—Supongo que no —dijo Em en voz baja.
—Vamos a hablar un poco con ellos —dijo Olivia dándose la vuelta hacia Aren—. ¿Vienes?
La miró a los ojos. Tenía el rostro iluminado, quizá porque seguía regocijada con su libertad o quizá porque le encantaba la idea de cazar y matar. No es que a él le importara mucho cuál de las dos opciones fuera la verdadera.
—Por supuesto.
De un salto, Olivia enganchó su brazo con el de Aren.
—Em, ¿podréis Mariana y tú regresar y hacerles saber a los demás ruinos que podemos mudarnos? Aren y yo empezaremos a limpiar las cabañas después de que nos encarguemos de esos dos.
—Está bien —dijo Em y miró a Aren—. Ten ¿cuidado?
Salió como pregunta. Aren no sabía bien por qué, pero asintió con la cabeza.
Olivia lo tiró del brazo y lo llevó en dirección a los dos hombres.
—Ya tendríais que haberos marchado, francamente —dijo Olivia mientras caminaban—. Si os habéis quedado tanto tiempo está claro que sois demasiado tontos para seguir con vida, de cualquier forma —dijo soltando una risita.
Aren supuso que si los hombres no se habían marchado era porque estaban demasiado débiles para viajar, pero no se tomó la molestia de señalar esa posibilidad. Olivia tenía razón. A los cazadores siempre les tenía sin cuidado si un ruino era lento o si estaba débil o herido. Mataban indiscriminadamente.
Aren pasó por debajo de una rama de árbol y los dos hombres aparecieron ante su vista. Se movían todavía más despacio que antes y el herido miraba hacia atrás. Cuando vio a Aren abrió mucho los ojos. Rápidamente dio la vuelta y agachó la cabeza, como si creyera que eso podría salvarlo. Como si Aren no fuera a atacarlo si él no atacaba primero.
—Me alegra que tengamos esta oportunidad; quiero enseñarte algo. —Olivia carraspeó y levantó la barbilla para gritar a los hombres—: Perdonad...
Los hombres se giraron lentamente. Aren pudo ver el momento exacto en que descubrieron las marcas ruinas que ascendían onduladas por el cuello de Olivia. Sus propias marcas ruinas habían desaparecido prácticamente bajo las cicatrices, pero algunas nuevas destacaban sobre su piel morena. El miedo se apoderó de los hombres con tal intensidad que casi podía sentir su corazón acelerándose.
Quizás, en efecto, podía sentirlo. Su poder ruino había cambiado desde que pasó tanto tiempo cerca de humanos. A veces era como si pudiera sentir su miedo, su dolor, el alivio cuando los dejaba ir. Para enruinar el cuerpo tenía que concentrarse no sólo en el cuerpo de la otra persona sino en el suyo, y cuando su magia borboteaba era como si fueran uno solo.
—Ya... ya nos vamos —farfulló el más joven.
—Tú —dijo Olivia señalando al mayor—: pareces cansado. ¿Por qué no te sientas?
El hombre se pasó la mano temblorosa por la frente y no obedeció.
—Siéntate —repitió Olivia. Las piernas del hombre se elevaron y él cayó al suelo de golpe con un aullido. Olivia señaló al joven—. Tú, haz el favor de quedarte ahí.
A Aren la sensación de hundimiento en la boca del estómago se le acentuó. Podía irse de ahí. Olivia podía hacerlo sin su ayuda.
—Voy a enseñarte cómo usar tu poder sin quedar exhausto —dijo ella.
—No creía que fuera posible —comentó, nuevamente atento.
—Yo puedo hacerlo. No creo que todos los ruinos tengan ese poder, pero estoy segura de que tú sí.
Una chispa de esperanza se filtró por su desasosiego. El agotamiento que lo invadía después de usar la magia era su mayor debilidad. Así era imposible usar su poder en ciertas situaciones.
—Concéntrate en su brazo. No hagas nada todavía —dijo Olivia señalando al joven.
El pánico cruzó fugazmente por el rostro del hombre y se dio media vuelta, preparándose para escapar.
—No —Olivia volvió a señalarlo y el cuerpo del hombre se sacudió hacia ellos. Quedó como clavado en la tierra. Y, poniendo una mano en su espalda, Olivia dijo a Aren—: Adelante.
Se concentró en el brazo del hombre mientras su propio brazo hormigueaba. No es que viera los huesos precisamente, pero sabía dónde estaba cada uno. Los podía partir uno a uno, si quería.
—¿Sientes aquí? —preguntó Olivia pasando los dedos por el brazo derecho de Aren.
—Sí —respondió con un escalofrío.
—Sepáralo.
—¿Cómo? —preguntó él ladeando la cabeza.
—No te permitas ser parte de eso. Esto se trata de él, no de ti. Tú eres más fuerte que él. Él no puede controlarte, no lo dejes. Repite eso en tu cabeza.
Tú no me controlas. Tú no me controlas. Lo repitió una y otra vez.
—No obres hasta que te hayas desprendido. Retira tus emociones; él no las merece.
Algo se quebró en su interior con esas últimas palabras de Olivia. Por supuesto que ese hombre no merecía sus emociones. Tampoco su compasión ni su tristeza, ni siquiera su rabia.
El cuerpo de Aren se enfrió y desapareció el hormigueo del brazo. El mundo a su alrededor quedó en silencio. Todo estaba adormecido.
Todo lo que había sentido el último año... de pronto ya no estaba.
Era mejor así.
Nunca había querido que todo eso regresara. Quería aferrarse a esa sensación para siempre.
—Eso es —pudo escuchar la sonrisa en la voz de Olivia—. Hazlo.
No tuvo que pedirlo dos veces. Aren hizo añicos el brazo del hombre. Un grito resonó en el bosque.
Aren no se sentía distinto. Por lo general, después de hacer eso se sentía débil e inquieto, pero ahora no había agotamiento. De hecho, se sentía incluso mejor.
—Otra vez —dijo Olivia—. Lo que quieras.
Aren levantó al hombre por completo y lo arrojó a unos metros de ahí. El hombre se incorporó trabajosamente y Aren hizo que tropezara. El otro resopló en el momento en que su rostro golpeó el suelo.
—¿Vas a encargarte de eso? —preguntó Olivia señalando el sitio adonde el hombre joven intentaba huir.
Aren ya había roto cuellos antes, pero esa vez resultó tan fácil que casi ni se dio cuenta. A duras penas hizo una seña hacia el hombre y ya estaba en el suelo, con el cuello torcido y el cuerpo flácido.
—¿Sientes como si pudieras con otros cien? —preguntó Olivia.
—Sí —dijo Aren respirando hondo.
Ella agitó la mano hacia el hombre mayor. Aren no tenía claro qué había hecho ella, pero del pecho del hombre brotó sangre que salpicó en la mejilla de Aren.
Olivia sonrió y frotó el pulgar sobre la salpicadura. Se limpió la sangre en los pantalones y después puso las manos en sus mejillas.
—¿Ha estado bien?
Aren rodeó los brazos de Olivia con los dedos y mirándola fijamente a los ojos respondió:
—Sí, muy bien, gracias.
—No tienes por qué agradecer nada —y giró sobre los talones—. Sabía que podías hacerlo.
Él pestañeó, todavía un poco aturdido. El entumecimiento