El color de la decisión. Beatriz Navarro Soto. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Beatriz Navarro Soto
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789563384468
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que arremetía cambiaba para indicarle quien tenía el control. Dado el momento, Bárbara no pudo contenerse más y la liberación comenzó en una retenida y deliciosa presión que disfrutó con cada pulso de su cuerpo. El orgasmo había sido prolongado y él tuvo el placer de sentirlo. JP se acercó al oído para susurrarle que todo eso le había encantado. Ella sonrió. Cuando volvió a dominarse, se puso sobre él, le desabrochó la camisa e inició el recorrido con las manos y la boca por su pecho hasta llegar al endurecido abdomen. Le bajó los pantalones y lo despojó de su ropa interior, mientras besaba cada espacio que descubría. Quería tentarlo como él lo había logrado con ella. Sus quejidos le indicaban a Bárbara que se estaba conteniendo. JP quería darle más tiempo para que lo manipulara de esa forma tan provocativa.

      Ella anhelaba el momento en que él no pudiese controlar sus deseos por penetrarla. Y ese momento llegó cuando, en un rápido movimiento, JP quedó sobre ella y separando sus piernas se deslizó en su interior hasta que ya no pudo avanzar más. Ella cerró los ojos para deleitarse por el placer que le provocaba el movimiento. Cambiaron de posiciones aprovechando los diferentes ángulos para recorrerse. Cuando él sintió que el cuerpo de Bárbara se contraía anhelando la descarga, aceleró el ritmo y le dijo que lo mirara. El explosivo gemido de Bárbara le llegó profundamente y un instante después, JP sintió el mismo frenesí que ella.

      JP siguió besándola sin cansarse de su aroma y suavidad. Llegó a su oído y le dijo:

      —Necesito esto todos los días, todas las veces que podamos, pero el mínimo es una vez por día —le besó el pelo y se levantó al baño.

      Luego de unos minutos regresó y se tendió en la cama. Ella le dio un beso en la espalda y se levantó para ir al baño. Cuando regresó quedó desnuda frente a él. Quería que la viera con todos sus defectos para que no hubiera sorpresas.

      JP se dio vuelta y la observó con un poco de gracia al verla tan desvergonzada.

      —¿Qué haces?

      —Estoy dejando que me observes —le dijo inquieta—. No soy perfecta así es que quiero que me veas tal como soy. ¿Por qué? —preguntó ella antes que él lo hiciera y le respondió en seguida—: Porque otra cosa que tampoco soy es cohibida y me gusta andar en cueros cuando estoy en mi casa. Te estoy dando la oportunidad de que me veas todas las imperfecciones. Si no te gusta algo, bueno, te puedes ir y aquí no ha pasado nada.

      Todo semblante de diversión en JP se disipó. Su rostro se tornó duro y su mirada destellaba irritación. Pensó en lo fácil que era para ella pasar de un estado de lujuria a uno de completo control.

      —Ok —le dijo con la mayor serenidad, aunque su expresión comunicaba otra cosa—. Prende la luz principal. —Se fue al velador y apagó la luz de la lámpara.

      Bárbara sorprendida de que se tomara con tanta naturalidad lo que le había dicho, fue hasta el interruptor y encendió la luz. JP desvío la intensidad interponiendo la mano sobre su cara. Se acomodó los cojines en la cama.

      —Déjame ver el frente primero —le dijo con severidad.

      Podía ver que estaba irritada, pero ella se lo había buscado. Él jamás habría prestado atención a cada detalle de su cuerpo de una forma tan poco delicada y hasta molesta. Pero le seguiría el juego hasta que se diera cuenta de lo que había provocado por su falta de prudencia.

      —Acércate más —continuó JP—, no veo las imperfecciones tan de lejos.

      Bárbara sentía cómo su enojo aumentaba. Se acercó y se puso las manos en la cintura.

      JP levantó una ceja.

      —¿Algún problema?

      —No —le dijo tajante—. ¿Puedes apurarte?, tengo hambre.

