una cadena de oro blanco con un corazón y unos aros a juego. Me sentía una reina; así que jugué ese papel. Y decidí salir del cuarto con esa actitud. Si no le había gustado lo de la noche anterior, problema suyo. Yo había estado dispuesta en su momento, pero después… Mi nueva amiga me había llamado todo el día, pero no había tenido ánimo para hablarle. Ya la llamaría al día siguiente, con todo el diario junto, ahora