      —Eso va a depender de cuántas imperfecciones tengas en el cuerpo. Si tienes muchas voy a tener que evaluar si quiero seguir acostándome contigo. ¿No era esa la idea? —Se percató del desconcierto en su rostro—. ¿Por qué siempre tienes que ser tan insoportable? —le preguntó y se paró de la cama para quedar frente a ella—. ¿Realmente crees que soy tan superficial para que tus malditas imperfecciones me causen tal desagrado que me hagan desistir de la idea de estar contigo? —se acercó más a ella—. Me parece que siempre andas buscando la instancia para desequilibrar un momento que podría ser especial.

      —Esa no fue mi intención —le replicó algo avergonzada—. Solo quería que me vieras tal como soy. No me gusta esconderme y si no tengo certeza de que me has visto completamente, entonces me andaré tapando. Solo lo dije por eso.

      —No necesito que te tapes. Te recuerdo que acabo de recorrerte completamente y, para tu información, todo lo que vi me gustó. No quiero que seas perfecta, pero sí me gustaría que, de aquí en adelante, no sabotearas cada momento en el que estamos bien. —La atrajo entrelazando su mano en el pelo—. Quiero que nos acostemos en tu cama; quiero acariciarte mientras estás sobre mí; quiero decirte que me encantó hacer el amor contigo —le dio un beso—; y todo esto lo quiero hacer ojalá antes de que amanezca. —Se acercó para murmurarle al oído—. ¿Podrías hacerme el favor de dejar la estupidez y volver a la cama conmigo?

      Se sintió excitada de nuevo, pero se controló.

      —Lo siento. De todos modos tengo hambre, y no es un intento por sabotear lo que quieres hacer. —Se inclinó hacia él y le dio dos besos en la boca—. Me muero de hambre y las caipiriñas no me están ayudando mucho.

      Sonrieron y él le besó la frente.

      —Ok, te acompaño.

      Cuando ella se disponía a tomar su camisa, él se la quitó.

      —No, esa camisa es mía y dado que a ti te gusta andar en cueros —le hizo un gesto de burla—, no veo la necesidad de que la uses. —La volteó y le dio una suave nalgada para que se fuera desnuda a la cocina—. Camina. —Él también se fue desnudo, tampoco tenía nada que esconder.

      Los rayos se vislumbraban a través de las cortinas cuando JP despertó. Se cubrió la cara con la mano para desviar la luz que le daba directo a la cara. Se dio vuelta para abrazar a Bárbara, pero no la encontró. Se irguió, tomando la nota que le dejó, donde le indicaba que iba a correr.

      Peleadora y loca —se dijo—. Y se dejó caer en la almohada.

      Bárbara estaba corriendo por la orilla del mar en un día que prometía ser soleado. Para ella la primavera y el otoño eran las épocas perfectas, porque el sol y las nubes se mezclaban conviviendo en perfecta armonía sin dejar que ninguna de las variantes fuera más importante que la otra. El viento atraía la brisa del mar hacía ella, dejándole sentir la salinidad del agua que la sumergía en una quietud desconocida hasta hace unos meses. Correr le ayudaba a lidiar con el día a día, y aunque había deseado quedarse con JP en la cama, se obligó a levantarse como si nada hubiese cambiado. Pero sabía que eso no era cierto. Desde hoy, JP era un nuevo integrante en su vida y no tenía idea de cómo lidiar con aquello.

      De regreso a su departamento, divisó a JP por el ventanal. El espacio no era muy grande, pero con los muebles que ya estaban al arrendarlo, había logrado que se viera acogedor. Un mismo salón comprendía el living, comedor y cocina. Según Laura, la distribución y las imágenes decorativas le daban un toque bohemio al lugar. Tenía colgado retratos de gente en la Plaza de Armas de Santiago, y fotografías en blanco y negro donde destacaba un color dentro de la composición. En uno de los rincones había un mueble biblioteca con retratos familiares y variedad de libros, acompañado de un escritorio con butaca. Los dos sillones que se situaban al costado del gran ventanal, invitaban a tenderse en ellos por lo amplio de sus asientos. Los muebles de cocina hacían una circunferencia que encajaba a la perfección con la mesa del comedor conectada con el living.

      JP estaba parado frente al mueble de cocina de espaldas a la entrada. Tenía el pelo mojado, por lo que supuso que se había bañado. Llevaba la ropa del día anterior, y estaba descalzo leyendo algo que no lograba ver. Él no desencajaba en su espacio. Esto la inquietó, pero actuó con naturalidad.

      —Hola,